Por Marcelo Lluberas | @vinilicos_anonimos_schubert
Una semana pasó desde su partida
al más allá con impacto mediático mundial. La Tierra gira ya sin la presencia
de la leyenda Ozzy Osbourne sobre su faz. El mítico cantante, payaso por
naturaleza, personaje polémico y padrino de cientos, sino miles, de bandas de
rock pesado en el planeta ya estará descansando por fin en paz.
El pasado 22 de julio, John
Osbourne, a.k.a Ozzy Osbourne (nacido en Aston, suburbios de Birmingham,
Inglaterra, 1948-2025), murió a los 76 años tras padecer un sufrido tramo final
en su alocado recorrido por la vida del arte y el espectáculo. El mal de
Parkinson y otras afecciones derivadas de la estela de excesos que dejó atrás,
sobre todo, el alcoholismo, le pasaron la cuenta de cierre y allá se fue el
denominado «Príncipe de las Tinieblas», pero seguramente no al lugar
donde va la mala gente.
Eso lo dice alguien que no es
imparcial, pero que simple y objetivamente rescata un fundamento más que
probado en los hechos, tanto a nivel de su carrera como de personalidad.

Foto: Dr. Schubert
Un tesoro de legado
Ozzy, salido de la verdadera
clase obrera británica en una ciudad industrial lúgubre, dejó atrás un
invalorable legado musical que afecta a varias generaciones. Y eso no es
desmedido asegurarlo. Junto a sus futuros amigos formaron en 1970 la banda
Black Sabbath, la que, casi unánimemente, es considerada la semilla o la
pionera del género que años más tarde se conocería como heavy metal. Y
grabaron con ella álbumes que son considerados fundamentales y en las
posiciones top de la historia del rock (chequear el debut «Black
Sabbath», «Paranoid» o «Sabbath Bloody Sabbath», entre
otros). No es poca cosa para un artista.
Y a eso, hay que agregar la obra
de su larga etapa solista con algunos discos memorables. Por ejemplo, Diary
of a Madman (Diario de un Loco, 1981) o No More Tears (1991). Sus
giras continúas salpicadas de controversias y excesos le valieron todo un
prontuario, tanto frente a las autoridades como en los estratos legales, pero
también la condición de semidios entre los fans del “heavy”.
Añadan al paquete, a su vez, la
parte estética personal que le definió como un ser oscuro, tenebroso, así como sus
aventuras alocadas y las artes visuales empleadas en sus shows y promoción
propia. Puede sumársele, por último ya, su era más mediática con su popular
reality show en la MTV (The Osbournes) junto a su familia, que marcó una
nueva era para ese tipo de ciclos, sin contar sus divertidos y reveladores
libros biográficos escritos por él u otros.
En resumen: un artista que
inventó un género, que fue guía de miles de bandas, vendió en torno a 100
millones de discos y fue distinguido dos veces en el infame Rock & Roll
Hall of Fame, una por su obra con Black Sabbath (2006) y otra como solista
(2024). Y eso, entre tantas cosas.
Todo eso define a Ozzy: era único
y ya una leyenda antes de morir (basta para eso solo ver cientos de fotos
publicadas en la que músicos famosos y personalidades posan junto a él). Sin
embargo, hay un aspecto que creo que es vital resaltar con su muerte: se fue un
gran tipo, muy querido tanto por quienes le conocieron como por aquellos que
no.
All you need is love
Ozzy se fue con un respeto y un
abrazo de cariño y amor casi unánime, no solo de sus fans y sus colegas del
mundo musical, sino también de muchísima gente que tampoco puede decirse que le
seguía.
Eso es algo realmente destacable,
porque un tipo que todos –y también él mismo– consideraban un loco, que tuvo
cruzadas en su contra de diversos grupos de la sociedad, de las autoridades,
demandas de todo tipo y en algún momento fue despreciado por las grandes
discográficas frente a las continuas polémicas, acaba recibiendo el amor
incondicional de casi todo el mundo. Incluso de quienes le rechazaban. Y no es
un cariño fingido.
Su infatigable esposa (y manager)
Sharon Osbourne, anunció, precisamente, que se fue «rodeado de amor»
por toda su familia en una mansión de Buckinghamshire y eso es lo que siempre quiso:
mucho amor. Dejó seis hijos de dos matrimonios. Tal vez, un hippismo
oscuro o particular era el suyo.
De hecho, muchas de sus canciones
hablan de eso: amor fallido, amor imposible, amor doloroso, amor nostálgico,
amor a las drogas, amor por el pacifismo, amor al diablo… en fin, amor. Y
nunca le faltaron armoniosas baladas, contradiciendo su veta tenebrosa.
