«Probando, uno, dos, tres.»

Eduardo Andina va camino quizás a convertirse en calle o placa conmemorativa en algún rincón de nuestro pueblito dentro de algunos años. ¿Quién recuerda a Amador Andina, ya convertido en calle? Algunos, sin duda. Los más veteranos. Redoblo la apuesta: ¿Cuántos de los jóvenes que damos vueltas al monumento de Davison las noches de fin de semana ubicamos en la memoria quién fuera ese señor de importantes bigotes, antes de convertirse en piedra?

El tema de este pequeño artículo no es la memoria (será el de otro), pero tiene que ver con ella. Porque pasan y pasan gentes por las calles de un pueblo, y nos acostumbramos tanto a ellas que son como parte del paisaje. Pero cuando se van, no queda sólo una calle o una placa. Tan cierto como que todo lo que fue existe, todos los que compartieron el vivir en este lugar nos dejaron marcas, que duran —no nos hacemos idea de lo cuánto— mucho más.

A mí, personalmente, me quedó marcada una charla que tuve con Eduardo una mañana, en el viejo local de Radio Real, casi en frente al Davison de piedra. Me dijo: “la gente tiene que darse cuenta de que la radio es una herramienta colectiva. Para enterarse de sus propios asuntos, para presionar a los políticos, para discutir y hacer algo con los problemas que nos tocan a todos… Tienen que aprender a sacar provecho de algo que es de ellos. El desinterés de la gente por los medios de comunicación locales es un reflejo del desinterés por su propia situación”.

Y este es el tema de este primer editorial: la importancia de los medios locales de comunicación. Cada vez más nos vemos entre, por un lado, un conglomerado de medios masivos de comunicación —los canales de televisión con más rating, las radios más potentes, los diarios de mayor tiraje— que son empresas que trabajan al servicio de sus dueños, y responden a intereses que no siempre coinciden con un periodismo honesto y democrático; y por otro lado la avalancha —que se agiganta cada vez más— de las redes virtuales, que ciertamente le hacen frente a esa hegemonía de los medios más poderosos, y podemos encontrar en ellas valiosas voces independientes, críticas y de calidad, pero también la mayoría de las veces encontramos otras que no cuentan con rigor periodístico y honestidad intelectual, y de nuevo, tenemos problemas. O sea, te podés encontrar con cualquier cosa. Desde la ivermectina hasta la tierra plana.

Más allá de las diferencias y roces que siempre surgen en un pueblo chico, la herencia que nos deja Andina —además de unos cuántos periodistas locales discípulos suyos— es la costumbre de tener en nuestro paisaje pueblerino la voz de vecinos sonando en la radio. Que no son las voces de Rivera, de Montevideo, de Buenos Aires o Río de Janeiro. Son las de gente con la que nos cruzamos en los repechos de Corrales, que comparten nuestra misma experiencia de vivir en este lugar.

Hoy hay más medios de comunicación locales, y todos sabemos dónde están. Podemos ir allí y hacer uso del micrófono. Eso, amigos, es un gran patrimonio. Esta misma radio, Hiperactiva FM, desde su origen se coloca como comunitaria y al servicio de la comunidad, y viene haciendo un trabajo persistente de construcción democrática de lo comunitario a través de la comunicación. Debemos revalorar y aprovechar esos espacios, hablándonos y escuchándonos a través de ellos. Como ahora hago yo uso de este espacio editorial, el primero de lo que espero sean muchos, y agradezco a Hiperactiva FM esta oportunidad de pensar y discutir, con total libertad, desde Corrales y entre los corralenses, lo que nos llega de lejos y lo que nos pasa acá.

David Benavídez.