Por César Bianchi

Fotos:
Javier Noceti /

@javier.noceti

Tres días después de que los generales Gregorio
Álvarez y Esteban Cristi ingresaran orondos en el Palacio Legislativo, vestidos
de uniforme verde oliva y con  armas en
la cintura, para clausurar el Parlamento, Mauricio Rosencof cumplió 40 años. Se
enteró del golpe estando preso, y como uno de los nueve rehenes tupamaros que
padecieron un trato denigrante en distintos cuarteles del interior del país.

Antes de eso, aprendió dactilografía, fue
periodista de El Popular, acompañó a
Raúl “Bebe” Sendic en su seguimiento de la huelga de trabajadores arroceros y
luego en el liderazgo de los “peludos” de la UTAA (Unión de Trabajadores
Azucareros de Artigas) en la rebelión de los cañeros. Tomó las armas en el
Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, y en 1972 terminó preso. Fue
detenido y con los tupamaros ya desmantelados que el “Goyo” ingresó al
Parlamento a dar el golpe de Estado, con la complicidad del presidente colorado
Juan María Bordaberry.

En el medio sufrió torturas, tuvo hambre, debió
beber su propio orín y fue recluido en un cubículo de 180 por 60 centímetros.

Fue liberado en marzo de 1985 con el advenimiento
de la restauración democrática, y meses después, junto al “Ñato” Eleuterio
Fernández Huidobro comenzó a escribir Memorias
del calabozo
, en un chalet de Las Toscas, y lo hicieron tan sólo en dos
semanas. El libro, un relato descarnado y a cuatro manos de los padecimientos
en la cárcel durante la dictadura (1973-85), se tradujo a varios idiomas y
muchos años después inspiró una película (el “Chino” Darín hace de Rosencof
joven, y la peli de ese horror se puede ver en Netflix).

Lejos de la ficción, Rosencof, hoy viernes 30 está
cumpliendo 90 años. La oportunidad es propicia para hablar de su libro recién
publicado (Con la raíz al hombro,
Penguin Random House), en donde se lo ve joven y en sepia, junto a otro joven
“Pepe” Mujica. En esta charla, en la pieza donde escribe, Rosencof dirá que “Uruguay venía viviendo en estado de sitio, bajo medidas
prontas de seguridad. La democracia medio que estaba perdida ya, eran como
miguitas de Pulgarcito: se la iban comiendo. Acordate lo que pasaba en el
movimiento sindical, en el movimiento estudiantil, la creación de la JUP, la
creación del Escuadrón de la Muerte. Pará un poquito…”.

También dirá que si en 1971 el Frente
Amplio (FA) hubiese ganado las elecciones, era un hecho la invasión del
Ejército brasileño, a pedido de Jorge Pacheco Areco. Rosencof no cree que haya
sido un error haber tomado las armas, en los 60: “Las condiciones históricas
del momento llevaban a eso”.

¿Cuál es “la raíz al hombro”?

La memoria. La historia de una nación
es su memoria. Yo estaba trabajando en otra cosa, pero se estaban irradiando
acontecimientos, y vos veías que venían con cangrejos bajo la piedra. 

Dice Ricardo Ehrlich en el prólogo de
su último libro que hay una caja de zapatos que lo ha acompañado siempre, donde
guarda recortes y fotos. ¿Qué ha ido acumulando en esa caja?

(Me muestra el libro La caja de zapatos, de Alfagura,
2021).
Mirá, tengo la sensación de que en unos anaqueles hay celulitas que
van acumulando memoria, y que actúan con independencia muchas veces. Inclusive,
he llegado a pensar que la memoria actúa fuera de nuestro sistema craneano,
porque a veces, un sonido, un canto, un ambiente distinto, despierta esas
celulitas que están en esos anaqueles, y ahí salen. Sin algo que las provoque,
siguen durmiendo. Y a veces se acumulan de tal manera, que las terminás
transmitiendo sin orden. 


