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Noticias Nacionales

el Uruguay sin la gloria de Maracaná

todayjunio 9, 2024

Fondo


Una pobreza gris, la contracara de la “pobreza romántica” a la que suelen referirse los candidatos políticos, una miseria consolidada que prometen combatir todos los gobiernos, que es además “el líquido amniótico” de por lo menos tres generaciones criadas en la marginalidad, donde han caído como una maldición el consumo y el narcotráfico.

“Vengo de la cabeza…”

“El Yonha” era incorregible para su maestra; aunque comprendía los motivos de sus constantes inconductas (el tercero de seis hermanos de distintos padres, una madre adicta), lo que más le preocupaba eran los niveles de agresión hacia sus compañeros, el insulto hacia ella y la directora ante la menor observación y las constantes “ratas” en horario escolar donde los vecinos lo veían deambular por el puertito Greco en Santa Catalina, acompañado de otros más grandes.

La trazabilidad del “Yonha” no es muy distinta a la de otros gurises con sus mismas carencias materiales y culturales; el entrar y salir de la casilla sin horarios preestablecidos con la panza con la única comida de la escuela (a esa sí no faltaba) se convirtió en su “trille” habitual, luego juntarse en las esquinas a pedir unas monedas, socializar en el consumo de las primeras sustancias, disputar espacios a lo malevo en yunta con su hermano, “colarse” de pesado en las canchas para ir a ver a Cerro y empezar a arrebatar alguna cartera, algún celular, para hacerse unos pesos para seguir consumiendo.

Habitué de una de “las bocas” y con varias demostraciones de coraje junto a su hermano, “el Kevin”, las puertas de ese fugaz venturoso futuro que dura 10 minutos, una semana, un año, en definitiva hasta recibir un primer disparo certero, se le abrieron cuando los “Ricardito” los reclutaron como “perros”.

Primero fue salir a vender algunas “lágrimas”, luego campanear “la boca” y cuando se ganaron la suficiente confianza en ese universo de lealtades efímeras, salir a cobrar deudas de “la boca” o amedrentar las vecinas y vecinos “antichorros”.

Cobrar deudas implica una larga lista de tareas; desde ir a cobrar a la familia del deudor, obligarlo a robar, tenerlo secuestrado en “la boca” hasta que paguen la deuda o, en una cultura donde la diferencia entre una mala vida y la muerte no tienen fronteras, pegarle unos tiros donde se encuentre, y si hay chance de captura, “quemarlo” a tiros o “picarlo como un queso” y luego quemar el cuerpo para borrar evidencias.

Pólvora sobre ruedas

Con 16 años los hermanos se han hecho de una 125 cc; desde ella se cumplen las tareas de “la boca”, se huye a veces tiroteo mediante de la policía, se gana la minita del barrio.

“El uniforme” es sencillo: gorra con visera y una capucha del buzo canguro o campera deportiva; “el perder con la cana” de su jefe, El Ricardito, sumado al poder de fuego de las nuevas armas adquiridas (unas subametralladoras Uzi) despertaron en los hermanos la peor de las ambiciones en esta carrera contrarreloj por aprovechar lo que quede de vida.

A base de un buen poder de fuego y aumentando los niveles de violencia fuera y dentro del grupo, los hermanos empezaron a ocupar el lugar de su antiguo jefe para pasar de ser “perros” a capos, adueñándose del control de las “bocas” y de la red de microtráfico.

Motos y autos robados en las calles son la caballería de este ejército que además ya no duda en ejecutar deudores o traidores en plena vía pública aunque estén rodeados de gente y quedarse con las casas de las familias de deudores, de antichorros o de alguna buena ubicación en el barrio para instalar una boca.

Guerra de zanjas

La historia de los gurises del Maracaná no es muy distinta a la que acabamos de relatar; ranchos de chapa en la zona de la cañada, sin caminería, con zanjas que corren a los costados de improvisadas calles de barro, algún cable que lleva luz enganchado del tendido eléctrico, algún caño de agua siempre perdiendo forman parte del paisaje.