Esa búsqueda del amor se puede
verificar escuchando temas como «Changes», «Solitude»
(Sabbath), o los de solista «Goodbye to Romance», «Lay Your World
On Me» o «So Tired». Ozzy era un ser pasional, con sentimientos
volátiles y su vida se ve que también le dejó amargos sinsabores en este plano
que transfería luego a sus letras.
Para ponerle sello, cuando le
preguntaron reiteradas veces cuál consideraba su mejor momento y más recordado
de la vida, era tajante: «Cuando conocí a Sharon».
Es muy firme, congruente y
entendible. Su viuda fue quien, digamos, direccionó y cuidó su carrera hasta el
presente, salvando de que se fuera por el retrete debido a las drogas, el
alcohol y la desorientación o locura que estaban en su clímax. Eso en su peor
momento. Y seguro no era fácil vivir junto a Ozzy y menos entonces. Ella fue
quien le propició grabar en el pequeño sello Jet (propiedad de su padre)
sus impresionantes dos primeros discos solistas en un momento que todos le
cerraron las puertas.
De todas formas, algunos la
acusaban de controlar al cantante, de priorizar ganancias, o defenestrar a
músicos que tocaban con Ozzy. Pero los hechos están a la vista.
Se dice que Black Rain (2007)
fue el primer album que Ozzy grabó absolutamente sobrio, sin un trago.
Ese amor incondicional, Ozzy
también se lo transmitía a sus adorados fans. No en vano, siempre les gritaba
al final de sus shows: «Love you all». Y quienes le seguían se
sentían realmente queridos por el «Príncipe».
Al igual que su íntimo y difunto
compinche Lemmy Kilmister –otra leyenda del rock y líder del trío Motorhead–, el
oriundo de Birmingham era fanático incondicional de The Beatles. Según sus
palabras, el grupo que le cambió la vida. Y lo decía siempre. No en vano
versionó «In My Life» y también «Woman», de John Lennon,
pero además dejó establecido que en su funeral suene «A Day In The Life»,
canción, precisamente, de los Cuatro Genios de Liverpool.
Y algo a recordar de estos dos
colosos de la música, el metal y amantes de los Beatles, además coincidieron
casualmente en otra cosa: Lemmy (en 2015, a los 70) y Ozzy murieron diecisiete
días después de su última presentación en escenarios. ¿Casualidad o causalidad?
Ustedes dirán…

Foto: Archivo de Ozzy y Kilmister
Reverencia mundial
La ola de reacciones al conocerse
la noticia fue cuando menos sorprendente. Un abrazo de cariño por él y a su
familia. Y eso muestra el nivel en el que estaba Ozzy Osbourne y cómo se había
ganado el cariño y admiración de todo el mundo.
A nivel artístico, las reacciones
de congoja y agradecimiento fueron desde popes de la música como Sir Elton
John, Robert Plant y Sir Paul McCartney, o lo esperable de leyendas como Judas
Priest y otras bandas largamente consolidadas como Metallica, Pantera, los
guitarristas Jack White (White Stripes), Tom Morello (Rage Against the Machine)
y Billy Corgan (Smashing Pumpkins). Hasta el líder de los insulzos ColdPlay o
los reyes del «New Romantic», Duran Duran, emitieron sus respetos
totales por Ozzy y Sabbath.
Incluso un tipo que genera
emociones encontradas y detestado por muchos, como Gene Simmons, el frontman
de lengua larga de Kiss, se deshizo en elogios y palabras de dolor por Ozzy:
«Sé que millones de fans por el mundo están llorando ahora…Hubo un solo
Ozzy, nunca hubo uno antes de él ni habrá. Era un tipo único». Y lo
calificó de persona «sumamente generosa y adorable».
Pero ese dolor y pésame no
quedaron en las notas musicales solamente. Gobiernos, parlamentarios y
personalidades de diferentes países se pronunciaron ante su partida.
El Senado de México no solo hizo
un minuto de silencio, sino que lanzó una salva de aplausos en su homenaje. El
gobernador del estado de California manifestó que Ozzy era «un hombre de
multitudes…. pero honestamente humano» y resaltó el valioso aporte que
dejó a la comunidad y al mundo. El alcalde de su ciudad natal Birmingham
también dio a conocer el duelo planificado como tributo y resaltó la
importancia tanto de su figura como de Black Sabbath para la difusión y cultura
de la urbe inglesa. De hecho, los próceres del heavy metal ya tenían
allí un puente y una banqueta pública con su nombre y ahora suman un gran mural
en su honor.
Los gigantes de Iron Maiden le
agradecieron por haber «forjado el camino que tantos otros
siguieron». Y bandas como Mötley Crue, Def Leppard, Pantera o Korn también
dieron gracias por su apoyo para trascender en el rock.