«Lo que reclamaban, en la Suiza de América,
los peones arroceros era que le pagaran con plata, no con una tarjeta de
cartón. Doce horas trabajando los tipos: ¿sanidad? ¿seguro de salud?
¿seguro de accidente? No me hagas reír»

En estos últimos años —dos, tres o cuatro
años— hay sonsonetes que aparecen en los medios que son reiterativos. Yo creo
que es algo programado, porque es bastante regular. Y que apunta a la
modificación de lo que llamamos “historia reciente”. Es como si alguien hubiera
craneado en un escritorio: “Bueno, mirá, ahora hay otra generación, estos no
vivieron el proceso, vamos a explicarle las cosas cómo son”. Y “las cosas como
son” es la sustitución de dos historiadores en Secundaria por dos periodistas,
uno blanco y uno colorado.

Presumo que Sanguinetti es el colorado,
¿y el blanco?

(Álvaro) Alfonso. Las triquiñuelas que
hacen están dentro de las leyes del juego. Mirá que todos venimos de la mesa de
truco, ahí se aprende a mentir diciendo la verdad o diciendo la verdad
mintiendo. Pero estábamos en la caja de zapatos: que es la memoria. Mi vieja
tenía un ropero y ahí guardaba una caja de zapatos, digo yo en ese libro. Ahí
guardaba las fotos que trajo de Europa, toda la historia, mi hermano cuando
vivía, te detenés en ella y empezás a revivir toda la historia o lo que te
acordás vos de la historia.  Esa caja no la tengo materialmente, pero son
esos anaqueles que tenemos por ahí y se despiertan cuando se le dan la gana.

Cuénteme de sus inicios en el MLN. ¿Qué
lo convenció de involucrarse y sumarse a ese movimiento guerrillero?

Yo soy militante desde los 14 años. Mi
viejo era bolche, sastre, él decía que era del “Sindicato Único de la Aguja,
filial UGT”, aclaraba. Fue lector del primer diario comunista que se publicó en
este país, que salía en idish. Caía Enrique Rodríguez con su mujer, charlaba
con mi viejo. Pero a los 14 años caí en Sierra 1720 y como estoy diplomado como
dactilógrafo de la academia Pitman, hacía la secretaría de Propaganda donde
estaba Héctor Rodríguez, que era diputado. Y desde entonces estoy, en un
congreso, en la juventud que fundó el equipo que largó El Popular… Tuve
una actitud de militancia. Y yo estaba trabajando en El Popular, estaba
muy vinculado al movimiento obrero, con el “Gallego” González que fue
fotógrafo. Estando en El Popular estalló una huelga de trabajadores
arroceros, te hablo del año 55, 56. Enrique me dice: “Te vas para La
Charqueada, allá en Treinta y Tres va a barajar el maestro Gómez, y después hay
un carricoche que te lleva a La Charqueada”. Y allá fui, me barajó Leguisamo,
un obrero metalúrgico socialista que estaba en la organización. 

Y descubrí un mundo mucho más crudo…
Toda esa gente que venía de los pueblos de ratas, son los que terminaron
creando el cinturón cantegrilero de Montevideo. Fui al sindicato, el Sindicato
Único de Arroceros, el SUDA. Me quedo ahí y empiezo a ver cómo llegaban los
“peludos” con su equipaje… Y un día me cae la competencia, un tipo con un Kodak
colgada del cuello (para disfrazarse): era Raúl Sendic. Y empezamos a trillar
juntos los fogones, los campamentos, las reuniones, cómo cruzar el Cebollatí, y
se dio un momento en que quedó prendida una mechita…

Lo que reclamaban, en la Suiza de
América, los peones arroceros era que le pagaran con plata, no con una tarjeta
de cartón. Firmaban vales, “vale por tanto” y firmaban el capataz, el gerente,
el dueño. Doce horas trabajando los tipos: ¿sanidad? ¿seguro de salud?
¿seguro de accidente? No me hagas reír…

Habla de las peripecias del SUDA, de la
huelga de las arroceras recorridas con Sendic, y en un momento usted le dice al
“Bebe”: “La puta che, parece un ejército” y él te corrige: “Es un ejército”. Se
refiere a los cañeros de Artigas en 1962: la rebelión de los cañeros… 

¡Esa es la mechita que se me prendió!
Estábamos acampando en el Marmarajá, camiones repletos de a dos en el pasillo,
hicimos monte ahí, dormimos debajo de unos talas, y en un momento me despierto
y había un alba lechosa, magnífica, y recortado en el horizonte veo a un peón
con un sombrero aludo avivando el trasfoguero para ver qué desayunaban. Y yo
dije: “La gran puta che, parece un Ejército” y el Bebe me dice: “Es un
Ejército”. Esa huelga tenía un talón de Aquiles: tenía un tema olvidado en
nuestra historia, y en la clase política…

Ya sé: el reparto de tierras.