Los cuatro narcos que se disputan el control en este barrio de nueve mil personas entre la R1 y Camino Cibils necesitan ampliar fronteras, copar nuevas redes de tráfico y territorios.

Una 9 mm. en la cintura, zafar luego de unos tiroteos con los milicos, algún ajuste de cuentas no aclarado y la convicción de que ganar o perder es cosa de todos los días, lleva a que unos pibes del Maracaná estén de “vivos” y rapiñen “la boca” de la nueva banda que desplazó a Ricardito y ya controla el Casabó y Santa Catalina.

Esa rapiña fue la firma de su sentencia de muerte; una vez ubicada la precaria vivienda en el Maracaná Norte, un pequeño escuadrón fue a ejecutar la condena. Fueron por cuatro pero se encontraron con ocho personas dentro del rancho; mala suerte, no hay tiempo para cambiar la decisión; algo más de 108 disparos acabaron con la vida de cuatro personas, entre ellos un niño de once años que en mala hora fue a jugar a la playstation, y un quinto que aún se debate entre la vida y la muerte en un CTI; los otros tres zafaron de milagro.

En las culturas que se vienen instalando uno de los conocidos como “los gatilleros” fue velado en lo que se conoce como un “narco velorio”.

Con una nueve en mano hasta los dientes

vamo’ armado vamos re locos bien jugados robando bancos y mercados.

Nos sigue el patrullero pintaron lanchas y abren fuego se armo el quilombo el tiroteo vamos a ver donde hay más huevo.

Llegamos los pibes chorros manos en alto queremos ver, si sos anti chorro vas a perder.

(Pibes chorros)

Una velita de luz

Olga Correa, popularmente conocida como “Olguita del Maracaná”, hace más de 30 años que vive en el barrio. Desde hace un tiempo está al frente del Centro Social Somos la Luz, en una expoliclínica de ASSE que estaba abandonada, y hoy es un digno local donde se desarrollan actividades para niñas y niños, se imparten clases de boxeo gracias a la colaboración del boxeador cerrense Caril “Ratón” Herrera, y con el alquiler del local para cumpleaños se solventa algún gasto.

Desde Civil y casi R1 se ingresa por la primera al norte unas cuatro cuadras hasta calle 3 y al lado de la escuela de tiempo completo queda el local de Olguita.

Hacia la zona de la cañada aún se puede ver la presencia policial de la Guardia Republicana como restos de la política de saturación luego de los incidentes donde murieron cuatro personas, como si militarizar el barrio pudiera dar solución a décadas de miseria y exclusión.

Olguita, de 70 años, nos cuenta de su empecinada vocación de asistencia social: “Yo vivía en Cibils, que es la principal. Y ahí yo tenía una casa humilde. ¿Cuál es mi trabajo? Soy un despiste. O sea, me gustan los chiquilines de la calle, me gustan los niños de la calle. Me gusta mucho trabajar con los adictos, los chiquilines consumidores también, porque entiendo que eso es un problema que escapa a lo que se les hace ver. Dicen droga y delincuencia. No, droga es enfermedad. El delincuente es el vecino que compra lo que él robó. Yo trabajé en Comcar de voluntaria tres años. Y también, por ejemplo, cuando desaparece un niño del barrio, ir a ver por qué, dónde está, e ir a verlos a algún hogar del Inau después, como un seguimiento. El tema de internar drogadictos también, internarlos e ir. Ahora ya no se está trabajando tanto con ese tema, porque antes los chiquilines pedían más ayuda, porque cuando tocaban fondo era simplemente por droga. Pero ahora tocan fondo por droga y aparecen otras cosas que los motivan a no buscar ayuda, ¿me entendés?”.

