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Apelando, justamente a esa hegemonía de lo breve y adictivo, no hay más que aceptar que la “experiencia snack” domina la antes llamada pantalla chica y está causando serios problemas a la pantalla grande.
Con la aparición y auge de las plataformas de streaming, más la masificación del uso de celulares inteligentes, lo que antes consumíamos como televisión cambió radicalmente. Series, documentales, largometrajes de ficción, realities, y otros tantos formatos se tuvieron que amoldar a los nuevos hábitos. Y la adicción pasó a ser una razón de ser: ¿quién no ha mirado de un tirón (o en una sentada) una temporada entera de alguna serie?
Este fenómeno, a la vez, debe mirarse (y analizarse) desde otra perspectiva. No solo hubo un cambio tecnológico y una búsqueda en otro tipo de narrativas. El asunto es que también cambió el modelo del negocio. Y lo que “funciona” paras las mega empresas que controlan el mercado audiovisual se convierte en regla: cuanto más adictivo, mejor negocio, y si es adictivo y breve, es dos veces bueno. Así las cosas, consumamos más series con temporadas más cortas y capítulos “rapiditos”.
Los madrugadores saben que ya no es extraño encontrar en el transporte público a otros usuarios absolutamente concentrados, absortos, en sus celulares. Una conducta que no solo se aplica al visionado de posteos en redes sociales, sino también a las nuevas estrellas, los reels y shorts, e incluso hasta el visionado de algún capítulo de una serie en Netflix, Prime, HBO o cualquier otra plataforma.
Tal forma de consumo, han señalado especialistas y críticos de medios, devino en formato y hábito. La tecnología de los llamados celulares inteligentes permite que, además de “mirar la tele” en casa, se pueda consumir estos productos en cualquier lado, sea en el ómnibus o en la sala de espera del médico.
Para que esto sea funcional, tales realizaciones tienen entonces que ser breves y capaces de atrapar la atención en pocos minutos. No es lo mismo si un episodio dura una hora que si dura 25 minutos. Y si en esos “ideales” 25 minutos (un viaje promedio hasta el Centro de Montevideo desde cualquier otro punto de la ciudad) la narrativa y el despliegue audiovisual resulta fascinante, tenemos un negocio redondo y una ingente cantidad de “adictos a las pantallas” atrapados hasta el final del viaje. (Ni te cuento si te llevás el celular al baño).
Ahí está el snack: las papas fritas de bolsa con colores brillantes que se comen “hasta reventar” y sin importar el precio que hay que pagar.
Semejante fenómeno, que se ha afirmado en los últimos años, da cuenta de cómo nos relacionamos con los desarrollos tecnológicos y también de lo “avispadas” que están las empresas que, “muerta” la vieja televisión por aire y también por cable, sus negocios descubren nuevos filones rentables.
Estas empresas están atentas a cómo evolucionan estas formas de consumo, y la apuesta a la brevedad es cada vez más radical. Los usuarios de plataformas ya habrán notado que Netflix (sobre todo Netflix), y luego otras, han incorporado al rubro series una nueva tanda de producciones cuyas temporadas ya no se ajustan al anterior modelo de 13 o pocos más episodios. Incluso ya no hay nuevas series que “pinten” para tener una veintena o treintena de temporadas, como antes tuvieron, por ejemplo, “La ley y el orden” o “Los Simpson”. Ahora con dos otros ciclos de pocos capítulos, la cosa se resuelve y a buscar otro snack.
En este contexto, uno de los géneros que más ha sufrido (o ha tenido) cambios fue el de la tradicional telenovela, que desde hace algunos años ha ganado espacio en los catálogos por streaming. Así, aquellos históricos títulos, como “Café con aroma de mujer” que a mediados de los años noventa tuvo en pantalla (chica) 317 capítulos, en la versión nueva, de 2021, y que puede verse en Netflix, solo tiene 92 capítulos. En Prime tenemos otro caso, el de “La usurpadora”, que en esta versión, de 2019, tiene 25 capítulos, pero en la que se vio por televisión abierta hacia 1998 tuvo 120.
La “vieja” serie “La ley y el orden”, y sus spinoff, se convirtió en un clásico del género policial gracias a sus elencos y a inteligentes y creativos guiones. Un proyecto que marcó época, generó legiones de seguidores y, como “La ley y el orden: unidad de víctimas especiales”, supero la veintena de temporadas.
En estos tiempos, esto sería impensable, aunque valga la pena revisitar todos sus ciclos. De esto, sin embargo, no puede proponerse un análisis lineal ni maniqueo. Las nuevas producciones, con episodios más breves y temporadas más cortas, se vuelven adictivas no solo por la variable tiempo sino también porque sus creadores, sus guionistas, sus directores, sus técnicos, ya abrevan de una historia de calidad que puede rastrearse hasta comienzos de los noventa, con las pioneras incursiones en la pantalla chica del maestro David Lynch (“Twin Peaks” es el ejemplo paradigmático).
Para tales nuevas realizaciones se ha agudizado la creatividad en los despliegues técnicos en lo audiovisual, y sus narrativas resuelven en 25 minutos, o menos, complejas historias que son capaces de atrapar la atención y generar interacciones significantes potentes (sobre todo del tipo emotivo-afectivo). En este campo, si hubiera que hacer un ranking, el morbo y la acción quizás ocupen los primeros lugares.
Esta creatividad “le viene bien” al negocio. Y las empresas están sacando los mejores réditos. La adicción es problemática, el asunto es que a veces es rendidora; lo que falta es el recurso crítico para generar distancia y análisis, algo que las plataformas, como buenos adalides del capitalismo, pronto intentarán disciplinar.
Escrito por hiperactivafm
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