¡Seguro! Ese es el tema. ¿Qué pasó?
Fueron a Montevideo, conquistaron el Parlamento, volvieron a Artigas y ya
estaban en la lista negra, y ya estaban otros peones que vinieron de la
frontera trabajando ahí, qué vas a hacer… Entonces, por eso, Raúl, cuando va a
la tranquera, plantea el tema de la tierra. Y tené en cuenta lo siguiente: la
foto de la manifestación dice: “Por la tierra y con Sendic”. Por Sendic, porque
era un maestro, se metía en medio de los cañaverales, que era ilícito, a
enseñarle las leyes, a enseñarle de política, a enseñarles de agremiación. Y
como no se podía fumar ahí, si le contestaban bien los planteos que él les
hacía, les daba un caramelo. 

Cristi y Álvarez van a hablar con
Bordaberry, llevando un “papelito” que imagino eran los pedidos de ustedes para
negociar. Usted ahí apunta que Sanguinetti era ministro de Educación y Cultura,
y alguien dice: “No vamos a negociar, los queremos destruir”. No queda claro en
el libro quién lo dijo…

Bordaberry. Esa es la versión que yo
tengo. Pero de eso me entero al salir de la cana. Mirá qué precisión tiene eso,
que en un libro que acaba de publicar Planeta, Sanguinetti cuenta que un día a
las 2 de la mañana lo vienen a buscar para que vaya a Casa de Gobierno y habla
de un papelito que era muy beneficioso para nosotros… y entre los asesores que
él convocó, ahí estaba Sanguinetti.


«Nos adjudican la muerte de Burgueño en la toma de Pando, pero no es nuestra. Tenemos testigos que vieron eso. No lo matamos nosotros. Además, lo balearon y lo patearon en el suelo»

Cuéntele a los jóvenes que lean esta
entrevista quiénes fueron los “peludos” de la UTAA, y cuál fue su
peripecia. 

Eran los cortadores de caña. Mirá, ayer
(el martes 27) los noticieros dieron una noticia: dieron cuenta de la muerte de
dos cortadores de caña, uno tenía 74 años, el otro 65. No tenían jubilación,
murieron en el trabajo. Ese es el trabajo de los cañeros. ¿Por qué peludos?
Porque no se cortaban el pelo, ¿van a ir al coiffeur? Sendic los ayudó a
organizar marchas por todo el país, y reclamaban tierras. Había una estancia
cimarrona de 30.000 hectáreas —un departamento era eso— y no se laburaba, tenía
dos peones y unas vacas sueltas. Y querían hacer una cooperativa. ¡Mirá qué
delito! Tenían esa necesidad de volver a la tierra. Fijate que desde los
tiempos de Artigas y desde su reforma, nunca más volvió a estar en el tapete.
Wilson (Ferreira) desde el Ministerio de Ganadería hizo algo que tenía que ver
con la distribución de tierras, pero no llegó a ser una reforma. Decía Artigas:
“La tierra deberá ser distribuida con la prevención de que los más infelices
sean los más privilegiados”. 

Le dedica unas líneas a la toma de
Pando, el 8 de octubre de 1969. ¿Qué lectura hace hoy de ese episodio?

Fue una demostración de un “movimiento
político en armas”, nosotros nunca fuimos un partido. En la ciudad no hubo
tiroteo, eso se dio sin medidas de violencia de nuestra parte. Hubo muertos sí,
pero fueron en la retirada y los muertos fueron nuestros, tres botijas de 20
años: (Ricardo) Zabalza, (Alfedo) Cultelli y (Jorge) Salerno. 

Pero hubo un muerto inocente, un civil,
Carlos Burgueño…

Nos adjudican esa muerte dentro de
Pando, pero no es nuestra. Tenemos compañeros testigos que vieron eso (no los
que estaban en el operativo) … A Burgueño no lo matamos nosotros, si además,
lo balearon y lo patearon en el suelo…  No hay documentación que diga que
fuimos nosotros, han sido muy respetuosos, en ese sentido.

