En su poema Ajedrez, el argentino Jorge Luis Borges
definió al antiguo juego bélico como severo “el severo ámbito en que se odian
dos colores”.
Por desgracia, esa animadversión que en los trebejos es
abstracta e incruenta, tiene en otros ámbitos de la vida un carácter tangible y
brutal. El fútbol es uno de ellos, y resulta innecesario abundar en ejemplos de
ello.
También en las redes sociales parecen odiarse los colores. Y
no solo dos, como en el ajedrez, sino toda la paleta cromática. A menudo, los
foros virtuales devienen en auténticas zahurdas donde los argumentos no
cuentan, la empatía desaparece y el insulto impera.
Acostumbrados a ese tipo de intercambio, a veces parecería
que olvidamos algo fundamental: las cosas no tienen por qué funcionar de esa
manera, y merecemos una mejor convivencia.
En las últimas horas, un futbolista demostró —sin proponérselo—
que existen territorios de común entendimiento, que la violencia no es el único
lenguaje y que podemos y debemos respetar a los demás, por encima de cualquier
discrepancia.
Para lograr semejante hazaña, el nigeriano Christian Ebere no
pronunció ningún discurso ni enarboló banderas. Con una dura historia de vida a
sus espaldas, el joven demostró resiliencia y coraje, tanto en la vida como en
la cancha, valores que los uruguayos sabemos apreciar más allá del color de la
camiseta.
Así, y para sorpresa de muchos, logró algo que en el fútbol
local se ha convertido en una rareza: el respeto y el reconocimiento del
adversario, más allá de los resultados deportivos.
Tras la victoria clásica, el futbolista corrió en busca de
su hija y regresó al campo de juego con ella en brazos. Padre soltero, Ebere fue
protagonista del triunfo tricolor y lo celebró junto al ser que más ama en el
mundo. Todo ello generó una corriente de simpatía que se vio reflejada en la
nota que publicamos al respecto.
El artículo en cuestión se hizo viral acumuló decenas de comentarios.
Muchos de ellos provenían de internautas que se declaraban hinchas de Peñarol,
pero que aun así felicitaban al futbolista por su desempeño en el campo de
juego y por su peripecia vital.
“Soy manya a muerte, pero me alegro por Ebere. Eso es
resiliencia en todo el sentido de la palabra”. “No le vengan a hablar de
sacrificio a este morocho. Como hincha de Peñarol digo sin empacho que este
muchacho se merece lo vivido y más¡Salud!” “Merecido reconocimiento más allá de
lo futbolístico. Como padre lo felicito, le deseo lo mejor no sólo en el fútbol
sino en su vida”, son algunos de los comentarios vertidos por internautas, y
que reflejan el talante de la mayoría.
En un mundo en el que a veces se imponen visiones negativas y
donde la intolerancia parece ganar a batalla, estos mínimos gestos de empatía sirven
para recordar que todo es mejor si elegimos tender puentes en vez de dinamitarlos.