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todayseptiembre 6, 2025
La reunión de jefes de Estado y de Gobierno de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), en Tianjin, puede compararse, por su importancia para la organización, con lo que fue para el BRICS la cumbre del año pasado en Kazán. Los documentos adoptados son relevantes; lo esencial es marcar una orientación. Pero lo más significativo es, en realidad, el estatus mismo del acontecimiento. Hace un año, en el marco de BRICS+; ahora, en formato OCS+.
Por inercia, los principales acontecimientos internacionales siguen percibiéndose como aquellos en los que participan los países occidentales: Estados Unidos y los grandes Estados europeos. Es una herencia de varias décadas, en las que los asuntos globales se definían primero por las relaciones entre el Este político y el Oeste político (en la lógica de la Guerra Fría: comunismo contra capitalismo), y luego dependían de las intenciones y la voluntad de los países occidentales, los estandartes del ‘orden mundial liberal’.
Así, como cúspide del más selecto club global era considerado el G7, al cual Rusia se unió por un tiempo. El G20 se convirtió en un reconocimiento de la diversificación del mundo, una concesión del ‘establishment’ occidental ante un entorno cambiante. Sin embargo, Estados Unidos y Europa procuraban ejercer allí la máxima influencia sobre la agenda y el desarrollo de los trabajos.
En cualquier caso, las reuniones sin representantes occidentales eran vistas como algo exótico: o bien de carácter estrictamente regional o meramente demostrativas, pero sin impacto directo en los procesos mundiales.
En realidad, la situación comenzó a cambiar hace tiempo, si bien la ruptura se produjo en el último año: primero en el BRICS y ahora también en la OCS. Las reuniones de estas agrupaciones, muy distintas entre sí, se han convertido en polos de atracción para muchos Estados. Algunos consideran la posibilidad de ingresar, otros no.
Sin embargo, la mera presencia en estos foros se percibe no solo como prestigiosa, sino también como sustancialmente importante. La intensa diplomacia en los márgenes —la posibilidad de encuentros bilaterales— permite que actores que en otras circunstancias requerirían mucho más esfuerzo y energía para verse, lo logren allí con facilidad.
Es especialmente revelador que este cambio cualitativo se haya producido precisamente en el momento en que los países occidentales intentaron lograr el aislamiento de Moscú y la consolidación del resto del mundo sobre bases antirrusas. El resultado ha sido diametralmente opuesto. Y no se trata de la actitud hacia Rusia, que cada uno tiene con sus matices.
La cristalización de un fenómeno como el de una mayoría mundial está ligada a la lógica del desarrollo internacional en general. Una enorme cantidad de países no quiere someterse a la lógica política ajena: simplemente no les interesa. Se guían por sus propios criterios de conveniencia.
En conjunto, la cumbre de la OCS, al igual que muchos otros fenómenos actuales en el mundo contemporáneo, debe analizarse a través del prisma de grandes transformaciones generales. A pesar del carácter turbulento y caótico de los procesos, la dirección del movimiento es bastante clara: del sistema centrado en Occidente y sus jerarquías hacia un orden internacional mucho más diversificado.
Las razones son múltiples y se han expuesto reiteradamente, pero ahora se ha añadido un catalizador poderoso: la política de la administración de Donald Trump. Una política de una franqueza extrema: ¡el dinero sobre la mesa! Si alguien se resiste, hay que presionar y obligarlo a obedecer. Y después, de todas formas, el dinero irá a parar a Estados Unidos. Con los aliados, esta fórmula funciona casi sin fallos, lo cual da a la administración la seguridad de que podrá aplicarse al resto. De ahí la sorpresa y el rechazo de los países que no tienen compromisos político-militares con Washington: ¿de qué se trata entonces?
Sea como fuere, aquellas estructuras que en Occidente durante mucho tiempo se miraban con ironía, como artificiosas, motivadas por celos o ideología (entre ellas el BRICS y la OCS), han demostrado ser necesarias.
No solo como alternativas conceptuales a la hegemonía, sino también con fines prácticos. De ahí la intención de dotar de verdadero contenido al Nuevo Banco de Desarrollo (en el marco del BRICS) o al recién creado Banco de Desarrollo de la OCS. Aún habrá que esperar el momento en que estas organizaciones puedan competir con las instituciones de Bretton Woods, pero la dirección ya está trazada: sortear los obstáculos que levanta Occidente.
Este último no concibe un orden mundial en el que el papel dominante no le pertenezca. Todo lo que ocurre lo percibe como una amenaza, como un frente unido contra la democracia. En realidad, lo que está teniendo lugar es lo contrario: el ensimismamiento de Occidente, su paso a la autodefensiva (a veces agresiva) y, en consecuencia, a la exclusión de todos los demás. La idea de ‘no contra Occidente, pero sí sin él’, que algunos expertos defendían desde hace tiempo sin demasiado éxito, adquiere ahora sentido y perspectivas.
Por Fiódor Lukiánov, redactor jefe de Russia in Global Affairs y presidente del presídium del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia.
Escrito por hiperactivafm
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