Se acaban de cumplir 50 años del golpe
de Estado. ¿Recuerda cómo se enteró de la noticia de la disolución de las
cámaras?

Estábamos con Pepe y el Ñato, dimos la
vuelta al Uruguay. ¡Fijate vos! Insisten con “la derrota, la derrota”. Pasado
un tiempito, uno fue presidente, y el otro ministro de Defensa, pará… ¡Así que
me derroten todos los días! ¿Cómo me enteré? Nosotros habíamos inventado el
morse de nudillo, y nos lo contamos, porque solo nos vimos la cara una vez en
10 años, en Minas. El golpe se veía venir, pero para nosotros el golpe ya había
sido el 9 de febrero… Ahí se vendió todo el pescado. ¿A nosotros nos van a
hablar del golpe? El Pepe estaba ahí, después de siete balazos, el Ñato después
de dos en el cuerpo, yo con dos internaciones en el hospital y en silla de
ruedas. Estábamos ahí a media ración, sin agua, bebiendo nuestros propios
orines, y ahí nos enteramos. ¿Qué nos va a hacer el golpe?

¿Por qué se llega a perder la
democracia entre febrero y junio del 73?

Mirá, Uruguay venía viviendo en estado
de sitio, bajo medidas prontas de seguridad.


«Cuando salimos de la cana, de las
primeras cosas que hicimos, fue juntarnos en Conventuales y ahí hicimos una
conferencia de prensa. Uno de los primeros documentos que sacamos fue un
documento de autocrítica. Está publicado, es público»

La democracia medio que estaba perdida
ya, eran como miguitas de Pulgarcito: se la iban comiendo. ¿Eso era democracia?
Acordate lo que pasaba en el movimiento sindical, en el movimiento estudiantil,
la creación de la JUP (Juventud Unida de Pie), la creación del Escuadrón de la
Muerte. Pará un poquito… ¿Y los tres estudiantes que balearon desde una azotea
y estaban en la puerta del instituto al que iban? Muere Susana Pintos, y otro
compañero. ¿Y no existen las bombas que le pusieron a los abogados de los
presos políticos? Todo eso forma parte de la pérdida de la democracia. Nosotros
no peleamos contra las instituciones, peleábamos contra los que conducían a
esas instituciones.

Sanguinetti dijo, hace unos días, que
el MLN estuvo “en la esencia” del golpe de Estado. Que hubo otros motivos,
claro, pero que el accionar de los tupamaros fue “fundamental” para el ascenso
de los militares al poder. ¿Tiene razón?

¿Cómo voy a creer eso, si ese no es el
motivo? Ellos venían facilitados por Pacheco en el afianzamiento de la institución
militar. Él dice eso, pero cuando en 1971 se recuerda que Wilson y el
Movimiento de Rocha fueron candidatos, no dicen el otro candidato que tenía el
Partido Nacional: Aguerrondo-Heber era la otra fórmula. Aguerrondo, general,
funda en el 64 la logia Tenientes de Artigas. ¿Para qué funda esa logia? En esa
foto que se viralizó de nuevo ahora, con el Goyo (Gregorio Álvarez) con el
revólver en la cintura entrando al Palacio Legislativo también está (el general
Esteban) Cristi: los Tenientes de Artigas. Ellos estaban tomando posiciones,
estaban limitando las libertades por todos lados.

Se lo pregunto así: si los tupamaros no
hubieran hecho una guerrilla, si no hubieran actuado como lo hicieron, ¿igual
hubiese habido un golpe de Estado?

Te estoy diciendo que la democracia que
había en ese momento era nominal. Porque había estudiantes baleados, el
Escuadrón de la Muerte donde participaban oficiales en ejercicio, que
participaba (Víctor) Castiglioni, que estaba al frente de la Policía y de Inteligencia,
y participaban civiles que eran de esos partidos. ¿Eso forma parte de la
democracia que dice Sanguinetti? Y había, además, esa miseria de la que comencé
hablándote, en la que queríamos ser la Suiza de América mientras los
trabajadores, los peones, perdían salario y no tenían condiciones de vida como
lo aspiraba Artigas: “que los más infelices sean los más privilegiados”. ¿Eso
es una democracia?

¿Tiene alguna autocrítica para hacer,
como ex tupamaro?

