Antes de ser construido, el WindRunner ya ostenta un título: el de avión más grande del mundo. Pero no es obra de Boeing, Airbus ni Lockheed Martin, sino de Radia, una startup estadounidense que jamás fabricó una aeronave. Su fundador, el ingeniero aeroespacial Mark Lundstrom, quiere que este coloso del aire revolucione el futuro de la energía eólica terrestre.
El objetivo es tan ambicioso como concreto: transportar aspas de hasta 105 metros hasta lugares remotos donde actualmente sería imposible instalarlas por tierra. Las turbinas en tierra suelen tener palas de 70 metros, mientras que en el mar pueden superar los 100, pero su transporte terrestre representa una barrera logística y económica.
“Pueden duplicar o triplicar la viabilidad económica de los parques eólicos en EE. UU.”, asegura Lundstrom. Su visión, a la que llama GigaWind, apunta a destrabar ese cuello de botella con una aeronave diseñada exclusivamente para esa misión.
El WindRunner, según informó MSN, tendrá 108 metros de largo, 80 de envergadura y una bodega de carga seis veces mayor que la del desaparecido Antonov An-225, el antiguo avión más grande del mundo. Podrá transportar tres aspas de 80 metros, dos de 95 o una de 105, aterrizando en pistas no pavimentadas de 1.800 metros construidas cerca de los parques eólicos.
Eso sí, no cruzará océanos: su alcance será de 2.000 kilómetros y podrá levantar hasta 74 toneladas. Pero ese rango es suficiente para operar en América, Europa y buena parte de Asia.
Radia nació en 2016 en Boulder, Colorado. En sus inicios, incluso evaluó usar dirigibles híbridos, pero concluyó que un avión de ala fija era más viable, ya que permitiría usar componentes ya certificados y producidos a gran escala. Esa decisión busca simplificar la certificación y acelerar el desarrollo.
Para la fabricación, la empresa contrató proveedores reconocidos: Leonardo (Italia) construirá el fuselaje, Aernnova (España) los pilones y AFuzion (EE. UU.) se encargará de los estándares de seguridad. Aún no se ha confirmado el proveedor de motores, aunque Radia asegura que ya eligió un modelo certificado y que pronto anunciará al socio.
La startup ha recaudado más de 150 millones de dólares y su próximo paso será construir varios ejemplares de prueba a escala real, sin pasar por la fase de prototipo tradicional. El primer vuelo está previsto para finales de esta década, y luego, si todo va bien, entrará en producción.
No faltan las dudas. “Simplemente no veo cómo va a funcionar sin más inversión de capital”, dijo el analista Chris Pocock. Otros, como el experto Bill Sweetman, señalan que certificar un avión desde cero es un proceso titánico, más aún para una empresa nueva. Y aunque la política energética de Donald Trump ha sido hostil a la eólica, la necesidad de seguridad energética podría inclinar la balanza.
Radia también firmó un acuerdo con el Departamento de Defensa de EE. UU. para evaluar posibles usos del WindRunner como avión de transporte militar pesado. Pero la empresa insiste en que su misión principal es impulsar la energía eólica en tierra firme.
Mientras Boeing estudia relanzar la producción del C-17 Globemaster, el mercado de los aviones de gran porte se vuelve cada vez más competitivo. Radia cree que hay demanda suficiente para todos, pero apunta a ser la primera en volar. Y aunque aún no tiene alas, el WindRunner ya promete cambiar las reglas del juego.