Tiempos oscuros y locos
Obviamente, todo esto es una
muestra del cariño que generó y se ganó. Pero, principalmente, que eso
predominó por encima de todos los pifies, locuras, excesos y polémicas que
protagonizó, sobre todo en un país tan contradictorio como Estados Unidos,
donde en los años 1980 las palabras “heavy metal” –el género que casi alcanzó a
ser el más popular en todo el mundo por entonces– y Ozzy estaban casi que
prohibidas.
Eso, obviamente, también le hizo
todavía más popular, sobre todo entre los adolescentes. La censura genera
muchas veces admiración, incluso difusión, en muchos casos. Como ya sabemos. Su
base de fans creció exponencialmente desde entonces y hoy constituyen casi una
iglesia universal.
Como hechos a recordar en ese
contexto, tenemos, por ejemplo, cuando en 1982 fue arrestado borracho mientras
meaba sobre el monumento a la Batalla de El Álamo (de 1836 y que marcó la
revolución del estado de Texas), lo cual fue considerado una ofensa tremenda
hacia los caídos.

Foto: Dr. Schubert
Tras su deceso, el gobierno y la
policía de esa localidad emitieron su pésame por su partida y hablaron de la
«reconciliación» por el incidente, considerado «superado»
porque el cantante volvió, pidió disculpas e incluso dio una gira informativa
sobre el lugar y acontecimiento. El incidente le costó una prohibición de una
década para tocar en San Antonio. Pero, al final, hasta quienes le combatieron
se subieron al «Crazy Train» (uno de los temas más famosos de
Osbourne).
Las cruzadas de grupos
evangélicos y católicos con marchas afuera de recintos donde tocaba, la presión
a las autoridades para que prohíban sus presentaciones y su música, o el
continuo azote de colectivos de defensa moralista estadounidenses fueron moneda
corriente en los medios durante su vida.
Quizá, la anécdota más largamente
sabida y memorable fue el “incidente del murciélago”, cuando Ozzy le arrancó
con sus dientes la cabeza a uno de estos quirópteros que le habían tirado al
escenario. Siempre juró y perjuró que ni sabía que era real y que creyó era de
goma, es decir, una broma. Muchos pasaron a considerarlo enemigo público, otros,
loco de atar y sus fans, una deidad. Y el murciélago como marca registrada
Osbourne.
Pero incluso la asociación
defensora de los animales PETA le acabó perdonando con el tiempo y lamentó su
muerte, calificándolo como un artista «gentil».
Otro de sus momentos mediáticos fue
uno que no lo tuvo como protagonista y le dejó un dolor que marcó por siempre su
persona. En 1982, Randy Rhoads, el «Joven Dios de la Guitarra»,
dotado de una virtud pocas veces vista y que él mismo había descubierto, aupado
y llevado a la gloria, murió a los 25 años en un accidente de avioneta en
Estados Unidos en medio de una gira. Casi se desmorona la carrera de Ozzy a
poco de iniciada. Pero, no fue así. Otra vez con el apoyo de Sharon, el
«Príncipe» salió de la oscuridad para afrontar la lucha y continuar
su escalera ascendente al éxito impostergable.
Un gran tipo, loco… pero
«común»
Yendo hacia mi historia con Ozzy,
todavía recuerdo como si fuera hoy cuando lo escuché por primera vez, fuera de
los ya reverenciados Sabbath, con su segundo álbum, cuando por estos lados
raramente te lo topabas.
Fue en 1982, con Diary of a
Madman, gracias al hijo de un diplomático amigo de unos colegas de entonces
al que le caímos de visita. Sonaron varias bandas, pero, en ese momento, me
estalló la cabeza y enseguida pedí que me lo grabaran. Poco después, le dije a
un amigo que el padre vivía en Estados Unidos que le encargara el cassette
original. Hasta el día de hoy conservo esa cinta preciada.

Foto: Dr. Schubert
Ya convertido en un fiel de Ozzy,
comencé a deglutir su música solista y seguir en las revistas importadas que se
podían ojear o conseguir en este alejado páramo sus giras y alucinar con sus
fotos… muchas, bizarras.
Fue muy gracioso al repasar los
miles de videos que circulan en redes y YouTube volver a ver cuándo, en
un show que dio en Jacksonville (Florida, Estados Unidos) en 1984 con una
amenaza de prohibición y el asedio de manifestantes católicos, salió al
escenario igual y con tono provocador.
Vestido con peluca de señora,
vestido corto brilloso, maquillado y usando portaligas le dijo al entrevistador
de la TV local: «No sé por qué tanto alboroto, soy un tipo común, como
todos». Y luego se presentó mostrando nalgas, escupiendo sangre, con
crucifijos y dedicatorias picantes.
