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todaynoviembre 10, 2025
Hace mucho, mucho tiempo —casi como si hubiera sido ayer— se les prometió a los ucranianos que, si moría un número suficiente de ellos en una guerra por el poder de Occidente contra Rusia, entonces, en un futuro mal definido y probablemente lejano, a su país —o lo que quedara de él— se le autorizaría entrar en la OTAN. Ahora se considera de mala educación mencionar esa promesa, porque Occidente, en efecto, la ha roto, mientras pide a los ucranianos que sigan muriendo, preferiblemente durante unos años más.
Si lo pensamos bien, además de una larga historia compartida y considerables afinidades culturales y lingüísticas, hay otra cosa que rusos y ucranianos tienen en común: que se les ha mentido descaradamente sobre la OTAN. A Moscú respecto a la expansión que se suponía que no ocurriría y luego ocurrió, y a Kiev respecto a la membresía que se suponía que ocurriría y luego no ocurrió. Digan lo que digan sobre Occidente, a veces sus estafas tienen una simetría casi elegante.
La diferencia entre Ucrania y Rusia es, por supuesto, que Rusia ya ha aprendido a no aceptar más esas patrañas y a responder con firmeza. A veces ser descortés es la única manera de ser honesto. Y sin recordar la promesa inicial de membresía en la OTAN para Ucrania, no se puede entender lo que está ocurriendo ahora entre la UE y Kiev.


No, no estamos hablando de los diversos turbios planes de la UE para inyectar aún más dinero en la devastación de la guerra por el poder en Ucrania, ya sea mediante un extraño ardid con activos rusos congelados que, en última instancia, cargará el costo sobre los contribuyentes europeos, o mediante planes de préstamos algo más directos —técnicamente hablando— que también cargarán el costo sobre los contribuyentes europeos y que ahora se están filtrando y lanzando como globos sonda.
El dinero importa, por supuesto. Muchísimo, en realidad, dado que Kiev, según el FMI, se enfrenta a un déficit presupuestario de 55.000 millones de euros (64.000 millones de dólares) solo para los años 2026 y 2027, y la UE estima que los costos de reconstrucción en la posguerra (cuandoquiera que llegue) alcanzarán los 850.000 millones de euros (982.000 millones de dólares) y siguen creciendo. Pero el dinero es simplemente lo que Ucrania recibe para seguir funcionando —y consumiéndose— como un apoderado.

Sin embargo, hay otro aspecto de la UE. También ha servido la otra gran pseudoutopía prometida a los ucranianos para hacerlos luchar por la muy mal concebida geopolítica occidental. De hecho, junto con la sobreextensión de la OTAN, las aparentes perspectivas de la UE han estado en la raíz misma de la actual catástrofe de Ucrania. La negativa de la UE a negociar con Kiev un acuerdo de asociación que acomodara los vínculos de Ucrania con Rusia desencadenó la crisis de 2013-2014, que finalmente llevó a la guerra que Ucrania está perdiendo ahora.
Mientras tanto, a Kiev se le ha ofrecido otra recompensa futura para mantenerlo en marcha: la plena membresía en la UE. Desde junio del 2022, tiene el estatus oficial de candidato. Igual que esa membresía en la OTAN, que ya ha sido discretamente archivada, esta promesa es también central para los verdaderos objetivos de guerra de Ucrania.


Para recordar cuán central es, basta con hacer un pequeño experimento mental: a finales del 2021, Moscú ofreció un acuerdo integral que podría haber evitado la escalada del 2022. Occidente lo bloqueó. Ahora imaginemos un contrafactual: ¿qué habría pasado en Kiev si Occidente hubiera declarado también que Ucrania no entraría en la OTAN ni en la UE, ni hoy ni mañana?
Exactamente: es probable que, en ese momento, incluso el régimen de Zelenski hubiera vislumbrado la realidad, reparado la relación con Rusia (por ejemplo, tomándose en serio por fin el camino hacia la paz de Minsk II), y evitado una guerra para la cual no se ofrecía ninguna recompensa occidental, ni siquiera de mala fe.

Agua —o más bien sangre— pasada, cierto. Pero solo sobre este telón de fondo se puede ver por qué las tensiones actuales entre la Comisión Europea y Kiev son tan importantes, aunque muy poco reportadas en los medios dominantes occidentales.
La Comisión Europea acaba de publicar su ‘Informe Ucrania 2024’. Formalmente como un documento de trabajo de los servicios de la Comisión, producido por la Dirección General de Ampliación y Vecindad Oriental bajo la comisaria Marta Kos, esto puede parecer un ejercicio bastante técnico de contabilidad burocrática. Nada más lejos de la realidad: es obviamente un documento altamente político. Y ahí está el quid.
Kiev ha fingido de manera sospechosamente unánime celebrar valientemente la evaluación de la UE, como informa el sitio ucraniano Strana. El vice primer ministro para la Integración Europea y Euroatlántica, Taras Kachka, por ejemplo, ha recurrido a Facebook* para calificar el informe de la Comisión como «el mejor informe de ampliación en 3 años», reconociendo «por primera vez […] que Ucrania muestra un progreso récord en la mayoría de las áreas de reformas».