Vamos a entendernos: cuando salimos de
la cana, de las primeras cosas que hicimos, fue juntarnos en Conventuales
(donde yo viví un tiempo) y ahí hicimos una conferencia de prensa. Nos
organizamos primero, y de los primeros documentos que sacamos fue un documento
de autocrítica. Está publicado, es público, y lo hicimos a los seis meses de
haber salido de la cárcel. 

¿Fue un error haber tomado las armas?

(Piensa unos segundos) Y… las condiciones históricas del
momento llevaban a eso, porque en ese momento te encontrabas con gente que no
podía esperar cuatro años para la posibilidad de contar con un diputado en la
Cámara de Diputados. 

Todas las organizaciones políticas
tenían aparatos de autodefensa. Entonces, nosotros planteamos tenerlas, porque
la historia no comienza con la revolución cubana. En el año 56, cuando nos
encontramos con Raúl (Sendic) en La Charqueada, (Carlos) Castillo Armas invadía
Guatemala, un gobierno institucional y democrático que había creado un
Ministerio de Reforma Agraria, ataque impulsado por Estados Unidos. El mismo
país, el mismo sistema, que estuvo detrás del golpe en Chile. Entonces, había
que tener con qué (defenderse) ante un sistema de acción represiva. 

Me voy a 1972. Cuénteme del intento de
negociación en el 9o de Caballería, con el capitán Calcagno y con el coronel
Legnani en el Batallón Florida.  Les preguntaron “a qué estaban
dispuestos” ustedes, y ustedes pusieron como condición que “paren la biaba”.
¿En qué consistieron esas charlas?

La información que tenían, el esquema,
era con nombres y todo. Amodio y su señora se ganaron el pasaje a España. Iba
con los tiras en la calle señalando dónde trillábamos. Eso de intentar negociar
con nosotros fue una movida de los mandos medios del Ejército. El Batallón
Florida, en una vuelta que me entran a interrogar, le digo a uno: “Déjeme de
preguntarme esas cosas, a esta altura lo que tenemos que ver usted y yo es cómo
se sale de todo esto”. “Está bien”, me dijo. Y me dio la orden de que me lleven
de vuelta al calabozo. Como a la semana, me afeitan y me llevan prolijo al 9º.,
donde están Cristi y el Goyo, y todo su estado mayor. Tuvimos dos reuniones
así, conversando esto. Y yo notaba las diferencias entre uno y otro. Cristi
decía: “Les vamos a pedir la rendición incondicional” y el Goyo dijo: “Alguna
cosa se puede ver”.  


«No había aire, y había una cucheta que
estaba tumbada, pero no podías usarla sin autorización. Entonces tenías para
moverte un espacio de 1,80 por 60 centímetros. De la tortura ya veníamos…»

En ese momento, todavía no estaba
desmantelado el MLN. La gran preocupación de los mandos medios era que los que
salían a hacer las operaciones eran ellos y no sabían si volvían a la casa o
no. Un día me levantan de ahí, me llevan al Florida y me encuentro con otros
compañeros que habíamos sido dirigentes. Ahí estaba el Ñato, el “Inge” (Jorge)
Manera, y ahí encabeza las conversaciones Calcagno, y nos dice que ellos
querían encontrar un camino, que habían pensado que podíamos conversar.

Fue detenido en 1972, y a partir del
73, con el golpe, pasó a ser uno de los nueve rehenes. Daría para hablar
horas… ¿Cómo recuerda esos años duros? ¿Los “volvieron locos” como
pretendían?

Eso lo dijo el coronel encargado del
operativo, el que nos convertiría en rehenes. No me acuerdo el nombre, pero sí
la frase que usó Zelmar Michelini para denunciarlos en la ONU: “Ya que no
pudimos matarlos, los vamos a volver locos”. ¿Querés que te resuma esos años?
Hay dos compañeros que se trastornaron… y una vez que recuperaron la libertad,
el oxígeno y la vereda con sol hicieron lo suyo y mejoraron, y hay un compañero
que murió en el calabozo (Adolfo Wassen), por un cáncer que no le
trataron. 

