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todaydiciembre 15, 2025
Guillermo I de Orange, príncipe, conde, primer estatúder de Holanda y Zelanda, y líder de la revuelta neerlandesa, era una espina en el costado del rey de España. En su papel de defensor de la libertad de los Países Bajos, se convirtió en uno de los principales problemas para la corona española.
El artistócrata se movía en aguas peligrosas hasta que un día, finalmente, fue asesinado. Balthasar Gérard, un católico fanático y devoto admirador del monarca español Felipe II, descargó su pistola contra él. El asesinato sacudió Europa.
Pero lo que siguió fue todavía más estremecedor: una de las ejecuciones más crueles de la historia.
El terrible ajusticiamiento añadió a la figura de Gérard una dimensión que no debió existir, apuntan historiadores neerlandeses: la de un asesino que se convirtió en mártir.
En 1555, Felipe II recibió de su padre, Carlos V, el derecho a gobernar todas sus posesiones, incluidos los Países Bajos. Sin embargo, España mantenía relaciones extremadamente tensas con ese territorio.


Por razones tanto religiosas como políticas, los protestantes neerlandeses buscaban independizarse del dominio español, y un noble llamado Guillermo, duque de Orange, fue un importante instigador de esa lucha.
Anteriormente fiel a la corona española, el aristócrata se puso a la cabeza del movimiento libertador. En su colección de cartas y discursos de la época, Guillermo afirmaba que, a partir de 1559, se preocupó cada vez más por los planes de la monarquía española contra los protestantes.
Guillermo se daba cuenta de lo peligroso de su situación, peor no tenía otra opción. Encabezó el movimiento de oposición, lo que no solo le valió la aprobación y el respeto de la nobleza, sino también le granjeó la admiración por los habitantes de numerosas aldeas. Para ellos, Guillermo I de Orange se había convertido en un héroe nacional que, sin temor al poderoso monarca español, se dedicaba a defender los intereses nacionales de todo el pueblo de los Países Bajos.
Tras una tenaz lucha que duró unos 15 años y durante la cual los cuales Guillermo se declaró calvinista y rompió totalmente sus vínculos con España, los neerlandeses lograran la independencia. La Unión de Utrech de 1580 y el Acta de Abjuración de 1581 expulsaron oficialmente al rey Felipe II de los Países Bajos e instauraron un nuevo gobierno.
Debido a que Guillermo estuvo en una situación delicada durante mucho tiempo, su vida estuvo en peligro en diversas ocasiones.
Felipe II calificó al líder independentista de «peste del conjunto de la cristiandad y un enemigo de la raza humana» y ofreció una recompensa de 25.000 coronas a quien le diera muerte. Se sabe con certeza que hubo tres intentos de atentar contra el príncipe.


Guillermo no sobrevivió al tercero, en el que fue asesinado por el fanático religioso Balthasar Gérard (Gerards or Gerardts, en holandés). Se sabe que este nació en el reino del Franco Condado de los Habsburgo españoles, actualmente parte de Francia. Era un católico devoto y un firme partidario de las políticas de Felipe II.
Para llevar a cabo su plan, aprobado por varios monjes e incluso por el propio Alejandro Farnesio, el duque de Parma (entonces gobernador de los Países Bajos), Gérard entró al servicio de Guillermo bajo otro nombre y comenzó a preparar un plan para el asesinato.
El futuro asesino se presentó por primera vez ante Guillermo en junio de 1584 como el hijo de un calvinista francés martirizado por la Inquisición. El 8 de julio regresó y, alegando que necesitaba desesperadamente de ropa nueva, pidió 50 coronas para renovar su vestimenta.
En lugar de ello, con ese dinero compró un par de pistolas y, el 10 de julio, hizo historia disparando a quemarropa a Guillermo en el pecho.
Tanto la preparación como el asesinato en sí están envueltos de numerosos mitos, difíciles de verificar. Por ejemplo, mientras se preparaba para el magnicidio, Gérard supuestamente encontró a un soldado que le vendió una pistola y balas de forma irregular para asegurar una herida mortal. Además, se cuenta que el soldado, al enterarse de para qué se había usado el arma, se suicidó con un puñal.


Según testimonios, las últimas palabras del duque tras ser herido mortalmente fueron «Mon Dieu, ayez pitié de moi et de mon pauvre peuple» («Dios mío, tenga piedad de mi alma y de este pobre pueblo»).
Gérard escapó por una puerta lateral y corrió por un estrecho sendero perseguido por el capitán Roger Williams. Sin embargo, tropezó con un montón de basura y en seguida fue atrapado.
Se cuenta que cuando sus captores le llamaron traidor, se produjo el siguiente diálogo:
–No soy un traidor, soy un sirviente leal de mi señor.
–¿Qué señor?
–De mi amo y señor, el Rey de España.
El asesinato de Guillermo, popular y querido por los holandeses, a manos de un papista que se había ganado su favor, provocó no solo desolación, sino también un estallido de ira. Su juicio decidió esencialmente una sola cuestión: cómo ejecutarlo de la manera más dolorosa posible.
El mismo día del magnicidio, el 10 de julio, los concejales de la ciudad de Delft, donde tuvo lugar el crimen, tras enterarse de su confesión, ordenaron usar la tortura para intentar extraer más información del asesino. Este fue el comienzo de una serie de terribles torturas que Gérard tuvo que soportar hasta que la muerte lo liberó.