Conocedora profunda del barrio, Olga cuestiona la imagen que enseguida los medios empezaron a pintar de Maracaná Norte: “La gente grande como nosotros se instaló, armó el barrio y después vinieron los hijos. Los hijos crecieron. Entonces si mamá tiene un pedazo de terreno, los hijos construyen. O estaba el tema ahora como que en Maracaná Norte hay dos barrios en uno, de Cibils hasta La Vía y de La Vía hasta la cañada. No por delincuencia ni por nada de eso. El barrio Maracaná Norte no es lo que te están vendiendo en el informativo, no es cierto. El Maracaná Norte es un barrio de gente trabajadora. Hay ciertas cosas que están perjudicando. Eso es contagioso. Tal vez la televisión esté mostrando mucha película”.

De un local en escombros Olga realiza la magia de convertirlo en un centro de atención para el barrio: “Lo que te voy a decir lo podés poner con letras grandes en el diario. Me encanta el desafío. Fui a hablar con el alcalde del momento (Gabriel Otero) y le dije: ‘Usted esto me lo va a dar porque me corresponde. Usted es el alcalde de nuestra zona’. Buena onda era Gabriel. Le pedí 100 bolsas de Portland, 300 chapas, no sé cuántos fierros. Les pedí todo. Me faltaban solamente camiones de pedregullo y camiones de balastro. Y eso lo conseguí por el Rotary Club. Cuando el alcalde nos dona todo, metemos todo acá adentro y digo que voy a tener que dormir arriba de la bolsa de Portland y todo lo demás, porque nos van a robar todo. No nos tocaron nada porque es de la Olguita. Está la tía Cachi, está Daniela, está Fiamma, está Lorena, o sea, toda gente que está pero es de la Olguita. Dije ‘¿y ahora cómo levantamos el gimnasio?’. Tenemos todo y no tenemos nada. Ahí nos enteramos que está el Fondo Social de la Construcción. Fuimos para allá, los trajimos acá. Dos veces por semana venía la Brigada Agustín Pedroza. Tres o cuatro años hará que tenemos esto. Ellos venían los miércoles y los sábados. Y me salvaron hasta en eso. Porque yo digo que Dios está en todas las cosas que a mí se me ocurren. Porque el sindicato los miércoles mandaba la comida para el personal y para nosotros. Era una fiesta trabajar, era algo insólito, increíble lo que estaba pasando”.

En base a su empuje Olguita, que ya había pasado por la dura experiencia de una olla popular cuando la pandemia, logró que los oftalmólogos cubanos vinieran al barrio.

“Todavía dentro de nuestra humildad logramos que vinieran los médicos cubanos. Éramos re humildes. Si esto es humilde, no te hacés una idea de lo que era cuando vino esa gente acá, los médicos cubanos. Atendieron a 99 personas y a 20 nos operaron gratis. Cuando dijeron ‘vienen los profesionales’, así como dicen ustedes, ¿no? Yo no soy muy pulida para hablar, pero sé que se me entiende. Dije ‘pero si son cubanos, Olga, vos no le podés dar una hamburguesa’. Pobre, pero no tonta. Comida cubana, re lindo. Buscamos en el barrio, tenemos una señora que vive ahí, que trabaja en un hogar donde son cubanos. Y ella hizo la comida. Yo le dije ‘está todo bien hacer la comida para los cubanos, pero a mí me hace milanesa para mí, para mi gente’. Comimos ahí en ese soñado, porque no hay imposible”.

Los gurises que participan de las actividades que impulsa Olga encuentran un espacio que, entre otras cosas, los libera por unos segundos de las pesadillas cotidianas.

