Fisker,
fabricante de automóviles eléctricos estadounidense, finalmente hizo lo que
parecía inevitable en estos últimos meses turbulentos: declararse en
bancarrota.
«Al
igual que otras empresas de la industria de los vehículos eléctricos, nos hemos
enfrentado a varios obstáculos macroeconómicos y de mercado que han afectado
nuestra capacidad para operar de manera eficiente», dijo la compañía en un
comunicado, según consignó el portal The Verge. «Después de evaluar
todas las opciones para nuestro negocio, determinamos que proceder con la venta
de nuestros activos bajo el Capítulo 11 es el camino más viable para la
empresa», añadió.
Fisker
lleva meses advirtiendo sobre la disminución de sus reservas de efectivo. Hizo
todo lo que se supone que debería hacer para controlar los costos: despidió a
más del 15% de su fuerza laboral, recortó los precios y buscó un inversor que
pudiera rescatar a la empresa en dificultades, pero sin éxito.
En algunos
aspectos, la quiebra de Fisker es producto de este momento particular en el que
el crecimiento de las ventas de vehículos eléctricos se ha desacelerado y las
empresas que han apostado todo por los vehículos exclusivamente eléctricos de
batería se encuentran en una crisis de liquidez. Pero desde otro punto de vista,
Fisker es un ejemplo de una empresa que intentó seguir el manual de Tesla, pero
aun así no logró replicar el éxito de Elon Musk.