Por César Bianchi
@Chechobianchi
Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Arturo “Cacho” de la Cruz vive en un residencial. Él mismo lo eligió, luego de concluir que en caso de sufrir algún quebrando de salud, un móvil de su mutualista demoraría mucho tiempo en socorrerlo. Allí, el hombre de 86 años, más saludable mentalmente que la mayoría de sus coetáneos, lleva una buena dieta, hace gimnasia todos los días (bicicleta fija y levanta pesas pequeñas), por las noches toca el trombón para ningún auditorio —“es como tener una novia ausente”— y a cualquier hora mira mucha televisión. Cacho es adicto a la televisión, confiesa sin pudor.
Es curioso que justo él, que ayudó a su padre marroquí a construir pieza por pieza la primer tele del barrio, en su Buenos Aires natal, se haya convertido en la figura masculina más importante de la historia de la televisión uruguaya. El viejo Delacroixe nunca se lo hubiera imaginado.
Este ícono de la TV nacional supo retirarse a tiempo —vaya el consejo para unos cuántos futbolistas—, y luego de hacer mucha tele, y muy buena. Cacho llegó a Montevideo por unos bolos en el carnaval uruguayo, ya que le recomendaron que pagaba bien. El fonomímico que había aprendido a tocar el trombón vino para hacer unos pesitos, lo retuvieron las inundaciones del 59, y se fue aquerenciando. Hasta que no quiso volver más a su casa en Argentina.
Acá golpeó la puerta de canal 12, y se la cerraron en la cara. Pero muy pocas semanas después tuvo revancha. Y vaya si la aprovechó. Hoy, un estudio en Teledoce lleva su nombre, y su hijo Maximiliano es una de sus principales figuras. En el medio, condujo El Show del Mediodía, creó, condujo y lideró Cacho Bochinche, interpretó a “Chichita”, hizo las recordadas Telecachadas, entre tantos otros programas. También se reinventó empresario, y vendió muchos productos que él mismo pensó. Lejos de toda esa fama, dice que no extraña nada. Pero recuerda todo muy bien. Por eso, ni siquiera terminó de leer la biografía suya que escribió Joaquín Doldán, Todo esto es mentira. La verdadera historia de Cacho de la Cruz (Fin de Siglo, 2022). “¿Para qué? Si yo me acuerdo de todo lo que hice. Quizás haya algo de nostalgia, no sé”.

«Un representante de artistas me dice: ‘¿querés ir a trabajar a Uruguay?’ ‘Pah, ¿te parece que me sirve?’ ‘Sí, y mirá que pagan en oro’. ‘¿Ah sí? Bueno, mañana salgo’. Pensé: “Me voy a Buenos Aires dentro de 15 días’. Pero se inundó el Uruguay en 1959… y me quedé»
¿Cómo es eso de que
es afrodescendiente?
Soy afrodescendiente,
sí. Mi papá nació en Marruecos, en África. Llegó de inmigrante a Argentina,
llegó al puerto de Buenos Aires y ahí mismo, en el mismo puerto, le hicieron la
nacionalidad, y le dijeron: “Suba a aquel barco”, que iba a Ushuaia. Y ahí
quedó como empleado de la cárcel de Ushuaia.
Entonces: Arturo Delacroix salió de su Marruecos natal, llegó a Buenos Aires, le cambiaron el
apellido a De la Cruz y lo mandaron como guardacárcel a Ushuaia. Es una
historia de película…
Podría ser, eh. De hecho, después
llegó a ser subdirector de Institutos Penales en Buenos Aires. Él había venido
con mi abuela, su mamá, buscando un mejor destino. Según me contaron, en vez de
ponerlo a trabajar en una tabacalera o como albañil, lo mandaron de cana para
allá. En Marruecos la estaban pasando mal.
Es curioso que su papá —ya de vuelta en Buenos Aires— armó su propio aparato de televisión, y sus
vecinos iban a su casa a ver la tele. Digo curioso por lo importante que sería
su hijo Cacho en la TV rioplatense, especialmente en Uruguay, ¿no?
