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todayjunio 8, 2024
Olas de calor, inundaciones, sequías, desforestación, alza en el nivel del mar, incendios y afectaciones generalizadas de poblaciones vulnerables son los síntomas de una afección que golpea a todo el mundo: la crisis climática.
Los informes de entidades como la Organización Meteorológica Mundial o del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) han aportado un diagnóstico unánime: la Tierra se está calentando vertiginosamente por causa de la acción humana e impera detener las emisiones de gases de efecto invernadero antes de que sea demasiado tarde para evitar una catástrofe planetaria.
Durante el último lustro, el calentamiento se ha aproximado peligrosamente al límite de 1,5 ºC con respecto a los niveles registrados en la época preindustrial y ha superado con creces la estimación ideal para finales de siglo que se estableció en 2015 en el Acuerdo de París, con las ya visibles consecuencias.
Así las cosas, la crisis climática no es una promesa sino una realidad que se palpa en distintas ecorregiones, particularmente del Sur Global, aunque paradójicamente, sus poblaciones no sean las principales responsables de la tragedia.
De otro lado, aunque el abandono de la matriz energética basada en combustibles fósiles heredada del capitalismo industrial es una medida indispensable, su suficiencia está bajo escrutinio, tanto porque sobre sus sustitutos se ciernen dudas como por el hecho de que no se está poniendo en cuestión el modelo civilizatorio que se soporta en la sobreexplotación de la naturaleza.
Para Neyralda Lobo, investigadora del Laboratorio de Ecología Política del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), si bien la agenda ambiental se ha insertado dentro de la política internacional desde la década de 1970 y se han producido avances, «en términos fácticos, no ha habido un cambio real, estructuralmente hablando».
Lobo apunta hacia los cimientos del modelo de explotación que ha generado el capitalismo –que ubica en el filo de la modernidad occidental–, donde el ser humano está separado de una naturaleza que debe ser dominada, así como de las limitaciones que este modo de vida impone a millones de personas, que en procura de la subsistencia, no tienen medios ni condiciones para reflexionar sobre los efectos de la acción humana sobre el ambiente y el clima.
«La gente que está ahorita buscando la materialidad de la vida, solucionando su alimento, no tiene tiempo para sentarse a pensar de qué manera está dividido y estructurado el mundo. Eso es algo sumamente complejo y [la gente] no tiene el tiempo para eso sino tiempo para buscar su materialidad y su día a día», sentencia.
Desde su punto de vista, pese a que los diagnósticos parecen estar muy claros, el cambio en la matriz energética basada en combustibles fósiles no se vislumbra como una perspectiva tangible en el corto plazo, dadas las relaciones económicas y políticas que conforman el entramado social actual.
«Yo no creo que esto vaya a cambiar tan fácil. Primero, por la geopolítica en la que nos encontramos hoy en día. […]. O sea, hay relaciones y hay negocios que no van a dejar de funcionar ni van a dejar de existir. Entonces, pudiese decir que […] realmente lo que importa es lo económico y esa matriz económica», asegura la especialista.
Esa realidad choca con la urgencia de implementar acciones para mitigar los efectos de la crisis, que ya ha empezado a sentirse con particular fuerza en América Latina, so pena de que se concreten escenarios catastróficos que afecten la vida de millones de personas.
«América Latina y el Caribe es una región mega diversa, una región que es muy vulnerable a los impactos de la emergencia climática […], todos los estados del Caribe están en riesgo por el aumento del nivel del del mar. Esto significaría la pérdida de territorio y la afectación del modo de vida de millones de personas. Estaríamos hablando entonces de una situación de millones de desplazados climáticos», advierte, por su parte, Heryck Rangel, doctor en ecología del desarrollo y secretario nacional del Partido Verde de Venezuela.
En tales circunstancias, apunta, «se hace necesario que los gobiernos de América Latina y el Caribe sean más propositivos, más innovadores en la adopción de políticas públicas, tanto de adaptación como de mitigación del cambio climático». De esto se desprende que pese a las declaraciones y preocupaciones compartidas, no se está haciendo lo suficiente.
Esta brecha se explicaría ya no por la falta de información, sino por la ausencia de «voluntad política» para abandonar negocios lucrativos como la explotación petrolera o la agricultura basada en monocultivos característica del agronegocio, con gran poder e incidencia en algunos países, señala Marcio Astrini, secretario ejecutivo del Observatorio del Clima de Brasil.
«No faltan datos, no faltan pruebas, lo que falta es la propia acción de los gobernantes y prevención, en la medida de lo posible, contra este tipo de fenómenos [climáticos] extremos que, por desgracia, han llegado para quedarse», recalca el experto.
Astrini es partidario de atribuir la mayor responsabilidad a los Estados, pues son estos los que disponen de la capacidad para implementar «acciones climáticas» concretas. «Son los Estados, son los países los que tienen que ser pioneros en todo esto, imponer reglas, imponer límites y revisar sus legislaciones e imponer las modificaciones necesarias», subraya.