“Hay niños que usan el boxeo. Ellos vienen a boxeo con la idea de descargar la bronca que tienen. Entonces vos ahí tenés que empezar a trabajar con el chiquilín, porque le pega, porque me va a romper la bolsa. Yo eso lo aprendí de una niña de 14 años que dijo ‘yo le voy a pegar hasta el tercer round’, en una exhibición que se hizo. Porque ella en el tercer round veía a su madre. ¿Qué es un niño difícil? Por ejemplo, un niño de seis años que lo haya violado su mamá. ¿Te cabe eso en la mente? Perdimos una familia de acá que lo único que lamenté fue eso, que era una familia mía. Niño difícil es mi niñita, la de boxeo. Ella tiene siete añitos. Porque vaya a la escuela si ella tiene siete añitos, su hermano tiene seis. Fueron violadas por su mamá. O sea, date cuenta lo aberrante que fue lo que pasaron los niños. Esos niñitos son nuestros, son re difíciles. A su vez tenemos a Pamela, que es la tía de esos niñitos. Pamela, retardada, va a una escuela especial al Paso de la Arena. Ahora ya tiene 15, pero hace tres años que está con nosotros. Acá a la vuelta tengo dos niñitos: una niña de cinco años, su hermanito, siete. Papá y mamá adictos a las drogas ambos. Por lo tanto la madre hace calle en la noche para consumir. Salen y ella desaparece. Y aparece cada tanto. La última vez que apareció, apareció embarazada. De ahí nació un bebé, una niña. La mamá y el papá bajan por una escalera y salen a hacer calle. Acá abajo vive D…, que es mi niñito, y su hermanita con su abuela y su abuelo. Ahí venden drogas, ahí compran cosas robadas. O sea, no es lo mejor para los niños. Pero yo no puedo perder a mis dos niñitos”.

Los ojos de Olga se llenan de lágrimas cuando le pregunto por la época de la pandemia y las ollas, toma aire y cuenta: “La gente no entendió que la pandemia no pasaba solo por la gripe. No me jodas. La pandemia pasó por el hambre. La pandemia pasó por cantidad de cosas que la gente no entendió. La gente no entiende lo que es vivir. No soy una teóloga. Es una cuestión de lógica. Mientras nosotros internamos a alguien por el tema de la pandemia, atrás quedan tres en una familia, cuatro en una familia, que no están con la pandemia, están con el estómago vacío. Instalamos la olla en mi casa y fue hermoso. Fue hermoso porque fue una familia. Yo siempre trato de rescatar eso, ¿no? No tanto el tema de darle de comer a alguien, sino ser una familia. El niñito que mataron ayer era nuestro”, se refiere al niño de once años que murió acribillado.

La mirada institucional

Juan Carlos Plachot es el alcalde del Municipio A. Su visión teñida de realidad es bastante pesimista sobre aplicar como única solución medidas represivas.

“El entramado social se ha deteriorado en los últimos años y todo a raíz de la gran pobreza que está existiendo en muchos niños, muchas madres con muchos hijos, en viviendas que son inadecuadas, o sea, viviendas que no tienen casi techo, piso de tierra, y ahí está empezando a generarse una violencia desde el propio hogar. Todo eso sumado a de repente esa gente, esos niños, adolescentes y madres que ven que desde el Estado no tienen realmente un apoyo, o sea, un acercamiento para poder ir mejorando su situación, se va generando una rabia interna que a medida que van creciendo va repercutiendo y terminan en hechos violentos o en delincuencia o en narco, en lo que se les ponga a mano a ellos”, empieza poniendo en contexto el alcalde.

¿De cuánta población estamos hablando en Maracaná?

En Maracaná actualmente debe haber unas 6 mil o 7 mil personas. Es grande y ha ido creciendo al fondo de Maracaná, al fondo contra la cañada, toda esa zona donde pasaron estos hechos, ahí se han ido amontonando las viviendas. Claro, es imposible que se permita un servicio desde la Intendencia o del municipio para poder adecuar todo ese funcionamiento dentro del barrio.

¿Para esa zona hay previsto algún realojo?