Bueno, tuve la suerte, qué se yo… De
no haber venido para acá, capaz que estaría barriendo calles en Buenos
Aires.
El joven dibujante publicitario, el
muchacho que casi se convierte en policía…
Fui policía sí, pero contaba los días
como si estuviera preso.
Pero termina actuando a los 18 años
en cabarets porteños, ¿cómo terminó radicándose de este lado del charco? ¿Fue
por venir a trabajar en carnaval, no?
En realidad, empecé en los cabarets
como menor, con permiso de mi papá. Yo trabajaba en Buenos Aires en los números
vivos, me estaba haciendo una especie de curriculum para poder tener un grado
más dentro de lo artístico. Había que hacer muchos trabajos gratis, pero muchos
trabajos gratis, y después uno le podía decir: “Pero me ponés en el programa,
eh”. “Sí, sí”. Entonces era: “Hoy Pedrito Rico, y Cacho de la Cruz,
fonomímico”, ponele. “Aníbal Troilo, y Cacho de la Cruz, fonomímico”. Lo bueno
que tenía Buenos Aires era que tenía cualquier cantidad de barrios con su correspondiente
club. Y cada club todos los meses hacía un festival. Y todos los jueves la
mayoría de los clubes se ponían a ensayar tango. Iban las chicas, con sus
mamás, bien vestidas.
A través de esos trabajos, tuve un
representante. Cada artista tenía uno. Y tenías que ser socio de Uadav (Unión
Argentina de Artistas de Variedades) que la había fundado José “Pepito”
Marrone. Y se me acerca un gran representante de toda Argentina y de acá
también, Rafael Pereyra. Y me dice: “¿querés ir a trabajar a Uruguay? “Pah, ¿te
parece que me sirve?” “Sí, y mirá que pagan en oro”. “¿Ah sí? Bueno, mañana
salgo”.
Vine contratado por la comisión de
fiestas de la Intendencia, en Juncal y Sarandí estaba. El director era
Bernarducci de apellido. Él nos dijo: “Vamos a hacer un anticipo de los teatros
de barrio”, cuando se actuaba solo en el Teatro de Verano. Yo fui un precursor
de los tablados de barrio de hoy. Vinimos Samuel Aguayo, cantante y compositor
paraguayo, Lilí Castilla, una bailaora de flamenco, don Edmundo Rivero con
las Guitarras de Oro, y yo. Era un escenario rodante, una chata, de Antonio J.
Cal, con bocinas reentrantes (no parlantes como hoy). Yo tenía que anunciar:
“¡Aquí, gracias al bar El Chupetín actuarán los artistas en un tablado de
carnaval que habrá aquí!”. Y ahí me gustó, y me quedé. Pensé: “Me voy a Buenos
Aires dentro de 15 días o un mes”. Pero empezó a llover, se inundó el Uruguay
en 1959… y me quedé.
De muy joven hizo sus primeros bolos
en TV con Alberto Olmedo, frecuentó la noche desde los 14 años, y así, actuando
en boites y whiskerías de mala muerte
hizo sus primeros pesos como artista. “La noche es oscura. El que te saluda de
noche, de día no te conoce”, le decía su padre, Arturo. ¿Le dejó alguna
enseñanza la noche?
Mi viejo me decía eso, sí. Yo llegaba
a las 3, a las 4 o a las 5, y él prendía una luz y me hacía un café o un
churrasquito, me preguntaba cómo me había ido y me aconsejaba. ¿Qué me dejó la
noche? Saber comportarte a dos aguas. Porque esa noche estaba frecuentada por
la sociedad, la que salía a buscar el divertimento y el sexo, y también estaban
los malandras, los que tenían plata mal habida, y muchos eran los novios de las
chicas que estaban trabajando en los cabarets. Yo trabajé en todos los boliches
de Buenos Aires, en muchos había peluquerías, y ahí veía a los guapos
maquillarse y darle brillo a las uñas… Eran guapos de facón en la cintura, pero
se preocupaban por su apariencia.
¿Qué lo enamoró del trombón?
