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Noticias Nacionales

la historia de especialista y mamá de un adolescente con TEA

todayagosto 6, 2025

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Por Cecilia Presa

Cuando Natalia Avero asumió su primer cargo docente en el Instituto de Profesores Artigas (IPA), jamás imaginó que años más tarde terminaría aplicando algunas nociones de la pedagogía en su propio hogar. Su hijo, Rodrigo, llegó al mundo con un diagnóstico de Trastorno del Espectro Autista (TEA) que sacudió su cotidianidad: “No estaba preparada para lidiar con su realidad”, confiesa a Montevideo Portal.

“Yo no estaba cercana a ninguna persona con este diagnóstico”, cuenta y agrega: “Tuve que aprender desde cero, no solo a nivel teórico, sino, sobre todo, a nivel emocional. Nada de lo que estaba previsto servía. Todo tenía que adaptarse a sus características”.

El camino fue arduo y, por eso, la psicopedagogía apareció en la vida de Avero como una tabla de salvación. Al principio, Natalia la buscó como una herramienta profesional para complementar sus estudios de Historia y responder mejor a las necesidades de estudiantes con dificultades.

Pero, cuando llegó el diagnóstico de su pequeño, esa disciplina tomó una dimensión mucho más íntima. “Cuando nació Rodri, tuve que pausar mis estudios. Y, cuando los retomé, lo hice con un impulso nuevo. Ya no era solo una profesional: era una madre que necesitaba entender y acompañar”.

Desde entonces, su casa se convirtió en un laboratorio de ensayos educativos y de resiliencia emocional. Aprendió a lidiar con las barreras que el entorno impone sobre quienes, como su hijo, procesan el mundo de una forma distinta.

La luz de un tubo fluorescente, el zumbido persistente de un electrodoméstico, una palabra mal interpretada; todo podía ser un desafío en sus vidas. Y, para cada uno de ellos, Natalia buscaba respuestas.

Natalia probó distintas estrategias para ayudar en cada detalle de la vida cotidiana de Rodrigo. Un día se dio cuenta de que sus acciones, a base de ensayo y error, estaban funcionando.

Después de cuatro meses de trabajo diario, una mañana Rodrigo logró hacerse un café con leche solo. Para llegar a eso, Avero creó un cuaderno con pictogramas, es decir, imágenes claras, colocadas en secuencia, que señalaban el encendido de la cafetera, el vertido de la leche y la limpieza posterior. “Cada paso implicaba un ritual para él, y para mí, un ejercicio de paciencia infinita”, recuerda.

Hoy Rodrigo, de 15 años, acude a un centro educativo inclusivo privado fundado por un grupo de padres. Allí, además de inclusión pedagógica, realiza talleres, salidas a museos y campamentos adaptados. Su adolescencia, antes marcada por el aislamiento, hoy celebra instancias de socialización real.

“Por primera vez en mucho tiempo, él extraña su liceo cuando hay vacaciones”, cuenta la psicopedagoga y mamá: “Eso es invaluable”.

Pero llegar a este punto implicó un trayecto lleno de obstáculos. Cambiaron tres veces de institución durante la escuela primaria. En varias ocasiones, el problema no fue la voluntad de los centros educativos, sino la falta de preparación, de herramientas y de personal capacitado. “Te pasás años explicando, pidiendo, justificando. Es agotador. Pero, cuando encontrás un lugar que entiende y que acompaña, se nota. Y el cambio en ellos también se nota”, revela.

La experiencia de Natalia no es una excepción. Es el reflejo de una realidad mucho más amplia en Uruguay. A pesar de los avances normativos en materia de inclusión —la Ley 19.529, por ejemplo—, el sistema aún presenta enormes vacíos en la práctica.

El acceso a profesionales capacitados para acompañar a las personas con autismo y sus familias —fonoaudiólogos, terapeutas ocupacionales, acompañantes pedagógicos— depende en gran medida del bolsillo. “Muchas propuestas valiosas son privadas. No llegan a todos”, señala Avero.

Desde el último Censo, que data de 2023, en Uruguay se sabe que son muchísimos los hogares en los que hay niños con TEA. En concreto representan el 3,1% de la población de entre 5 y 18 años.

“El Censo mostró que la prevalencia es cercana a uno cada 30 niños. Si lo pensás en términos educativos, es uno por clase. Eso debería ser suficiente para que todas las instituciones tuvieran planes, formación docente y estrategias”, sostiene Avero. “Pero no es así. Las familias seguimos siendo las que empujamos, las que pedimos, las que articulamos”, suma.

Con esta premisa de tomar alguna acción, desde su rol profesional como psicopedagoga especializada en Trastornos del Espectro Autista, en 2023 Natalia logró un sueño que anhelaba: formar profesionales en acompañamiento pedagógico.

Avero coordina la tecnicatura en Acompañamiento Pedagógico, brindada por el Instituto Universitario Elbio Fernández. Se trata de una carrera de dos años —con cursado virtual y prácticas presenciales— pensada para formar profesionales capaces de acompañar procesos educativos de personas con TEA u otras condiciones que impliquen barreras.

“A fines del año pasado, egresaron 15 personas en la primera generación, y todos están trabajando y aplicando las herramientas que aprendieron. La demanda es enorme”, dice la profesional, quien también participa de la formación como docente.

La tecnicatura ofrece herramientas didácticas, nociones de inclusión, estrategias de recreación, deportes adaptados y trabajo en redes.

Si bien algunos de sus egresados trabajan en el ámbito público, el problema todavía es el acceso. “No hay cargos de acompañantes pedagógicos en escuelas y liceos públicos. Lo que hay son figuras parciales, o adaptaciones de otros roles, que no siempre tienen formación específica”, explica.

Y, de hecho, la mayoría de las propuestas inclusivas siguen estando en el ámbito privado. “Tengo muchos pacientes que se beneficiarían muchísimo de estar en el liceo donde está mi hijo, pero no pueden acceder. Y eso no debería depender de la capacidad económica de una familia”, opina Avero.

La especialista considera que la inclusión real no se reduce a que los niños y adolescentes puedan acudir al aula. Implica mucho más: capacitación docente, ajustes curriculares, red de apoyo familiar y una mirada que valore los logros individuales.

“Una madre me contaba que su hija con TEA había logrado avances impresionantes. Pero, cuando recibió el boletín escolar, solo encontró una calificación que no reflejaba nada de eso. Y eso también es una forma de exclusión”, ejemplifica.

En su trabajo como psicopedagoga, Natalia acompaña a otras familias que viven situaciones similares. Y, aunque no suele mencionar de entrada que también es madre de un adolescente con TEA, muchas veces esa información genera un vínculo inmediato. “Cuando se enteran, bajan la guardia. Es como si por fin alguien entendiera lo que están atravesando. Y eso abre la puerta a que puedan confiar, preguntar, trabajar en equipo”, ilustra.

Porque si hay algo que Natalia aprendió en estos años es que ninguna familia puede enfrentar sola este camino. “La clave está en las redes. Si no tenés un entorno que acompañe, que escuche, que sepa qué decir y qué hacer, todo se vuelve más difícil”, dice.

Y añade algo más: la importancia de correrse del “paradigma del déficit”. “Mi tarea no es señalar lo que no pueden hacer. Es encontrar sus fortalezas, ver en qué sí pueden avanzar. Y construir desde ahí”, explica.

Para Avero queda mucho por hacer en materia de inclusión en Uruguay y considera que “el futuro inclusivo debe construirse hoy”. “Un paso y un pictograma a la vez”, completa.

Por Cecilia Presa





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Escrito por hiperactivafm


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