Para Maracaná Norte hemos reclamado porque hay una cantidad de viviendas que tienen que ser realojadas porque no pueden vivir al lado de la cañada, en esos lugares es imposible. Nosotros hemos tratado de dar apoyo en caso de techo roto, gente que tiene niños, le hemos facilitado chapas, tirantes, algún material, pero le aclaramos bien que es una solución paliativa a la situación, o sea, la situación de ellos tiene que ser realojado sí o sí, porque no pueden estar viviendo en esas condiciones.

Si uno mira en su contexto, y solamente detengámonos en Maracaná Norte, en realidad hay una presencia del Estado bastante fuerte. Si uno contempla que hay centros CAIF, hay incluso Casa Joven, hay como una serie de instituciones del Estado que están presentes allí. ¿Qué es lo que pasa con esa suerte de inversión que se vuelcan en esa zona y, sin embargo, está desperdigada?

Lo que pasa es que las atenciones, las políticas del Estado están sobre la parte mejor ubicada de Maracaná Norte hacia Cibils. Hacia el fondo de Maracaná está más desprotegido. Están en una zona que si no es por gente solidaria que pone un merendero allá al fondo, contra la cañada, está bien difícil. Hay un merendero al que hace poco le facilitamos las chapas y materiales para mejorarlo, pero que, claro, crece la cañada y están bajo el agua, y ahí atienden a una cantidad de niños en el merendero. También está Olga Correa, también tiene niños ahí que no son apoyados por el Estado, o sea, son con impulso personal y con apoyo de los propios vecinos.

¿Usted cree que habría que, de alguna manera, tratar de que todos esos esfuerzos, que parecen medios disgregados, se junten en una política pública?

Yo creo que acá tendríamos que sentarnos todas las partes, todas las instituciones, municipios, incluido intendencia, el MIDES y entre todos armar una política que pueda apuntar a mejorar las condiciones de vida de toda esa gente. El problema es que se picotea por un lado o por otro, y no se hace un trabajo global. Y en estos casos, por lo general se va directo a la represión para solucionar los problemas. Y el problema es que la represión tiene que estar por un lado, pero tiene que estar acompañada de un montón de políticas de distintos ministerios, de distintas instituciones, para poder mejorar la situación en el conjunto de la población. Maracaná debe tener el 95 % de gente de trabajo. Lo que pasa es que el 5 % ese que es el que delinque en esas acciones, claro, le ponen como una zona roja a todo un barrio, que yo me imagino la dificultad que tienen los mismos trabajadores, los estudiantes, de trasladarse de Cibils hasta el fondo de Maracaná en la noche que van. Yo he sentido casos en que se juntan cinco o seis vecinos para ir todos juntos para evitar de que los rapiñen o los roben.

¿Alcanza con eso en el actual estado que parecería de deterioro de algunos sectores sociales acá?

Yo creo que no hay ninguna solución mágica que pueda levantar de golpe un barrio como ese y como otros tantos que tenemos. Pero yo creo que hay que empezar a trabajar en ese tema porque estamos perdiendo niños que van creciendo en esos ambientes y que dentro de unos años vamos a tener una generación, no sé, la mitad de la población va a estar en un ambiente como les está pasando a ellos. Y por eso es tiempo de empezar a sentarnos y decir ‘bueno, vamos a empezar a armar política, no a corto plazo, porque va a ser imposible, pero por lo menos a mediano y a largo plazo, de ir encaminando este problema social que existe en la población más vulnerable’.

¿Qué valoración usted hace de la gestión en este último tiempo del Ministerio del Interior y las políticas hacia el territorio?

Nosotros hemos tenido constantemente reuniones con vecinos, todos los barrios nos han planteado las mismas inquietudes de la inseguridad que están viviendo, del miedo que tienen de salir de noche de sus casas. El Ministerio ha escuchado eso, no puedo decir que no ha escuchado, lo ha atendido bien, pero en realidad las respuestas que se han dado son puntuales, un patrullaje, un patrullero que dé una vuelta por el barrio.





Fuente

Escrito por hiperactivafm


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