Las vides para
producir uva de mesa y las cepas destinadas a fabricar vino comenzaron a
cultivarse de forma simultánea y hace unos 11.000 años, coincidiendo con la
llegada de la agricultura y unos 4.000 años más tarde de lo que la mayoría de
los estudios científicos apuntaban hasta ahora.
A esa
conclusión ha llegado un equipo internacional de científicos tras realizar el
análisis genético más grande que se ha hecho hasta ahora de numerosas
variedades de vid, incluidas varias muestras de especies hasta ahora
indocumentadas y pertenecientes a colecciones privadas.
La
investigación, que se publica hoy en la revista Science, ha desvelado preguntas
que hasta ahora, y a pesar de la importancia cultural y económica del vino, no
tenían respuesta: cómo, cuándo y dónde se «domesticaron» las vides
para empezar a producir uvas de mesa y vino.
El trabajo de
los investigadores rechaza dos de las teorías más extendidas a lo largo de la
historia y de la literatura; la primera, que la vid de vino cultivada se empezó
a producir en Asia occidental y que de allí procedían todas las variedades de
vino; la segunda, que las cepas destinadas al vino se cultivaron antes que las
destinadas a producir uva de mesa.
Error; los
científicos han demostrado ahora que hubo dos eventos para la
«domesticación» de la vid y en dos lugares diferentes -en Asia
occidental y en la región del Cáucaso- separados por más de 1.000 kilómetros, y
que ocurrió hace unos 11.000 años coincidiendo con el advenimiento de la
agricultura, lo que sitúa el origen de la uva de mesa y del vino unos 4.000
años más tarde que lo que apuntaban algunos estudios anteriores.
La
secuenciación genética masiva que han realizado los investigadores ha desvelado
que el las uvas de mesa y las de vino se cultivaron además al mismo tiempo, y
ha permitido identificar algunos genes involucrados en aquella domesticación,
que permitieron mejorar el sabor, el color y la textura, y que en la actualidad
podrían ayudar a los enólogos a mejorar el vino y a conseguir que las
variedades sean más resistentes al cambio climático y a otras
«tensiones».
¿Cómo
consiguieron llegar a estas conclusiones? Los investigadores generaron un
genoma de referencia a nivel cromosómico de alta calidad del progenitor de la
vid silvestre y posteriormente volvieron a secuenciar unas 2.500 muestras
individuales de plantas de vid recolectadas en ubicaciones geográficas muy
diferentes, entre ellas varias silvestres y muchas procedentes de colecciones
privadas.
En este
gigantesco análisis genético han participado casi un centenar de investigadores
de dieciséis países de la cuenca mediterránea y Asia Oriental, y entre ellos
varios del Centro de Biotecnología y Genómica de Plantas, un centro mixto de la
Universidad Politécnica de Madrid y del Instituto Nacional de Investigación y
Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA) del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas.
La
investigadora Rosa Arroyo García, que lidera el grupo de este centro que ha
participado en el estudio, ha destacado la importancia y trascendencia del
trabajo por ser la primera vez que se realiza la secuenciación genómica de un
número tan elevado de variedades silvestres y cultivadas, lo que ha permitido
determinar su pasado evolutivo, su localización y su «domesticación».
Rosa Arroyo ha
explicado a EFE que el estudio aporta novedades también sobre el origen del
vino en Europa occidental, que está asociado a la «fertilización
cruzada» entre las poblaciones silvestres de Europa occidental y las uvas
ya «domesticadas» de Oriente Próximo, que inicialmente se estaban
usando como alimento.
Entre los
centenares de variedades que se han secuenciado figuran 31 variedades
autóctonas de vino blanco y tinto españolas, algunas de ellas pertenecientes a
las principales denominaciones de origen (Rioja, Ribera del Duero o Rías
Baixas) y más de 60 silvestres procedentes del norte y el sur de España.
La
investigadora ha subrayado que la vid, gracias los cruces con plantas
silvestres, ha mejorado su adaptación al medio (al estrés hídrico o la
resistencia a enfermedades) y ha adquirido algunas características propias de
las uvas silvestres (tamaño o contenido de azúcares), lo que demuestra que las
vides silvestres pueden aportar, mediante programas de mejora genética,
características importantes para las variedades actuales en un contexto de
cambio climático.
Pero ha
incidido en ese sentido en que es «urgente» que se tomen medidas para
la conservación de las poblaciones de vid silvestre que han sobrevivido hasta
hoy.
EFE
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