Sin desmerecer esta consideración, Lobo y Rangel otorgan un rol importante a las medidas que pueden tomar las comunidades organizadas para lidiar con la crisis ambiental, para lo cual, indican, hace falta instruir, sensibilizar y acompañar a las personas en proyectos efectivos vinculados, por ejemplo, a una nueva cultura del agua. Se trata de una apuesta de largo plazo.
«La acción para enfrentar esta realidad tiene que ser también coordinada e integrada, tiene que ser una acción integral e integradora. Y allí el rol del ciudadano, de la ciudadana, del espacio comunitario […] es fundamental. Hay que hacer una transformación en lo local que garantice la participación activa de toda la población en planes de formación, de sensibilización», recalca Rangel.
Con matices, los especialistas consultados por RT concuerdan en que todos los Estados y sus ciudadanos deben atender la crisis climática e implementar acciones para detener sus causas y gestionar sus efectos; sin embargo, también alertan que no todas las naciones y personas son igualmente responsables, de manera tal que esta responsabilidad compartida ha de ser también diferenciada.
Dicho de otro modo: quienes son causantes de la mayor parte de las emisiones deberían hacer más esfuerzos por reducirlas y, al mismo tiempo, financiar programas en el Sur Global, tanto para la mitigación y la atención de desastres como en acciones para la preservación de bosques.
En este contexto, Lobo destaca dos aristas: la convergencia de un discurso escatológico –que vaticina el fin del mundo– de no reducirse drásticamente las emisiones de gases contaminantes y la mercantilización del problema, una estrategia de mitigación a la que ha apostado el Norte Global para no ir al meollo del asunto: el cambio en el modelo económico-cultural capitalista.
Sobre el llamado «fin del mundo» aclara que no se trata de negar la crisis climática ni de minimizar sus efectos, sino de matizar que no se trata de que el mundo se va a acabar. A su juicio, está teniendo lugar una transformación a gran escala que afecta la vida de todas las especies en el planeta, incluyendo –pero no solo– a los humanos.
Acerca de las emisiones, es más categórica al apuntar hacia los responsables: «EE.UU. es uno de los países que sigue generando un montón de emisiones […].Le compra cuotas a distintos países que les sobran sus cuotas de emisiones, bien sea en proyectos como monocultivo, bien sean proyectos como vamos a hacer un seminario, o vamos a hacer un taller […], algún proyecto en este país para, de alguna manera, responder a esa responsabilidad entre comillas, pero desde estrategias del mercado, estrategias mercantiles» ilustra.
A juicio de Heryck Rangel, el imperativo de la descarbonización y la elisión de responsabilidades por parte del Norte Global supone otra expresión de las limitaciones que se le imponen a los países del Sur, a los que en la práctica se les está impeliendo para que hagan sacrificios que podrían limitar severamente su desarrollo.
«Nosotros no podemos, desde el Sur, en nuestro derecho al desarrollo, no podemos equivocarnos en dos líneas de trabajo. Primero, no podemos repetir el modelo de desarrollo del Norte. El Norte devastó sus elementos naturales, acabó con sus bosques, contaminó sus ríos, y ahora vienen a decirnos al Sur ‘ustedes no pueden desarrollarse'», argumenta.
Es una opinión compartida entre los científicos y activistas que la quema de combustibles fósiles se yergue como principal fuente de los gases de efecto invernadero. A juicio de Marcio Astrini, los grandes productores de petróleo, gas y carbón, están en la obligación de abandonar ese modelo y adoptar las energías verdes de manera paulatina sin ningún tipo de concesiones.
Empero, los intereses económicos dentro del capitalismo han demostrado que no bastan los argumentos en favor de la vida en el planeta para hacer cambiar de opinión a quienes toman decisiones relevantes en estas materias, a lo que habría que añadir que sobre fuentes de energías alternativas como el litio se ciernen aún dudas.
«Nos hablan de las energías limpias. Y hablamos de las baterías de litio –América Latina tiene la mayor reserva de litio del mundo–, pero no se habla de que estas baterías son desechables y que el mundo no sabe qué hacer con estos residuos y desechos. No hay un plan. Porque si algo tiene el capitalismo es que se basa en la obsolescencia programada y en la obsolescencia percibida», alega Rangel.
Pese a esto, cree que los países latinoamericanos podrían enfocarse en el desarrollo de tecnologías como la fotovoltaica o la eólica, menos lesivas con el ambiente que las basadas en carbón, petróleo o gas.
No obstante, la adopción de esta matriz energética requiere tanto tiempo como recursos, que corren el riesgo de ser insuficientes y llegar demasiado tarde frente a la emergencia recurrente de fenómenos climáticos extremos en la región.
Esto no significa que todo esté perdido. Mientras, los Estados pueden adoptar medidas menos costosas pero que supondrán menos estrés para el planeta en el mediano plazo: ampliar la red de transporte público, promover el uso de bicicletas y habilitar ciclovías, sembrar árboles, limitar los monocultivos, combatir la minería y la tala ilegal. Y, por supuesto, educar a la población.
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Written by: hiperactivafm
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