Eso fue casualidad. A mí me gustaba
dibujar, quería ser dibujante publicitario. En Argentina había un Instituto
Municipal de Artes y Oficios Raggio, hay tres: dos en Buenos Aires y uno en
Rosario. Pero en esos lugares, para calificarte y pasar de año, tenías que
saber música. Si eras municipal, tenías que aprender un instrumento. Entonces,
me dieron a elegir entre instrumentos de una banda. El profesor —que era un gran trombonista— me muestra los instrumentos y yo
elegí el trombón. Me preguntó por qué, y le dije que todos los payasos tocaban
uno, tocaban el trombón y se le caían los pantalones, y hacían chistes. Tuve
que estudiar, solfear, y tocar una partitura, para después pasar un examen. Lo
aprendí y me entró a gustar. Ya me gustaba el jazz. Pero no era mi sueño; mi
sueño era ser un payaso grande.
¿Pudo haber hecho carrera como músico
profesional de jazz en los Hot Blowers?
No… porque para ser músico
profesional hay que ser músico de verdad. Yo fui un músico atrevido, con lo que
me enseñaron para saber solfear y poder tocar. Pero para llegar a ser un músico
profesional hay que tener mucha dedicación.
Rada arrancó con usted y mal no le
fue…
¡Por favor! Le fue 100.000 veces
mejor que a mí, y a Hugo
Fattoruso lo mismo. Yo soy el tutor de Fatto y de Rada, porque eran
menores, y yo me los llevaba de gira.

«¿Por qué el trombón? Porque todos los payasos tocan el trombón y se le caen los pantalones, y hacen chistes. Tuve que estudiar, y tocar una partitura, para después pasar un examen. Ya me gustaba el jazz. Pero no era mi sueño; mi sueño era ser un payaso grande»
Leyendo el libro de Joaquín Doldán («Todo
esto es mentira») me enteré de muchas cosas. Por ejemplo, ¡que rechazó
escribirle guiones a Arthur Miller!
Fue así: yo trabajaba en la boite
Pigmalión, con una orquesta, éramos una banda estable. El pianista era Jaurés
Lamarque Pons, un genio, Eduardo Trinchitella era el primer contrabajista de la
Sinfónica, el baterista era “Finito” Binger, Tolosa tocaba el saxofón y el
trompetista era el “Chajá” Cora. Esa era la orquesta de la boite. Yo tocaba con la orquesta y era presentador, hacía
fonomímica, hacía chistes verdes, y se ve que le caía simpático a la gente. Un
día se acercó un señor y me habló en inglés… le dije que no entendía nada de
inglés. Llamé al gordo (Daniel) “Bachicha” Lencina, un gran trompetista, y le
dije que me hiciera de traductor. Habló con él y me dice: “Te quiere llevar a
Estados Unidos”. “Naaa, qué Estados Unidos, éste quiere otra cosa, que se deje
de embromar”. Volvió a la otra noche, y lo mismo, me llamó y me insistió. De
nuevo, Bachicha intermedió y me dice que preguntaba si yo lo había pensado. Le
agradecí, pero le dije que estaba muy cómodo en Uruguay. Ahí quedó la cosa.
Y el señor mandó, tiempo después, una
esquela (que conserva Jorge Denevi) que llegó al canal. Ahí el director de Telecataplum
la abre y lee. Decía que si yo me decidía, él me invitaba a ir hasta allá con
todo pago. “¡No quiero saber nada con ese tipo!”, le dije. Te aclaro que yo lo
había tomado por otro lado… Después supe quién era ese tipo: era Arthur Miller,
¡el esposo de Marilyn Monroe! El dramaturgo, autor de Muerte de un viajante,
entre otras obras. Si tenía un revólver con balas, ¡me pegaba un tiro en ese
momento!
¿De qué más se arrepintió en su
carrera?
De no haberme dedicado más a mis
hijos. Estoy totalmente arrepentido. Estaba tan sumido en el trabajo que no
cumplí el rol de padre, de un gran padre. Cada tanto les pido a mis hijos que
me disculpen.
