Mientras una multitud de admiradores discutían con el personal de seguridad porque no iban a poder ingresar a la sala ya repleta de la Feria del Libro, la escritora Mariana Enríquez pasó desapercibida entre sus fans y entró a la sala donde participó ayer del primero de cinco encuentros del Diálogo entre Escritoras y Escritores Argentinos, que continuará hasta el viernes.
Poco quedó de su paso silencioso fuera de la sala. En la conversación de una hora con la escritora y crítica literaria Elsa Drucaroff, Enríquez se convirtió en una voz potente, segura, irónica y por momentos hechizada que desarmó los mecanismos de su escritura, sus comienzos en la ciudad de La Plata, su atracción por los relatos de terror, su lado disruptivo, sus placeres, sus lecturas, sus miedos de ficción y sus perversiones.
Autora de Las cosas que perdimos en el fuego, que la posicionó como la escritora de terror más destacada de la actualidad, y Nuestra parte de la noche, con la que ganó el premio Herralde de Novela 2019, entre otras obras, Enríquez contó cómo comenzó a escribir “para ella misma”.
“Cuando escribí Bajar es lo peor, a los 17 años, lo escribí pensando en mi generación (nació en 1973). Leía mucho pero no encontraba escritores que hablaran de la gente de mi edad. Sí lo encontraba en la literatura norteamericana, pero era como a la sensación como de falta de futuro, calle, noche, intoxicación, y yo tenía una parte muy romántica y me gustaban los vampiros, el terror. Yo vivía en La Plata, no estudiaba letras, no conocía escritores”.
“En esa época leía a muchos norteamericanos, poetas románticos, los suicidas me interesan a mí. Era un mundo totalmente aparte. De acá leía a Borges, Cortázar, Silvina Ocampo. Después, cuando empecé a escribir género de terror, con Los peligros de fumar en la cama´, pasé de escribir libros generacionales sobre jóvenes a escribir un género que leen mucho los jóvenes. Pero yo creo que la imaginación no tiene que ver con la edad, aunque parece que a una edad tenés que dejar de leer El señor de los anillos y tenés que leer a una señora que limpia la casa.
-”La sensación en tus relatos es que hay un imaginario de hijo o hija que siente que sus padres los dejan solos, que los empujan”- señala y pregunta Drucaroff.
-Cuando yo empecé a escribir, mis padres eran jóvenes y estaban en medio de la crisis de la hiperinflación. Éramos un montón de chicos silvestres por ahí haciendo lo que se podía. Yo a mi mamá le compraba cigarrillos a la mañana porque a la noche eran diez veces más caros. Algo quedó de esa sensación de desamparo. Yo no tengo hijos, además, entonces no tengo demasiados rollos. Tengo muchas amigas que son madres y no pueden leer lo que escribo. Son medio tontas, y yo les digo que no son sus hijos los que están en mis relatos. Me parece raro. Tengo una relación muy juguetona con la ficción, escribo esas escenas, la paso genial y digo “ay qué perversa soy”. En el cementerio de La Plata, y es un hecho real, una señora había desenterrada a su marido y lo había lavado en los piletones. Pero no querían contarme los detalles y los tuve que imaginar. Pero para mí que él fuera el me la bajaba un poco. En cambio con una hija yo sí le podía dar la vuelta. Que les festejara los seis años, y después los quince. Me divierte eso. Pero no me da miedo lo que escribo. Sí me diera miedo no podría estar escribiendo eso. Yo tengo miedo como a un montón de cuestiones pero cuando llegan al papel, llegan con otro ánimo.
-¿Su literatura es muy sensible a la situación de la gente débil, indefensa, sos una persona interesada en el dolor social. Al mismo tiempo hay juego, hay diversión. ¿La literatura tiene que bajar línea,o no tiene que bajar línea?
-Yo lo pienso desde otro lado. Desde mucho tiempo quise escribir terror y no sabía. Y lo aprendí de Stephen King, que es el tipo que cambia el terror en los años 70. Qué es y por qué me da miedo. Todavía es el único escritor que me da miedo. El ejemplo: Carrie, todos la conocen, es una historia sobre bulling y fanatismo escolar. Si le sacas la telequinesis y le pones un arma, es una novela realista. Pero al mismo tiempo tiene todos los tópicos del terror, la bruja, el príncipe, también es un cuento que se va al diablo. Pero al mismo tiempo también es una novela social sobre el bullying en las escuelas, las matanzas en las escuelas. Él, que es un maestro, estaba percibiendo como un sedimento de furia.
-También estaba la dictadura- apunta Drucaroff.
-Si, en la escuela nos metíamos en el baño y decíamos que a Menganita “parece que a los padres se los llevaron”, no decíamos que eran desparecidos. Entonces uno ya no sabía si uno era uno o no. Y yo tenía como una desconfianza, porque el rumor era como sobrenatural. A mí, por ejemplo, me parece desesperante la situación de la gente que vive en la calle. Pasar al lado y estar hablando de una serie de Netflix, por ejemplo, para mí eso es el horror. Y la infancia también me interesa en un sentido doble, que en una clase media a los chicos hay que comprarles de todo, toda esa cosa absolutamente romantizada e imbancable de la infancia. Y después los chicos durmiendo en la calle, que no les importa. Ahí empecé a entender cuáles eran los materiales que tenía que usar para usar que a mí también me afectaran personalmente”.
-¿Cómo sentís que te leen afuera?
-En Latinoamérica yo creo que se entiende todo, porque yo creo que Latinoamérica se fue al diablo más o menos al mismo tiempo. Y yo trato de escribir género, el contenido de mi generación es argentino, latinoamericano y marianístico, para hablar como Diego Maradona. Pero otros cuentos, como la violencia contra las mujeres, podrían ocurrir en cualquier lado. El lector de afuera quiere lo particular, lo local, no quiere lo estandarizado. Y entonces viajar te permite llenar esos huecos que ellos no pueden llenar, explicarle por ejemplo donde queda la Argentina, por ejemplo.
Enríquez dice más: “En mi proceso de escritura, una de las cosas que más me costó fue encontrar una voz de narradora mujer. Tuve que aprender como si tuviera que escribir como un “narrador planta”. Cuando estaba escribiendo Nuestra parte de la noche, yo estaba con esos varones a full, aunque en una masculinidad herida. Y construir la voz era decir a quién leo. Para mí leer a las hermanas Bronté fue como decir “ah, acá está” esa voz. La voz sobre todo de Emily, son mujeres reales porque no son convencionales dentro del universo literario. Se parecen mucho más a las mujeres que las mujeres de la literatura. Cumbres borrascosas tiene una escena de sexo y muerte impresionante… Ahí yo encontré eso, son locas, son intensas, se parecen a mi mamá, no son mujeres que estaba pensando pavadas. Hay algo que a mi me costaba encontrar, esa construcción del lenguaje que pudiera darle voz a esas mujeres. Y cuando resolví ese problema técnico personal dije: ah bueno, ya puedo ver a los chicos ahora.
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