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Noticias Nacionales

“decir cosas terribles sin llorar” y la “efervescencia” del hallazgo

todaydiciembre 5, 2025

Fondo


Por Valentina Temesio

El rostro de Alicia Lusiardo, la mayoría de las veces, es invisible para la sociedad uruguaya. Hasta que se produce un hallazgo de restos de detenidos desaparecidos durante la dictadura cívico-militar: es ella la que desde hace más de 20 años da —muchas veces en conferencia de prensa— junto a
Familiares las explicaciones, cuenta de quién se trata, qué le pasó, cómo fue
su tortura, recuerda lo impensado y fundamenta por qué el Grupo de
Investigación en Antropología Forense de Uruguay (GIAF)
sigue buscando.

En 2005, fue Ubagésner Chaves Sosa en una chacra de Pando. Luego serían Fernando Miranda, Julio Castro, Ricardo Blanco, Eduardo Bleier, Amelia Sanjurjo y Luis Eduardo Arigón. Lusiardo insiste en que hay más, y ese es el motor para que ella y su equipo no se entreguen a la frustración.

La infancia de la antropóloga forense pasó lejos de los días en los que los militares tomaron el control del país después de un golpe de Estado. Fue en México, donde nació y vivió sus primeros 12 años de vida —que también virarían por La Pampa de Argentina y un pasaje fugaz por Montevideo—.

En su casa se hablaba “poco” de la dictadura que atravesaba Uruguay. “Estábamos inmersos en lo que estaba sucediendo en el país donde vivíamos, porque no fuimos una familia exiliada. Estábamos viviendo como cualquier familia mexicana, sí con la impronta uruguaya, pero no necesariamente con la
comunidad o siguiendo el tema”, dice en diálogo con Montevideo Portal.

La historia reciente le llegaría de vuelta en Montevideo, cuando su tía la llevó a la intersección de bulevar Artigas y bulevar España, donde un recién liberado Liber Seregni volvía a renacer.

Por eso dirá la antropóloga que su llegada a Uruguay fue “shockeante”. “Para mí, como todo, fue un despertar a una historia que no conocía o muy vagamente. Salí de una infancia muy como en una burbuja y llegué a un país muy politizado. No entendía mucho lo que estaba pasando”, rememora sobre su adolescencia.

Años después, se convertiría en uno de los bastiones que luchan por la memoria de una época que en una primera instancia no comprendió.

El encuentro con la muerte

De su infancia en México, a Lusiardo le quedaron los olores, los sabores y los lugares. La “alegría de esa cultura” y la “forma de encarar el día”. El color, que hoy en día se contrasta con la violencia de los carteles narcos. Allí también conocería de la muerte, ese tabú que es parte de su día a
día y que los mexicanos celebran.

Para Lusiardo, ir un Día de los Muertos a un cementerio mexicano es una fiesta, pero reconoce que el país también se convirtió en un lugar en el que la muerte se ve a diario y las “cifras de desapariciones sobrepasan lo que uno ya puede imaginar”.

La antropóloga no romantiza la mirada que podría cautivar a cualquier mortal. Sabe que “hay un nivel de impunidad muy grande”, que “hay problemáticas que no se atienden” y que las madres “salen a buscar a sus hijos”. 

“Si bien hay una familiaridad con la muerte en cuanto al recuerdo del ser querido, desafortunadamente, hay una familiaridad también con ese morir antes de tiempo y de manera muy injusta”, dice.

La labor de la antropóloga forense tiene, la mayoría de las veces, una cuota de violencia. No se limita solamente a afrontar una muerte, sino la tortura, la desaparición; contener a familiares que saben que nunca más volverán a ver a alguien.

“Es muy complejo imaginar lo que pueden sentir, sería muy atrevido de mi parte decir que sé lo que sienten. Trato de empatizar como mamá y como hija, porque muchas veces es un papá o una mamá también que desaparece, un compañero, una compañera. Al tener un hijo podría sentir esa cosa visceral.
¿Qué sentiría si mi hijo desapareciera, por ejemplo? Y tratar de acompañar esas
situaciones y estar sobre todo muy abierta a lo que esas personas quieren”,
dice Lusiardo.

Es que su trabajo también requiere la grandeza de entender lo inentendible, de respetar los duelos, las situaciones y no “imponer lo que ellos deben o no deben saber o ver”. “Muchas veces sucede eso de pensar en mostrar el cuerpo, porque lo que el familiar va a ver es algo que no va a poder
soportar. No, la opción la tiene que tener la familia y te sorprende. Te
sorprende lo que quieren y tenés que honrarla”, dice la científica.

Es que esta disciplina, más allá de lo racional y exacto de la ciencia, también requiere de empatía. “Hay mucho contacto con las familias, porque hay necesidad de transmitir cosas muy dolorosas a estas personas en momentos íntimos, de manera que estás irrumpiendo en la vida de
ellos y dándoles una de las peores noticias que pueden recibir. Entonces, tiene
que ser hecho de una manera muy profesional, no fría, sino sí profesional,
empática, y cada una de esas devoluciones es un aprendizaje también para uno,
no solo como profesional, sino como ser humano
”, reconoce.

