
Han pasado más de 100 años desde el naufragio del trasatlántico “Príncipe de Asturias”, una de las peores catástrofes marítimas ocurridas en la historia de la marina mercante española. El barco de la naviera Pinillos,Izquierdo y Cía., se hundió en la madrugada del 5 de marzo de 1916. A día de hoy, siguen sin conocerse las causas reales del hundimiento y tampoco se sabe el número exacto de personas que murieron a bordo. Sucedió solo cuatro años después de la catástrofe de Titanic, sin embargo, su historia no es tan conocida.
La catástrofe sucedió muy cerca de tierra y los restos del buque quedaron sumergidos a poca profundidad; y a pesar de las muertes, que se estiman más de 400, también hubo muchos supervivientes, aunque no hay una cifra exacta, algunos escritos recogen que fueron 143, otros 156 y otros 243. Es por ello que a muchos expertos les parece incomprensible no hayan podido averiguar las causas de la tragedia. Aunque algunos admiten lo complicado de las circunstancias de momento en el contexto de la Primera Guerra Mundial.
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A falta de una versión oficial, se desataron muchos rumores y conjeturas: una desviación de la aguja de la brújula, escasa visibilidad del faro del puerto, el alcance de un torpedo de un buque de la armada inglesa, e incluso, la celebración a bordo de la fiesta de carnaval con capitán y su plana mayor perjudicados por el alcohol.
El tiempo ha hecho que se construya una versión consensuada y verosímil de lo que ocurrió aquella madrugada. El 4 de marzo de 1916, el “Príncipe de Asturias” se aproximaba a Santos (Brasil), con fuerte marejada y navegando por estima, la tempestad no dejaba ver el horizonte y los oficiales no atisbaban a ver la luz del Faro do Boi para entrar al puerto. Ante la incapacidad de llegar a tierra, el capitán ordenó moderar la marcha y cambiar el rumbo, con la esperanza de conseguir un ángulo con el que ver la luz del faro, pero las condiciones seguían siendo adversas y no se podía distinguir nada entre la niebla y la lluvia.
En la madrugada y tras varias horas de incertidumbre, la niebla empieza a dispersarse y los rallos de luz del faro ya pueden verse, pero no es una buena noticia. La proa del buque está a menos de una milla y si siguen aproximándose van a chocar contra los acantilados. El capitán y oficiales se dan cuenta del inminente peligro y ordenan todo a babor, pero ya era tarde y su destino estaba sellado. El barco no colisiona contra los acantilados, pero sí contra los arrecifes, que abren el casco a la altura de la sala de máquinas. La sala de calderas se inunda y provoca. El “Príncipe de Asturias” comienza a hundirse llevándose cientos de vidas con él.
Los supervivientes se quedaron en el mar, agarrados a trozos de madera para no hundirse. No fue hasta el medio día cuando apareció el carguero francés “Vega”, que encontró a los supervivientes por casualidad. Dio la voz de alarma, la odisea se había acabado para los que no terminaron en el fondo del mar.
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