Gérard fue torturado durante cuatro días de las formas más crueles imaginables. Al ser interrogado por los magistrados, no manifestó desesperación ni contrición, sino más bien un júbilo sereno. «Como David», dijo, «había matado a Goliat de Gat».
Es más, el magistrado de la ciudad invitó para las torturas a un verdugo especialmente comisionado desde Utrecht, quien «se encargó» del cuarto interrogatorio.
Según Cornells van Aerssen, un estadista holandés, Gérard se mostró superior a las artes de los torturadores, soportando todos sus castigos. «Estuve presente durante la tortura del criminal, pero nunca en mi vida he escuchado mayor determinación y firmeza en un hombre. Ni siquiera dijo «ay de mí», sino que permaneció en silencio durante toda la tortura. Respondió a todos los interrogatorios con gran propiedad y cortesía, diciendo varias veces: ‘¿Qué quieren de mí? Estoy decidido a morir, incluso con una muerte cruel; no abandoné mi compromiso y lo volvería a hacer si fuera libre, aunque tuviera que morir mil veces'», recordó.
El prolongado martirio comenzó con el condenado siendo brutalmente azotado en el potro, luego atado a una mesa, con sus heridas empapadas en miel y una cabra cerca, con la esperanza de que el animal ‘impuro’ le lamiera las heridas con su áspera lengua.
Una de las torturas consistió en colgarle un peso de 136 kilos de los dedos gordos de los pies. Tras media hora, le calzaron dos zapatos de piel de perro dos dedos más cortos que sus pies. En este estado se le llevó ante un fuego. Cuando los zapatos se calentaron se contrajeron aplastando sus pies. Cuando le retiraron los zapatos, su piel chamuscada se había desprendido de la carne. Tras dañar sus pies, le marcaron las axilas. Tras esto, se le vistió con una camisa empapada de alcohol, se vertió grasa ardiendo sobre él y le introdujeron clavos afilados bajo sus uñas.
Naturalmente, nadie pensó en la dilación de un proceso. La multitud pedía ansiosa la muerte del regicida, pero a pesar de frenesí de indignación que había provocado, hubo que esperar tres días, en atención a los funerales del príncipe.


La sentencia de muerte dictada fue abominable: se decretó que la mano derecha del condenado fuera quemada con un hierro al rojo vivo, que su carne fuera arrancada de sus huesos con tenazas en seis lugares diferentes, que fuera descuartizado y destripado vivo, que su corazón fuera arrancado del pecho y arrojado a su cara y, finalmente, ser decapitado.
La ejecución tuvo lugar el 14 de julio de 1584, y el criminal soportó sus horrores con la misma asombrosa fortaleza.
Gérard subió al patíbulo entre sus dos verdugos. Aún tenía los pies lastimados por la tortura del interrogatorio del día anterior. Sin embargo, caminaba con paso rápido, miraba a su alrededor con alegría y parecía tranquilo. En el cadalso, fue atado a un poste, donde podía ver todos los instrumentos requeridos para ejecutar la sentencia: el hierro al rojo vivo con el que le cortarían la mano derecha, las tenazas con las que le arrancarían pedazos del cuerpo y el banco donde lo descuartizarían.
Cuando los verdugos lo desnudaron y ejecutaron la primera fase de la sentencia: cortarle la mano derecha. Gérard no emitió ningún sonido, incluso levantó la extremidad mutilada con cierta solemnidad, como diciendo: «Miren, ese fue el brazo que usé». También soportó el desgarro de trozos de su carne con tenazas calientes sin un solo grito, según Van Aerssen, quien fue testigo presencial. El hedor era espantoso. El condenado recitaba oraciones y cuando tuvo que ir al banco para ser descuartizado, fue por su propio pie.
La lucha por la causa de Guillermo continuó durante otros 60 años, hasta que finalmente se resolvió con la firma de la Paz de Münster por la República de los Siete Países Bajos Unidos y España.
A pesar de todo lo que sufrió por magnicida, Gérard dejó a su familia una herencia formidable. Cumpliendo las promesas del duque de Parma, el rey Felipe II le entregó las antiguas tierras de Guillermo en tres provincias francesas (en lugar del dinero prometido) y concedió a los hermanos y descendientes del asesino un título nobiliario.
Los verdugos también recibieron una remuneración muy elevada por su trabajo de tortura y ejecución: una cantidad veinte veces superior a la que se pagaba habitualmente por una ejecución sofisticada.
Escrito por hiperactivafm
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