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Por Mario Fagúndez|
La primera vez que llegué a Córdoba (enero 2018) quedé impactado por su palimpsesto cultural. Los anfiteatros romanos eran cubiertos por iglesias godas, que servían de cimientos a mezquitas árabes cuyos muros albergaban catedrales católicas. Isabel, nuestra guía turística, nos explicó que la ciudad estaba más alta que en sus orígenes porque cada uno de sus habitantes cuando reconstruía su casa en vez de llevarse los escombros lejos de la ciudad simplemente levantaban los muros de la casa nueva sobre los restos de la anterior.
La primera vez que llegué a Córdoba llegué de noche, solo tenía la dirección del hostel quequedaba en el medio de la ciudad vieja a pocos metros del puente que atravesaba el Guadalquivir. Caminé, porque no tenía otra alternativa, por avenidas bordeadas de naranjos imposibles de sabor amargo con hojas verde oscuro. Por sus callejuelas angostas, en las que apenas podía pasar un auto pequeño, vi un par de tabernas abiertas, con carteles en la acera ofreciendo tapas y salmorejo. Recuerdo una con la imagen de un gallo.
A la mañana siguiente desayuné temprano y como todo turista pobre aproveché el momento en que la entrada de la catedral era gratuita, antes de las 9 de la mañana. Me interné en una mezquita árabe y pronto me vi invadido por la sensación de infinito que daban los arcos moriscos, repetidos en todas direcciones. Miré hacia adelante y pensé en Borges. Luego que recorrí un rato su interior, me percaté que allí dentro había una catedral católica, con su simbología de ángeles con su altar, con su oro recubriendo imágenes de santos. Parecía imposible que aquella catedral hubiera pasado a mi lado y yo no la hubiera visto pero sí estaba. Una catedral católica entera dentro de una mezquita. Lo repito para que se entienda la magnitud de tales obras.
Córdoba fue fundada 169 años antes de cristo, o en el 584 AUC (At Urbe Condita, fecha considerada a partir de la fundación de Roma, y más certera que la anterior). En sus orígenes fue un campamento militar, una avanzada del poderoso imperio Romano. Luego que Roma cayó, ocuparon su lugar los visigodos, al menos en esta parte de España. Solo pudieron disfrutar de su dominio durante un siglo porque llegaron los musulmanes desde el sur. Los últimos reyes visigodos se refugiaron en una iglesia y fueron quemados vivos por los invasores.
Córdoba fue Emirato primero y Califato después, durante casi 7 siglos fue tierra de Mahoma. Se impuso una tensa libertad de culto a cambio del pago de tributos. Como la ley musulmana hacía a cada uno dueño de su casa hasta donde caía el agua de su techo, las casas se fueron ensanchando y las calles se hicieron cada vez más estrechas. Todo esto que cuento es confuso, porque Córdoba es confusa, una ciudad para perderse entre sus calles, admirando macetas colgadas de los muros y buscando tablaos de flamenco.
Luego de la Mezquita recorrí el puente, miré la ciudad a lo lejos y tomé muchas fotos. Una muchacha de nombre Isabel con un paraguas rojo nos ofreció un tour a voluntad por toda la ciudad. Primero nos contó la leyenda de Santa Bárbara, una de las primeras cristianas convertidas, que fue perseguida por su padre y se refugió en una roca. Una tormenta la salvó de sus perseguidores y desde entonces Santa bárbara bendita es la patrona de las tormentas, la que nos protege de los vientos y los rayos. Nos mostró el lugar en el que había estado Cervantes y la famosa venta en la que El Quijote había pernoctado. Nos mostró la judería, un barrio habitado por los creyentes en Abraham, que sostuvieron su fe con su sangre, perseguidos primero por los árabes y luego por los católicos. También había gitanos y nadie me avisó que era peligroso hablar con ellos.
Una gitana se me acercó al atardecer y me dijo que me podía adivinar la suerte. Tomó mi distraída mano y exhibió frente a mí una ramita de romero. Los Cordobeses hablan andaluz, un dialecto que convierte las st en una ch de tal manera que al decir “esta calle” dicen “hecha calle que echá aquí”. También la gitana que me maldijo usaba ese dialecto. Me decía: “Echa ramita e’ romero que tengo aquí la debe quemá en tu casa cuando chegue, echa línea de tu mano e’ la línea de la vida, e’ muu projunda, tu vida vaasé muu intensa”. Me dijo que en mi familia había alguien que me envidiaba, que cuando llegara a mi casa debía quemar aquella ramita de romero, que le debía dar dinero por la suerte que me había leído, que no aceptaba monedas porque no podía cargar en su cuerpo más metales que el oro, así que le ofrecí 5 euros. Yo andaba con la billetera y mostré todo lo que tenía encima, apenas más de 300.
Ella me dijo que los 5 euros era por la suerte pero que por la ramita le debía 10 y me los exigió en ese momento, luego que le hube dado 10 euros más me dijo que ahora le estaba debiendo dinero por la buenaventura que me iba a dar. Detrás de ella había otra gitana que me miraba. En esa secuencia de pedirme dinero terminó sacándome 25 euros, una fortuna para mí en ese momento. Tomé la ramita de romero y salí apurado sin volver atrás mientras la gitana me echaba maldiciones a la orilla del Guadalquivir, porque según ella aún le debía dinero por la prevención por la maledicencia familiar.
Más tarde pude subir al mirador y contemplar la ciudad en el ocaso. Un sol invernal proyectaba largas sombras sobre las casas antiguas y pintaba de azul la sierra Morena. Al día siguiente por la mañana visité el alcázar de los reyes, también fui temprano para evitar pagar entrada.
Seguí mi viaje hacia el sur, rumbo a Granada, y esa fue la primera vez que estuve en
Córdoba…
(Continuará)
Escrito por hiperactivafm
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