La capacitación formal en antropología forense no contempla la formación emocional ni brinda herramientas para llevar a cabo este tipo de situaciones. Aunque sí hay manuales que guían a los científicos, en los que nombran qué derechos tienen los familiares o “cómo resolver algunas cosas”.
Lusiardo reconoce que este tipo de herramientas se adquieren en “el camino”,
con el tiempo y con “maestros”.

El hallazgo

Lusiardo insiste en que su mirada científica no se “separe” de la emoción. Su trabajo implica decir cosas terribles sin llorar”, pero tampoco dejan de emocionarla. “El día que dejes de emocionarte, yo aconsejo que te vayas de tu trabajo, por lo menos en el área de la antropología forense.
El sentir es parte, el ser empático, el sentir alegría también es parte de la
tarea. Creo que es lo que lo hace maravilloso”, reconoce.

La líder del GIAF dice que “a ojos de las personas” su trabajo es “horrible”, por eso es indispensable “sentir alegría y tristeza en todo lo que implica”, como podría ser la búsqueda de un ser querido.

Es que ese sentir, la paradoja entre felicidad y tristeza, muchas veces se materializa cuando el equipo de antropólogos que trabaja desde el primer gobierno de Tabaré Vázquez encuentra restos de una persona detenida desaparecida.

Por un lado, un objetivo se “logra”, pero luego llega el contraste: lo que encuentran es “terrible” y tendrán que comunicárselo a un familiar, que comenzará a transitar un proceso de duelo. Un “carrusel de emociones” que hay que “dominar”, pero “no dejar de sentir”.

“Las víctimas necesitan un trato digno que no sea revictimizarlas, que contemple todos sus derechos, que no esté simplemente a la hora de dar una información, un resultado, sino que tienen que estar involucradas en todo el proceso de investigación con transparencia, y parte de la transparencia es ser
muy franco en lo que uno puede y no puede responder, porque hay preguntas que
no vamos a poder responder”, entiende la científica.

No decir por decir, priorizar la honestidad, transmitir las certezas que sí tienen. Acompañar a los familiares. No dejarse frustrar por la minuciosidad que la labor requiere. Por la monotonía. Por la información que no les llega y creen que existe.

Encontrar restos es “una emoción increíble, porque te paraliza”, explica Lusiardo. Es que ese momento parece irreal: “No lo puedes creer, lo estás buscando todos los días, pero cuando aparece no lo puedes creer, hay una parálisis, hasta que alguien quiebra ese momento con alegría,
saltos, abrazos; inmediatamente tengo que activar todo el protocolo para el
hallazgo, empezar a hacer las llamadas, empezar a hacer todo el cierre del
lugar como una escena del crimen, pero es un momento de efervescencia de
sentimientos que es difícil de describir”.

Dice Lusiardo que a ella y a su equipo los deja sin aire.

La reafirmación

El trabajo de los antropólogos del GIAF es “invisibilizado” y lento. Entre hallazgo y hallazgo han pasado años. A veces, sostener la moral del equipo es “difícil”. Los uruguayos “no saben si están o no trabajando”. Otros señalan y se preguntan “hasta cuándo”.

Hasta cuándo es una pregunta que en estos 20 años ha sido permanente. El hallazgo hace que todo valga la pena y que podamos volver a cargar las baterías para seguir adelante”, confiesa la antropóloga.

Al escuchar ese “hasta cuándo”, la respuesta, dice Lusiardo, es “bastante obvia”. “Si mi hijo desaparece, yo lo voy a buscar hasta que aparezca. Entonces la respuesta es esa, hasta que aparezca, hasta que haya una respuesta sobre lo que sucedió con estas personas, pero una respuesta que
realmente cuente la historia real”, reconoció.

Lusiardo insiste en que sí existe una “respuesta completa” pero que “no se quiere dar”. La alternativa es, entonces, buscarla. “El hasta cuándo es hasta que aparezcan todos”, afirma.

Y esa es la fuerza para seguir y el motor del “convencimiento de que los cuerpos están, por lo menos la mayoría”. “Todos los que hemos encontrado, salvo el de Ubagésner Chaves Sosa, se supone que no deberían estar por la historia oficial, que habrían sido retirados”, dice en la entrevista realizada semanas atrás, antes de que se conociera que el presidente de la República, Yamandú Orsi, se reunió con el presidente de la Suprema Corte de Justicia, John Pérez, para tratar la situación de los presos condenados por crímenes durante la última dictadura militar en la cárcel de Domingo Arena.

El GIAF tiene “persistencia” y Lusiardo sabe cómo subir la “moral” de sus integrantes, resistir a la incertidumbre.”En estos 20 años no ha habido información que nos haya llevado a un hallazgo, salvo en la chacra de Pando, con la Fuerza Aérea marcando dos cuerpos donde apareció uno solo, pero es la
única información certera de enterramientos y la única información que nos llevó a un lugar
concreto y que nos llevó a un hallazgo”, reconoció.

El resto de los familiares identificados fueron el resultado de su trabajo minucioso y silencioso, del detalle de las excavaciones metro a metro, de no dejar “lugares sin tocar”. De salir de las lógicas de la “arqueología clásica”. Buscar más allá de lo esperado. “Hasta que aparezcan todos”, dijo más
de una vez Lusiardo.

Por Valentina Temesio





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Escrito por hiperactivafm


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