Las millonarias cifras de facturación anual de su empresa no recuerdan ni remotamente el inicio de la vida de la brasileña Alexandra Borges, de 52 años, rescatada de un basurero en la localidad de Jacareí, en el
interior del estado de São Paulo.
“Tenía un año y diez meses cuando me encontraron jugando entre bolsas de basura y comiendo sobras. Me dejaban constantemente sin supervisión entre mi madre biológica y mi abuela. Fue entonces cuando Sebastiana, una lavandera, me
rescató y me acogió en su casa, dándome amor, dignidad y un nuevo apellido”,
cuenta en declaraciones al portal noticioso UOL.
Tras su adopción, creció con los nueve hijos de su madre adoptiva y, aunque en la familia había fuerte unidad y amor, era obvio que la falta de recursos hacía que en la casa faltara hasta lo más básico.
“Vivíamos con muchas dificultades. Recuerdo bien la lucha diaria por llevar comida a la mesa, pero también recuerdo la unidad, la fe y el cariño que nos sostenían”, expresa.
Ante las dificultades que enfrentaba su familia, a los ocho años comenzó a salir a las calles a vender coxinhas (una especie de croquetas de pollo) hechas por su madre.
“Vi a mi madre llorar porque no teníamos suficiente dinero para comprar una canilla para lavar la ropa. Salí con un plato de coxinhas a las que llamé «bolas de pollo con amor». No vendí nada en mi primer intento, pero volví a intentar
y le contaba la gente nuestra historia. Entonces lo vendí todo, hasta la
bandeja”, recuerda.

Alexandra (de pollera, en el centro de la imagen) con su familia adoptiva
Alexandra empezó a trabajar formalmente a los 13 años, y tuvo que compaginar sus estudios con su empleo. Esa experiencia le hizo darse cuenta de que tenía un don para las ventas.
“Trabajé como dependienta en una papelería en la temporada de regreso a clases. Durante una tormenta, me puse un impermeable, abrí los paraguas de la tienda y salí a la acera. Vendí todo mi inventario y conseguí un trabajo fijo. Trabajaba todo
el día y estudiaba por la noche. Fue un reto compaginar trabajo y estudio, pero
aprendí desde muy joven que el trabajo duro era mi camino hacia la
libertad», explica.
La temprana madurez de Alexandra también llegó con un embarazo adolescente y un matrimonio antes de cumplir los 18 años.
“Conocí al padre de mis hijos a los 14 años y empezamos a salir enseguida. A los 17, me quedé embarazada y nos casamos a toda prisa. Dos meses después del nacimiento de nuestra primera hija, Thereza, descubrí que estaba embarazada de nuevo y
nació Jean. Solo se llevan 11 meses. Éramos muy jóvenes e inmaduros, y el
matrimonio solo duró tres años”, dice.
La vida traería otro desafío personal para Alexandra, quien poco después de su
divorcio descubrió dos nódulos en su tiroides.
“Ya tenía síntomas, como hinchazón, taquicardia y caída del cabello, pero pensé que solo era fatiga. Me diagnosticó una clienta, que era doctora, y me ayudó. El tratamiento fue largo, con medicamentos fuertes que afectaron mi autoestima.
Aun así, seguí trabajando y encontré un propósito en el dolor: luchar por mis
hijos y nunca rendirme”, rememora.
El cambio de rumbo
Alexandra nunca dejó de trabajar. Se sumergió aún más en el mundo del comercio minorista, trabajando como vendedora y gerente en tiendas de importantes marcas de calzado. Una invitación a trabajar en el extranjero cambiaría su vida y la de
sus hijos.
“La oportunidad de supervisar llegó tras mucho esfuerzo y dedicación. Para financiar la carrera de medicina de mis hijos, acepté gestionar la apertura de una tienda mayorista en Angola en 2010. También vi la oportunidad de trabajar
más duro y ahorrar dinero. Fueron cinco años de trabajo duro, en un entorno
desafiante, diferente al que estaba acostumbrada en Brasil”, narra.

Alexandra durante su etapa en Angola
Con capital financiero y conocimiento, Alexandra regresó a Brasil decidida a iniciar su propio negocio.
“Emprender siempre ha sido mi sueño, pero no contaba con el capital para empezar”, explica. Al llegar de Angola, tomó varios cursos que que le permitieron formarse una mejor idea de cómo debería proceder.
“Estudié el mercado y busqué comprender qué segmentos eran los más viables. No podía permitirme errores; eran el fruto de años de trabajo duro. Empecé con franquicias porque ya contaban con una estructura y procesos probados y
validados”, destaca la empresaria.
En 2015, Alexandra adquirió su primera franquicia, una sucursal de Casa do Pão de Queijo, y seis meses después, una de Café do Ponto. Casi una década después, en 2024, las dos sucursales atendieron a más de 150.000 clientes y registraron un
aumento del 23% en sus ingresos anuales, estimados en 1.2 millones de dólares
Este año, la empresaria abrió su propia tienda, Café do Barão, en un shopping de São José dos Campos, en São Paulo.
«El acuerdo se cerró tras seis meses de negociaciones. Para destacar, escuchamos a nuestros clientes, mantuvimos el estilo colonial que apreciaban en la cafetería y nos centramos en la experiencia y la hospitalidad», revela.
Ahora, proyecta facturar 1.5 millones de dólares este año con sus tres operaciones de alimentos.
Mirando hacia atrás
Alexandra dedica su historia a su madre adoptiva, Sebastiana, quien la rescató de un vertedero en Jacareí. Sebastiana falleció en el año 2000 a los 81 años. En agosto del año pasado, Alexandra publicó el libro Improvável Não é
Possível (Trend Publishing) en honor a su madre adoptiva, en el que
cuenta su propia historia. Actualmente continúa manteniendo un estrecho
contacto con sus hermanos adoptivos.
“Siento una profunda gratitud. En cada logro, llevo consigo su esencia, resiliencia y apoyo. Ella fue mi verdadera madre. Me enseñó lo que son el amor, el cariño y la generosidad”, concluye.