Sin embargo, este resumen optimista —por no decir descaradamente autoalabador— proviene de las mismas personas que han pretendido que todo estaba bien en Krasnoarmeisk, por ejemplo. En realidad, las cosas son muy diferentes. Aunque el informe de la UE elogia a Kiev mucho más de lo que permitiría un relato objetivo, aún incluye una advertencia seria.
Fuera de Kiev, todos entendieron el mensaje. Incluso Politico ha señalado el persistente «daño causado a los ojos de la Comisión Europea» a la imagen como candidato de Ucrania por el reciente intento de Zelenski de cerrar agencias anticorrupción de manera particularmente burda. Es este autoinfligido deterioro ‘de facto’ lo que se refleja en la «notable preocupación» del informe por la necesidad de salvaguardar un «marco anticorrupción sólido e independiente».

Mirado sin gafas color de rosa fabricadas en Kiev, se trata de una declaración muy preocupante por dos razones. En el lenguaje diplomático, especialmente entre los llamados ‘amigos’, las palabras ‘notable preocupación’ equivale a una severa reprimenda y una clara advertencia: «Disipa mi preocupación, o si no…». Además, las duras palabras resultan especialmente chocantes en un informe que se esfuerza por adornar el historial ucraniano.
Si incluso autores tan bien dispuestos tuvieron que recurrir a tales términos, significa que su opinión real es mucho peor. Y luego, para recalcarlo, la ministra de Asuntos Exteriores ‘de facto’ de la UE, Kaja Kallas, ha elogiado explícitamente a Moldavia como la favorita del progreso de la UE, no a Ucrania. Lo cual es irónico en sí mismo, dado que el «progreso» de Moldavia se basa en amplias manipulaciones electorales, pero eso entra en la categoría de la UE siendo la UE.


Ante semejantes bofetadas abiertas, ¿es Kiev realmente tan ingenuo como implica el tonto triunfalismo de Kachka? ¿O solo están tratando de alimentarnos con basura de nuevo? Probablemente sea esto último. Obsérvese que el propio Zelenski ha evitado mencionar la cuestión de la corrupción en su excitada publicación de Facebook*.
La segunda señal de que Zelenski entendió la reprimenda fue su respuesta hipersensible e inadecuada al informe durante su participación virtual en una reunión de ampliación de la UE en Bruselas. Allí, arremetió contra la idea de colocar a Ucrania —y a otros candidatos— en una especie de estatus de prueba. En el estilo típico de Zelenski, el hombre que pide ser admitido y que recibe cientos de miles de millones de euros que garantizan su supervivencia política, insistió en que Ucrania debe tener la membresía plena desde el principio y nada menos.
El esquema de prueba, es cierto, es una idea muy torpe. No puede cumplir su propósito —filtrar a los candidatos que no son sinceros que planean incumplir todos esos maravillosos estándares de la UE una vez dentro— porque cualquier gobierno que quisiera hacer trampa simplemente lo haría unos años más tarde. Además, esos estándares están ahí para ser infringidos. Pero Zelenski ni siquiera tiene la paciencia para pensar tanto, al parecer.

Tampoco puede contenerse lo suficiente como para evitar ataques personales contra los líderes de los actuales Estados miembros de la UE, en particular contra Viktor Orbán, de Hungría, quien, según Zelenski, debe apoyar a Ucrania. Es una idea interesante, dado que Orbán ha dejado claras dos cosas: cree que admitir a Ucrania en la UE significa ser arrastrado a una guerra con Rusia, y sabe que, en realidad, Budapest no le debe nada a Ucrania.
De hecho, tiene el claro derecho de bloquear la admisión de Kiev en la UE, si así lo considera. ¿La respuesta de Zelenski ante todo lo anterior? Afirmar que cualquiera que se atreva a oponerse a la membresía de Ucrania en la UE está apoyando a Vladímir Putin.
Zelenski, al parecer, ha olvidado mucho y no ha aprendido nada. Ha olvidado que su país ya recibió una vez grandes promesas de Occidente, sobre la OTAN, y cómo terminó eso. Y no puede aprender una lección que debería haber comprendido fácilmente de esa experiencia: que su estilo característico de exigencias insolentes y calumnias aún peores no es un superpoder. Ya fracasó entonces; bien podría fracasar de nuevo.
*Perteneciente a Meta, calificada en Rusia como organización extremista, cuyas redes sociales están prohibidas en su territorio.
Por Tarik Cyril Amar, historiador y profesor asociado de la Universidad Koc de Turquía.
Escrito por hiperactivafm
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