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Sin entrar a minimizar la posición de los jueces, no parecieron razonables las medidas adoptadas y las exigencias establecidas respecto a lo que finalmente consiguieron con la AUF. Apenas algún policía de escolta y unas mangas de protección cuyas dimensiones han sido motivo de burlas y críticas en diversos ámbitos. Pero más allá de los pormenores, lo cierto es que el Campeonato Uruguayo otra vez se vio alterado.
Esta situación fue la antesala del partido más importante del fútbol uruguayo, el clásico. Con una paralización del fútbol apenas unos días antes, las previsiones en materia de seguridad deberían haber tenido otra rigurosidad y profesionalismo. En una medida inexplicable, el Ministerio del Interior pidió que el partido se jugara un viernes de la Semana de Turismo y en un horario atípico para un partido entre semana, a las 16 horas.
El planteo de las autoridades del Gobierno tenía que ver con que supuestamente se podían generar más garantías para que el espectáculo se desarrollara con normalidad y con la seguridad correspondiente. Sin embargo, el operativo de seguridad montado por el Ministerio del Interior fue desastroso. Para empezar, las llegadas de los equipos fueron mal planificadas y, sobre todo, no se tuvo la visión suficiente para adelantarse a posibles problemas que pudieran surgir al respecto.
El primer escollo surgió a la salida de Nacional del hotel Hilton Garden Inn, cuando parciales del equipo tricolor fueron a despedir a sus jugadores y se amontonaron, lo que impidió que el ómnibus con el plantel de Nacional pudiera salir en hora. La falta de previsión policial y la no actuación en las afueras del hotel generaron un retraso importante del bus. Esto derivó en que ambos ómnibus, tanto el de Nacional como el de Peñarol, llegaran prácticamente al mismo tiempo al estadio Campeón del Siglo.
Esta situación terminó afectando el arribo del ómnibus tricolor, que tuvo que entrar al estadio de Peñarol pasando a escasos metros de la parcialidad carbonera que se había aglutinado para saludar y recibir el ingreso de su equipo en las afueras del estadio, apenas unos minutos antes.
Pero lo más grave de todo fue la falta de previsión para que la salida de la hinchada de Peñarol se hiciera rápidamente una vez culminado el encuentro, o, en el peor de los casos, inmediatamente después de que se retirara el bus con el plantel tricolor.
El informe de seguridad de la AUF señala que “Nacional tardó 25 minutos en retirarse, cuando debía hacerlo en máximo 10 minutos. Los dos jugadores del antidoping demoraron y tenían armado previamente, y como sucede en copas Conmebol, irse en una van cerrada particular y un coche de la Policía de escolta. El plantel de Nacional decidió esperarlos, generando todo lo que ocurrió después”, explica el informe.
Lo llamativo es que los delegados de seguridad de la AUF y del Ministerio del Interior no movieron un dedo para que se cumpliera el protocolo establecido, o, en su defecto, para que se aplicara un “plan b”, que podría haber sido retener al plantel de Nacional y proceder a evacuar el Campeón del Siglo. O retirar a los jugadores visitantes dentro del plazo pautado y, luego de realizados los controles de antidopaje y de culminada la salida de la hinchada locataria, sacar a los jugadores de Nacional en una camioneta debidamente protegida para tales efectos.
De acuerdo a la venta de entradas y estimaciones por el ingreso de menores de 10 años, el aforo del estadio aurinegro, estuvo en el entorno de las 45.000 personas. Está en la tapa del libro de cualquier procedimiento policial que implique el manejo de grandes concentraciones de personas, que se debe priorizar la evacuación de lo masivo, liberar instalaciones y asegurar la circulación por calles, caminos o rutas.
La tendencia mundial en materia de seguridad es reducir al máximo posible el tiempo o la duración de las concentraciones masivas, por diferentes motivos. A nivel internacional el terrorismo es una de las principales amenazas, y por eso tienden a reducirse los tiempos. En el caso de Uruguay, el terrorismo parece ser es un factor que se ve lejano; sin embargo, la lógica del razonamiento sirve para pensar en otros episodios que supongan riesgos y dificultades, como puede ser un foco de incendio, una intoxicación o una falla estructural de la infraestructura edilicia.
Sin ir más lejos, por algo el propio reglamento de seguridad de la Conmebol 2023, en su artículo 32 establece, respecto a la fase de evacuación de los estadios, el “proceso de salida del público asistente del escenario deportivo desde el interior hacia el exterior del mismo. Entre 10 a 20 minutos, salvo orden de salida del público visitante”. En este caso, el partido no tenía público visitante, lo cual evidencia el mal manejo de toda la situación en materia de seguridad por parte del Ministerio del Interior y la AUF.
El operativo policial se vio desbordado por la impaciencia de un puñado de hinchas de Peñarol que comenzaron a forzar la salida de la tribuna Cataldi. A partir de ahí, se dio inicio a una represión policial pocas veces vista en los espectáculos deportivos, teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de los aficionados carboneros nada tenían que ver con los disturbios. Balas de goma, palazos, corridas, embestidas de caballos y motos sobre la gente que solo buscaba retirarse del estadio, al que había llegado al menos 4 horas antes de que sucedieran estos tristes episodios de violencia policial.
El pésimo resultado del operativo clásico solo se puede explicar por dos motivos, o la inoperancia del Ministerio es total, o lo que se está buscando es quitar de una vez y para siempre que los partidos clásicos se jueguen en los estadios de los respectivos locatarios. Cualquiera de las dos opciones es terrible para el país, pero mucho más grave la segunda, porque supondría una premeditación de los jefes del operativo para perjudicar a un club de fútbol y, peor aún, a la gente, que es en definitiva la que sostiene el fútbol.
Lo llamativo es que la mirada corta, muchas veces impregnada en los distintos clubes deportivos, no permite comprender la situación global y enfrentar los problemas de fondo de manera mancomunada. La ventaja no la saca ni Peñarol ni Nacional, pero los costos de este tipo de prácticas alejadas del profesionalismo erosionan el fútbol, y eso sí afecta a todo el fútbol.
Más allá de las declaraciones de uno y otro lado por parte de los presidentes de los equipos grandes, de las chicanas y los chistes, que son válidos en un ambiente de convivencia, termina perdiéndose lo sustancial y lo estratégico. Lo que debería estar sucediendo hoy es que los dos grandes del fútbol uruguayo estuvieran poniendo un freno a la intromisión del Ministerio del Interior en las decisiones deportivas y futbolísticas. Y, sobre todo, rechazando cualquier tipo de exabrupto contra las parcialidades. El viernes fue con la hinchada de Peñarol, en el futuro puede ser contra la hinchada de Nacional o la de cualquier otro equipo.
Vale recordar que lo que hoy está sucediendo es también en parte por responsabilidad de ambos clubes. Peñarol tendría que haber tenido una posición mucho más firme cuando un hincha de su equipo murió en las inmediaciones del estadio Campeón del Siglo, en circunstancias que todavía se desconocen y que aún se investigan por parte de la Fiscalía.
Por su parte, Nacional no termina de comprender que los ataques que recibe Peñarol defendiendo su localía son elementos que le pueden jugar en contra a la propia institución alba cuando quiera hacer uso de sus instalaciones para recibir a público visitante, tanto en el ámbito local como en lo internacional.
El fútbol está siendo rehén de disputas, malas decisiones e incompetencias que afectan la principal pasión de los uruguayos. Es hora de que se mande a parar con estas actitudes.
Escrito por hiperactivafm
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