Por Mario Fagúndes|
La segunda vez que llegué a Córdoba llegué al mediodía, viajé 12 horas en bus desde Buenos Aires y la encontré distinta. Un poco más moderna, calles más anchas, gente con otro acento. Tuve ganas de pedir que me devolvieran la plata del pasaje, aunque sospeché de la gitana que me maldijo a orillas del Guadalquivir.
Desde lejos parecía la misma, con la sierra bordeando la ciudad y el río dividiendo la parte vieja de la nueva, además creí reconocer la cúpula de algunas iglesias, pero apenas pongo un pie en el andén me doy cuenta que la gente ya no habla igual, las construcciones parecen más modernas, ya no hay vestigios de cultura romana. El río que se parece al Guadalquivir no es el mismo, ellos le llaman “El suquía».
Estos cordobeses no pronuncian la “ST” en una contracción que hace parecer el sonido de una “CH”. Los Cordobeses de acá son amables y simpáticos, me llevan a todos lados, me muestran su ciudad. Están contentos de que los visite, me llevan a recitales y bailes. A todas horas suena una música bailable y alegre, a la que le dedicaron un museo y tiene su propio dios con forma de “Mona” que se apellida Giménez. Tienen catedrales pero ninguna mezquita y mucho menos sinagogas. También adoptaron una bebida italiana, amarga como pocas y a la que le agregaron coca-cola, un sacrilegio para los italianos, aunque los locales me dicen que el verdadero elixir residente es el “Prittyao”, nombrado así por el nombre de la gaseosa lima limón (La Pritty, cuya fábrica está en la ciudad) y el vino suelto, mezclados en proporción 60/40. Quiero creer que llegué de nuevo a Córdoba, pero creo que llegué a la nueva Córdoba, aún no estoy seguro. A lo mejor todo se trata de la maldición de aquella gitana no quiso soltar mi mano en las orillas del Guadalquivir.


II
Cuando llegué por segunda vez a Córdoba era apenas saliendo de la pandemia, a todos nos obligaron a vacunarnos y obtener certificados para poder viajar y hacernos hisopados y andar por todos lados con tapabocas. Es curioso como la mente elimina de la historia todo lo que nos afectó negativamente. No recuerdo en ningún contexto ni ocasión haber estado con tapabocas (ni en transporte público ni en lugar cerrado ni en reunión social ni espectáculo musical). A lo mejor es algo que yo me lo inventé, como el hecho de haber llegado de nuevo a Córdoba.
Los primeros días me dediqué a reconocer el terreno, visitar lugares importantes (la estación de trenes, la manzana jesuítica, la ciudad universitaria, la rueda de Eiffel). También visité las sierras en un mediodía de sábado que amenazaba con tormenta. Bajamos en grupo a un río apacible con un agua tan transparente que por momentos la supuse invisible. Vi el recital de Rodrigo Carazzo, un músico local, en el medio de un bosque, entre árboles y lucecitas led. Cuando terminó el recital se largó a llover, una lluvia intensa, persistente, que no amainó durante toda la noche. Al otro día estaba despejado, como si nada hubiera ocurrido en la noche anterior, como si no hubiera visto rayos que parecían desgarrar el firmamento en varios pedazos, dejando en el aire el recuerdo atronador de la luz fugaz y el rumor sordo del trueno. Las tormentas en Córdoba son legendarias, de las más intensas del continente.


III
Mi anfitrión es actor de teatro y trabaja en una empresa de electricidad. Tiene una gata que se llama Maruja y ama a Pepe Mujica. Actúa en una obra que se llama “La puta mejor embalsamada” que trata de lo que le ocurrió al cadáver embalsamado de Evita Perón.
En su casa también se aloja un tipo un par de años mayor que yo, proveniente de Buenos Aires, que es tarotista y titiritero, él fue quien me recibió y me hizo un primer recorrido por la ciudad. Esa misma noche me lleva a ver una banda en auge: “El plan de la mariposa.”
Días después ví a los Auténticos Decadentes y a La Vela Puerca, en fechas distintas.
IV
El muchacho que me invitó a las sierras de Córdoba es músico e hijo de un Uruguayo. Con él fue su novia y otras dos chicas que según tengo entendido, usan la misma aplicación de viajes que yo. Al volver del recital hacemos una mayonesa de zanahoria y tocamos música mientras esperamos que pare la lluvia.
V
Al sábado siguiente acepté la invitación de Rocío, que también vive en las sierras, en la localidad de Río Ceballos, que bordea un río y tiene más arriba un embalse que sirve también como balneario. Rocío trabaja en la municipalidad, es diseñadora y rescata gatos callejeros. En su casa descubrí por primera vez al escritor César Aira, que parece tener un libro para cada ocasión de la vida.
Con Rocío hacemos un poco de trekking, vamos hasta una cascada que queda un par de kilómetros adentro de la sierra. Me ahorro las descripciones del paisaje, porque pasaría horas diciendo cada roca, cada árbol o caída de agua, y no podría nunca captar la esencia del lugar.


VI
Al volver de Río Ceballos tomé el tren de las sierras.
El boleto valía 16 pesos argentinos. Para hacer una referencia, en ese momento 1 dólar estaba a 200 argentinos.
El coche era moderno y bien mantenido. Con lentitud fue pasando por las villas que se instalan alrededor de la vía hasta salir del todo de la ciudad.
En una de las paradas, un pueblito con apenas algunas casas suspendidas en el borde de un cañadón, nos bajamos y podemos comprar panes caseros y empanadas, también queso y dulce. Estos pueblos estuvieron muchos años aislados, cuando se discontinuó el servicio del ferrocarril, ya que es el único acceso que tienen.
El destino final del recorrido es Valle Hermoso. Decido que vale la pena conocer La Falda y el hotel Edén, un sitio del que se dice que estuvieron los nazis visitando y lo pensaron como un lugar de vacaciones para el alto mando del Tercer Reich.


El hotel estuvo muchos años abandonado y fue objeto de múltiples robos por parte de vecinos de la zona. Lo han recuperado y convertido en museo, pero nadie puede alojarse allí. Sinceramente, con el aire encantado que tiene, dudo que pueda pasar una noche en ese lugar. El recorrido finaliza en una bodega donde nos cuentan de la uva chinche, que puede desarrollarse en ambientes de humedad y es la que está presente hoy en la mayoría de las casas que tienen una parra. Una parra y una higuera, dos símbolos de la liturgia cristiana.
El regreso es bastante intenso e increíble. Tenía invitación para ir a Villa Carlos Paz y resultó que mi anfitrión era el peluquero de Gladys la Bomba Tucumana y me dice si quiero ir con ella a Córdoba ya que el hijo de ella toca en un boliche de cuarteto.
No quería irme de Córdoba sin haber ido a un baile de cuarteto, todo el mundo me decía que eran sitios peligrosos, pero la verdad que nunca la pasé tan bien como esa noche y conocí a personas maravillosas.
Llegando al boliche, Gladys estacionó su camioneta como quiso y bajó intempestivamente, y yo atrás de ella. Bailamos cuarteto y hasta le pedí una selfie y desde esa noche sé que esa fue la mejor anécdota de viaje hasta ahora. A menos que me cruce con Bob Dylan en algún pueblo perdido.
Al día siguiente, o al otro, no recuerdo bien, volví a Buenos Aires, pero eso será otra crónica.
De Córdoba (reflejo, espejismo, la original o una copia?) me fui con un montón de amigos e historias, paisajes y la tranquilidad de que no hay gitanas, pero igualmente el hechizo me dura hasta el día de hoy.