Además, todos vivíamos en un limbo, y
no sabíamos dónde estaba la realidad. La realidad estuvo, durante 10 años, en
nuestra imaginación, en nuestra memoria. No tenías nada para hacer, no tenías
para comer. En Paso de los Toros, donde estuvimos años, era un subterráneo, sin
ventilación, con una escalera, estaba la guardia, y al resto del cuartel nunca
lo vimos… No había aire, y había una cucheta que estaba tumbada, pero no podías
usarla sin autorización. Entonces tenías para moverte un espacio de 1,80 por 60
centímetros. De la tortura ya veníamos…. Y llegaba la comida, las instrucciones
eran de media ración. Y si pasaba “alguna cosa”, la guardia tenía granadas de
fragmentación por si había algún atentado o asalto dentro del cuartel.

A fines del 85 escribió Memorias del
calabozo
con Fernández Huidobro. ¿Cómo interpreta ese libro, a la
distancia?

Ese libro se hizo en un galponcito en
Las Toscas, en 15 días lo hicimos. Habíamos hablado tanto con el Ñato —mediante
el lenguaje de los nudillos contra la pared— que lo que decía él, lo podía
estar diciendo yo, que lo lees de corrido porque cualquier cosa que cuente él o
yo, era toda la peripecia de aquellos momentos…

Dice en el podcast “La Herida” de El
Observador
que la cárcel fue fuente de una gran producción literaria, y vos
mismo, sin lápiz ni papel, produjiste un montón de textos para libros u obras
de teatro. Producciones culturales nacidas, paridas, en la cárcel…

La cárcel en general, no hay presos, de
los miles de compañeros que pasaron por los penales, por Cabildo, por Punta de
Rieles, que no dejaran un texto, un poema. Y algunos que no eran escritores,
salieron escritores. Por ejemplo, Marcelo (Estefanell) o (Carlos) Liscano se
hicieron escritores en la cárcel. Y bueno, uno a veces ordenaba las fantasías y
las hacía orgánicas, y escribía un mundo, después me pidieron que meta textos
míos en canciones, y te muestro dos, mirá… (Me muestra Desde la ventana
con música de Silvia Meyer, y La Margarita, 24 sonetos que Rosencof
“tenía en la cabeza” con música e interpretación de Jaime Roos).

¿Cómo es eso de la «Operación 30
horas», el plan del dictador brasileño Garrastazú Medici, en complicidad
con Nixon, para invadir Uruguay si en noviembre del 71 ganaba el FA?

Es una cosa que se venía. Un día
Seregni nos convoca, yo era el encargado de relaciones políticas (del MLN).
Seregni me dice: “Se viene el golpe, estamos armando una organización de
resistencia para garantizar que Montevideo no sucumba”. Era el 71. Y entramos a
conversar. Había otras fuerzas también —yo hablé con coroneles blancos, que
también tenían su resistencia—, Seregni me dice que el techo está seguro, que
él iba a conducir todo eso. Me dijo: “Soy yo”. Él llamaba a esa resistencia una
“contraofensiva”, la idea era defender a Montevideo de un ataque de afuera, de
lo de Brasil. Yo traía una información, porque había estado en Chile con
(Salvador) Allende, y había estado con Fidel (Castro) en La Habana, y Fidel me
dijo: “Ustedes pueden ganar, pero al otro día tienen a los brasileros ahí
adentro”. Y Seregni tenía información de eso. No lo exponía públicamente porque
hubiese sido generar alarma. 

En los documentos que se
desclasificaron recientemente y aparecen en el libro, ahí está. Y bueno… hay un
embajador que en la televisión brasilera dijo que fue a solicitud de Pacheco
Areco: que si ganaba el Frente Amplio, que actuaran.

Y Brasil, según dice, ayudó a amañar
las elecciones del 71, a que hubiese fraude.

Lo dicen ellos. No es una conclusión
mía. La diferencia fueron 5.000 votos, hubo muchas denuncias de fraude, pero
finalmente quedó así. Creo que fue una actitud política de Wilson, que explica
el discurso formidable donde garantiza la gobernabilidad. 

Habla con naturalidad de la tortura en
el libro, y no es la primera vez. Hablar de ella libremente, ¿ha sido una forma
de sublimar el dolor, de exorcizarlo?