En el libro de Doldán se repite algo
que usted piensa, y que se lo recordó siempre a su hijo Maxi. Eso de que
trabajando en TV uno tiene las llaves de la casa de la gente, que le permite
entrar. Y que no hay que faltarle el respeto. ¿Qué sería una falta de
respeto?
Lo que se hace ahora. Yo en vez de
decir una mala palabra, la hacía entender: eso es un respeto. No hace falta
decir una grosería, eso es una falta de respeto. Pero también el cuidado de la
vestimenta. Eso me lo enseñó Horacio Scheck, el dueño del canal (12). Era como
estar pintando un cuadro en movimiento: hacer bien la combinación de los
colores. Te lo resumo así: un día me llamó la telefonista, Esther, y me dice:
“Te llama el ingeniero”. Íbamos a hacer El castillo de la suerte. Subí a
su oficina, y me dice: “Sacate esa corbata”. “¿Por qué? ¿Qué tiene?” “No
combina con el decorado, boludo”, me dice. “No pega. Ponete una azul”. Allá fui
a hablar con la vestuarista, María, y me dijo que no había ninguna azul.
“Salgan a comprarla”, dijo el ingeniero. Y hubo que salir a comprar una corbata
antes de que empezara el programa.
Te cuento otra: estábamos por
arrancar a grabar un programa que se llamó Sipi Nopo. Faltaba media
hora, e íbamos a hacer un ensayo de cámaras. Yo conducía con la vedette
argentina Susana Traverso. Baja el ingeniero, entra a mirar todo, y dice: “Esto
así no va”. “¿Cómo que no va? Está toda la gente en la tribuna, esperando para
ver el programa”. “Que le devuelvan un viático para que la gente venga mañana,
y el que no quiere venir mañana, que no venga”. Cambió todo. No le gustaba el
decorado, la escenografía: “esto no va, esto no sirve, este color no, está
cámara va acá, y esta otra acá”. Terminamos grabando a las 4 de la
mañana.
En el año 62 canal 12 le cerró las
puertas en la cara. ¿Cómo fue?
En el 12 estaba un argentino, José
Pedro Boiro, que ya me conocía de Argentina. Llegaba como director artístico de
canal 12 y me dijo de hacer algo acá. Yo me fui de gira con los Hot Blowers, y
cuando volví, ya estaba el canal 12 funcionando, y yo le dije a Rada: “Con la
plata que ganamos allá, hablá con Panchito Nolé y que te haga arreglos de los
temas que hacés con nosotros, comprate una buena ropa, y el mundo es tuyo”, le
dije. Fuimos con el negro Rada a canal 12 a hablar con Boiro. Golpeamos y sale
su secretaria, Lilián. “¿Sí? ¿Qué desean?”. “Venimos a hablar con el señor José
Pedro Boiro”, le digo, y ya nos metíamos. “Esperen acá. Ya vengo, le voy a
avisar”, nos dice. Y no vino nunca más. Hasta hoy, cada vez que veo a Rada me
pregunta: “¿Y? ¿Te abrieron en el 12?”. Tiempo después, él nos da una reunión,
y ahí arranca El Show del Mediodía.
Pero ese mismo año tuvo revancha,
después de un programa en canal 4 (Broco broco puff, con Hugo Fattoruso,
Ruben Rada y Enrique Almada), tuvo su revancha en el 12 y así nació El Show
del Mediodía. ¿Qué recuerda de ese programa en sus inicios?
Era un programa como un larga
duración. No se tenía mucha experiencia, se trabajaba por la influencia de lo
que se hacía en Argentina. Se trataba de hacer un show que entretuviera a la
gente, y Trotta no era actor. Él vino a armar el departamento comercial del
canal, ordenaba los minutos, los segundos. No había archivo, no había
videotapes, era todo en vivo. Fuimos Rada y yo, y Trotta vio algo en mí y hacía
chistes conmigo, se ponía lentes, y casi sin querer, empezamos como dupla.
