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todayseptiembre 17, 2024
Por Cley Espinosa|
En la infame entrevista al narcotraficante se le ha preguntado si está de acuerdo con la legalización de las drogas. Obviamente contestó que está en contra, en primer lugar porque es la respuesta políticamente correcta que se puede esperar de tan ejemplar padre de familia, pero en segundo lugar, y principalmente, porque la legalización del mercado de las drogas significaría el fin del narcotráfico, de su negocio.
El liberal libertario electo Presidente de los argentinos, si realmente lo es, debería «liberalizar» el mercado de las drogas. En algún momento se le preguntó al respecto, y si bien considera que el Estado no debe intervenir en su control y prohibición, consecuente con sus ideas expresó, que quien se drogue que se las arregle por sí mismo, negándose a cualquier intervención del Estado de Bienestar para cuidar la salud de los adictos. Me atrevo a decir, que no liberalizará dicho mercado, ni tampoco se dejará de atender adictos, y que a lo sumo incrementará la represión.
El fundamento ético para prohibir el acceso legal a las drogas, es que el consumo de las mismas podría aumentar, y que esto afectaría la salud y vida de muchas personas. Es un argumento débil, ya que esto igualmente sucede, y con sustancias de peor calidad, generando un mercado negro que genera violencia social, marginación, y en términos económicos mucho gasto en seguridad pública. Ni hablar de las vidas de policías en dicho combate, las vidas de muchachos asesinados por ajustes de cuentas propios del narcomenudeo. Por otra parte, hay muchas sustancias y productos que se venden legalmente, en farmacias, veterinarias, etc., que pueden poner en riesgo la salud y vida de los consumidores.
El dinero que se dilapida en la guerra perdida contra el narcotráfico, podría invertirse en educación para evitar el consumo, y en salud para tratar a los adictos. Nos ahorraríamos no solo el aumento de la violencia, homicidios, ajustes de cuentas, sino la corrupción de nuestras instituciones y el sistema democrático. Igualmente, es prácticamente imposible para un país –más allá de su supuesta soberanía- adoptar una decisión radical como esa, ya que ese constructo de prohibir el mercado de las drogas, es una forma que tiene el imperialismo de sojuzgar a los países del mundo.
La otra dimensión, igual o más preocupante, es el estrago que la droga hace en la historia de vida del adicto, y el tratamiento despreocupado e irresponsable que como sociedad le otorgamos a esta clase de enfermos. En primer lugar, es indiscutible que un adicto desde el punto de vista científico es una persona con una enfermedad psiquiátrica, o psicoemocional. Los adictos, y en buena medida también los enfermos mentales, son los únicos enfermos a los que dejamos vivir en situación de calle (tratamientos ambulatorios, decimos eufemísticamente), condenamos a la mendicidad, a la cárcel, o al cementerio. Son los enfermos que no cuidamos. Son como los leprosos de otras épocas, pero sin leprosarios.
Las drogas se consumen y han consumido en todas las culturas y civilizaciones, pero solamente en nuestro tipo civilizatorio se convierten en adicciones y sus usuarios terminan en la marginación. Los indios de todas partes se drogan, pero no se marginan, ni tienen problemas graves con la adicción, porque lo hacen el marco de una ritualidad y una cosmovisión que los ampara en el vivir.
En nuestra realidad actual, el problema de las drogas, el verdadero problema de las drogas, es la falta del sentido de vivir, es el desamparo y la desesperanza, la falta de una mitología, una cosmovisión, y un grupo humano que no solo nos cobije, sino que además nos demuestre y convenza de que somos únicos y especiales, que somos queridos, que somos necesarios, una parte inescindible del grupo. Este es el trabajo de la cultura en el amplio sentido (antropológico), los deportes, las espiritualidades, las escatologías, y muy especialmente las artes.
Escrito por hiperactivafm
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