En esa época, el principal
enemigo de Ozzy y la música en general, pero sobre todo, el heavy metal,
era el grupo PMRC (Parental’s Music Resource Center), liderado por una mujer
patricia, Tipper Gore, quien, años más tarde, entraría al círculo político
estadounidense al ser esposa del vicepresidente demócrata Al Gore, reconvertido
en ambientalista buena onda.
Ese grupo de monitoreo y censura
de artistas por sus letras, portadas de discos o shows era ampliamente activo y
de gran influencia en la política y sociedad. Forzó a que desde 1987 se pusiera
el famoso sello Parentory Advice en la tapa de los discos remarcando que
contenía lenguaje considerado explícito, ofensivo y violento. Gente como Ozzy
lo sufrió en carne propia continuamente.
El cantante fue llevado a la
justicia acusado de inducir al suicidio de un fan debido a su canción
«Suicide Solution». En sus versos cantaba: «El vino está bien/ pero
el whisky es más rápido/ El suicidio con alcohol es lento… / ¿Dónde
esconderse? / El suicidio es la única solución…».
Pero el cantante siempre rechazó
los señalamientos y dijo que la escribió como una visión crítica sobre la
muerte del célebre cantante de AC/DC y amigo suyo, Bon Scott, muerto en 1980
ahogado en su vómito tras una de sus desmedidas noches de alcohol. En fin: a
oídos sordos, palabras necias.
Fue una de las tantas veces que
Ozzy debió afrontar querellas en tribunales por lo expuesto en sus letras,
consideradas, por grupos conservadores, cristianos fundamentalistas y las
autoridades, una influencia nefasta para los jóvenes.

Foto: Archivo
Tan nefasto que uno de los
consejos que le dio a uno de los tantos jóvenes que conoció y le dijo que
quería seguir sus pasos musicales fue: «Sigue practicando. El secreto está
en la práctica continua»… Y también que «no consuman drogas»
después de dejar la juventud.
Lo cierto es que casos como esos
se multiplicaron en la época y la censura estaba a la orden del día.
Pero lo que nunca se decía es que
las letras de Ozzy, ya desde los años 1970, tenían una profunda conciencia
social de los problemas de actualidad y visiones críticas: desde protestas
contra la guerra y reivindicación del pacifismo, a la introspección del ser
humano, o la hipocresía religiosa. Entre tantas otras.
De hecho, dos himnos gigantescos
antibélicos de los años 1970 que marcaron época son «War Pigs» y
«Children of the Grave» de Black Sabbath.
Otro ejemplo, en su tema
«Miracle Man», devuelve las gentiles críticas y ataques que le hacía
el predicador televisivo Jimmy Swaggart –curiosamente, hermano de la polémica
estrella de rock Jerry Lee Lewis–, quien luego caerría en desgracia tras ser
grabado a la salida de un motel con una prostituta y debió salir entre lágrimas
a pedir perdón ante su audiencia.
Siempre también tuvo presente su
propia locura (Madman era también uno de sus múltiples apodos) y la
ajena, algo marcado en sus álbumes y temas como consta en Diary of a Madman
(1982) o el compilatorio Memories of Madness. Pero la oda a esa
condición quedó estampada en la inmortal “Crazy Train» (1980), hiperversionada
y que hasta Donald Trump quiso usar en su campaña presidencial hasta que el
propio cantante se lo prohibió.
Hay una diferencia, la locura de Ozzy
no hacía daño real intencionado…
Cuando un amigo se va
Cuando supe que efectivamente se
había muerto, se me hizo un nudo en la garganta y salió un lagrimón. Ya sabía
que iba a pasar de un momento a otro, pero igual fue como si se hubiera ido un
amigo, alguien de mi familia. O, al menos, muy cercano.
Resultó extraño que sintiera algo
así por una persona que nunca conocí personalmente. Pero él me acompaña desde
los trece años y su vida dejó una marca profunda en mi persona.
Luego, cuando empecé a ver las
reacciones generales y los comentarios tanto de sus colegas como de fans en
publicaciones en redes, me di cuenta que no era el único que lo sentía así. Por
el contrario, eran millones los que expresaban un sentimiento similar y el
común denominador de palabras utilizadas era «amigo»,
«cariño», «amor» y el dolor. Lo sentimos como una pérdida
muy cercana. La conmoción y tristeza eran sumamente palpables y sinceras.
El agradecimiento por su legado
musical y su personalidad era unánime y eso dice mucho de una persona. «Adiós
querido amigo, gracias por todos esos años, nos divertimos mucho. Cuatro tipos
de Aston. ¿Quién lo diría, eh?», dijo Geezer Buttler, uno de sus compañeros
de Black Sabbath, sobre su muerte. Y vaya si el Príncipe se divirtió. Y también
nos divirtió. Y eso dice mucho de él. ¡Hasta siempre, Ozzy! No te vamos a
olvidar.

Foto: Dr. Schubert