En “El decálogo del buen cuentista”,
Horacio Quiroga dice que cuando vas a recoger una historia de algo que te ha
impactado, no la escribas en el momento en que te impactó, la tenés que dejar
pasar y recuperar con la memoria, con el tiempo, entonces podrás contarla con
mayor objetividad. Y con la “biaba” pasa lo mismo. ¿Qué te voy a contar de la “biaba”,
si medio Uruguay la sufrió? A veces se les iba la mano… El problema es que
tenemos 200 desaparecidos.

Amodio Pérez y su esposa Alicia Rey
fueron siempre considerados traidores para la historia oficial del MLN. Pero
décadas después, Amodio volvió y dio su versión en entrevistas y libros. ¿Ha
cambiado su opinión sobre Amodio? 

No.

¿Es un traidor?

Un hombre que entregó la organización,
que dijo quién era quién, y cómo estaba estructurado, señaló los locales, sabía
quién sabía lo que él no sabía, recorría los cuarteles, y hay compañeros que lo
señalaron y terminaron cortándose las venas, ¿qué opinión querés que
tenga? 


«Fidel me dijo en 1971: ‘Ustedes pueden
ganar, pero al otro día tienen a los brasileros ahí adentro’. Y Seregni tenía
información de eso. Esa invasión del Ejército brasileño era a pedido de Pacheco
Areco»

Y más te digo: en esa primera reunión
de negociación con los que habíamos sido dirigentes, estaba la Negra Mercedes (NdeR:
se refiere a Alicia Rey, pareja entonces de Amodio Pérez)
, también como
alguien que estaba detenida y había tenido responsabilidades de dirección.
Nosotros, sin haber hablado entre nosotros, coincidimos en decirles: “Nosotros
acá adentro no somos dirigentes de nada, acá somos presos”. Se van los
generales y Calcagno me preguntó cómo la veía, y yo le dije: “Si vos querés
hacer esto en serio, no me traigas a la Negra Mercedes. ¿Qué seriedad puede
tener esto?” Y él me dijo: “Tenés razón”. Y la Negra se fue para su cuarto (no
calabozo), donde estaba con el negro Amodio. 

Conventuales, 14 de marzo de 1985. ¿Qué
recuerdos evoca?

Ahhh, estábamos con la cabeza en la
familia, con la cabeza en los planes que teníamos, con el reencuentro. Era
impresionante aquello, desfilaba un rostro tras otros, un abrazo tras otro.
Nunca vi tanta prensa junta cuando hicimos la conferencia de prensa. Y como yo no
tenía a dónde ir, me quedé a vivir en una pieza en el convento.

Mujica fue presidente, Fernández
Huidobro fue ministro, Bonomi también lo fue por 10 años. ¿Se quedó con ganas
de ser ministro o nunca le interesó?

No, fui director de Cultura de la
Intendencia (de Montevideo), y no pude con la batalla contra la burocracia. Esa
batalla la perdí. No me interesó nunca ser ministro, no. 

¿Le gustó el gobierno de Mujica? ¿Fue
un buen gobierno?

Me parecen formidables las cosas que
surgieron en los gobiernos del Frente, y el Pepe integrado a la concepción del
Frente, para los que dicen que nosotros no estábamos con el FA cuando fue
creado… ¿Si me gustó? Sí, porque en un gobierno no se resuelven todas las
cosas, y además te encontrás con dificultades que nunca imaginaste ni que
existían. Es la condición humana… Una de las últimas reuniones con Seregni,
cuando ya estaba mal, me dio una serie de consejos mientras me acompañaba hacia
la puerta. Antes de abrir me dice: “Nunca te olvides Ruso, que el poder tiene
olor a queso”. ¡Hay de todo! Hay gente que se juega el pellejo, y hay gente que
ve una oportunidad, con sus convicciones y sus aspiraciones. Eso va a estar
presente en todos los gobiernos. Vas a lidiar con lo que hay, con lo que tenés…

¿Se arrepiente de algo, Rosencof?

Esa es una pregunta que no corresponde,
porque te metés en mi alma, en mi espíritu, en mis sentimientos. Vos tenés que
hacerla, eh. Hay muchas cosas que uno las tiene ahí, como los dolores, como la
“biaba”, como los amores. Pero son cosas de uno…

¿Es feliz?

Pero oíme una cosa: me levanto todos
los días, y respiro como loco.


Por César Bianchi





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