La pregunta sobre si los abuelos deberían recibir una retribución económica por cuidar a sus nietos no tiene una única respuesta válida. Como en muchos asuntos que mezclan vínculos familiares, necesidad económica y organización social, las aristas son múltiples y profundamente personales.
La pregunta sobre si los abuelos deberían recibir una retribución económica por cuidar a sus nietos no tiene una única respuesta válida. Como en muchos asuntos que mezclan vínculos familiares, necesidad económica y organización social, las aristas son múltiples y profundamente personales.
Desde una perspectiva práctica, cuidar a un niño pequeño —aunque sea un nieto querido— no es un pasatiempo, sino una responsabilidad exigente: implica atención constante, desgaste físico y emocional, posibles gastos, y la ocupación de tiempo que podría destinarse al descanso o actividades personales. Por eso, muchos argumentan que, si se trata de una rutina habitual y no de un favor ocasional, debería reconocerse ese esfuerzo con algún tipo de compensación. Incluso en países con modelos de bienestar avanzados, como Suecia, existen mecanismos legales para transferir beneficios parentales a los abuelos cuidadores, aunque limitados.
Asimismo, la compensación económica podría contribuir a establecer límites claros, evitar abusos por parte de los padres y fomentar un mayor compromiso en la corresponsabilidad del cuidado. En sociedades donde muchas madres trabajan a tiempo completo y las redes públicas de cuidado son insuficientes, el rol de los abuelos ha pasado de ser opcional a prácticamente imprescindible.
Por otro lado, está la dimensión emocional. Para muchas personas mayores, el cuidado de los nietos es un privilegio, un segundo capítulo en su vida familiar que les da sentido, rutina y conexión intergeneracional. Cobrar por ello, sostienen, implicaría una especie de «mercantilización del afecto» que va en contra de la lógica del dar desinteresado propia del vínculo familiar.
Además, estudios han señalado que los abuelos que cuidan de sus nietos tienden a vivir más tiempo y a mantener mejores vínculos sociales y emocionales, aunque esto depende de la intensidad y frecuencia del cuidado. Cuando se convierte en una obligación, el beneficio puede transformarse en carga.
En muchos hogares latinoamericanos, donde el modelo de ayuda mutua familiar sigue siendo la base del tejido social, la idea de “cobrarle” a los hijos por cuidar a los nietos choca con normas culturales profundamente arraigadas. Pero esto no debería invisibilizar el costo real —económico y emocional— que los abuelos asumen, muchas veces sin que nadie lo reconozca.
Conclusión
Más allá de si deben o no cobrar, lo importante es que haya diálogo, límites claros, y un reconocimiento explícito del esfuerzo. Si no es con dinero, puede ser con tiempo libre, apoyo, respeto o compensaciones concretas. En definitiva, el cuidado familiar no debería darse por sentado, y mucho menos convertirse en una carga silenciosa.