De mi más tierna infancia recuerdo su
dupla con Alejandro Trotta en El Show del Mediodía, las Telecachadas
y El Castillo de la Suerte. ¿Cómo se explica esa química, esa sinergia?
Porque nos hicimos muy amigos. Tan es
así, que Maxi y el hijo de Trotta, Fernando, se hicieron amigos también. Esa
química con Trotta empezó haciendo chistes… yo fui como fonomímico y Rada como
cantante, porque estaba la orquesta de “Pancho” Nolé. Y Trotta se metía en
armar los sketches, no al aire, pero a la semana se metió y empezamos como una
dupla, a las semanas ya nos entendíamos de memoria.

«Golpeamos y sale su secretaria. ‘¿Qué desean?’. ‘Venimos a hablar con José Pedro Boiro’, le digo, y ya nos metíamos. ‘Esperen acá. Le voy a avisar’, nos dice. Y no vino nunca más. Hasta hoy, cada vez que veo a Rada me pregunta: ‘¿Te abrieron en el 12?'».
Copiando el ejemplo de su amigo
Olmedo con el capitán Piluso fue que ingenió a Cacho Bochinche, ¿no? Y
sin querer, craneó y condujo un clásico de la TV uruguaya…
Se había dado de baja El Show del
Mediodía y, entonces, me quedé sin trabajo. Pensaba volverme a Buenos
Aires. Yo me había ido a Punta del Este, en una vivienda de un señor, Demarco,
que estaba haciendo apartamentos y me prestó un lugar donde quedarme, en Punta
del Este. Dos días después llega Carlos Restano con una botella de whisky, y me
decía que me tenía que quedar. Yo le decía que no, que me iba a gastar los
ahorros, sin trabajo. Quedamos en volver a vernos unos días después en
Montevideo. Lo pensé con mi señora, Titina, y ella me dijo: “Hacé un programa
para niños, si vos le caés simpático a los chicos. Y lo hacemos juntos”. Fui un
sábado a la mañana a reunirme con el ingeniero Scheck y Restano, y me
preguntan: “¿Qué querés hacer?” “Un programa para niños”, le dije. “¿Estás en
pedo a esta hora?”, me dijeron. “No, pienso que puede funcionar. Me gustaría.
Mi señora dice que tengo buena onda con los niños”. “Bueno, vamos a probar”, me
dijeron. Y arrancamos. Ahí empezó Mucho Gusto y Poca Cosa, que eran mi señora y
una amiga, que después se casó con un cameraman
del canal.
Por Cacho Bochinche desfilaron
generaciones enteras de niños, que hoy son padres de familia. ¡Cuántos niños
que hoy son adultos grandes le dejaron el chupete a Ultratón! ¿Se puso a pensar
en eso?
Yo no me daba cuenta, pero me lo iban
diciendo. Yo fui un burro de carga del trabajo. Yo hacía, hacía, hacía, pero no
me daba cuenta de lo que estaba haciendo. Incluso ahora, no me doy cuenta. Me
lo hacen ver, sí. Lo de Ultratón salió unos meses después de haber empezado el
programa. Acá en Uruguay estaba “el carlanco” y en Argentina era “el cuco”, y
acá estaban de moda los viajes espaciales, entonces pensé en hacer un robot que
viniera del espacio…
Ahora, no fue solo un músico o un
conductor de TV. Siempre tuvo buen ojo para los negocios. Tenía una mirada
empresarial de las cosas, al punto de llegar a vender pelotas Churrinche, Cacho
Bochinches de goma (mi hermana y yo tuvimos uno cada uno), el álbum de Súper
Cacho, el bata-bata, los espectáculos infantiles de teatro en invierno y podría
seguir. O incluso como propietario del restorán La Olla en Punta del Este. ¿Fue
desarrollando esa habilidad naturalmente, o fue un don que aprovechó?
(Cacho recuerda cómo nació el
bata-bata, una bola con una cuerda para saltar; después recuerda el vasorbito,
un vaso para tomar la leche y chiflar con una lengüeta: “hay que tomarla leche
con el vasorbito hasta que cante el pajarito”, recuerda el slogan. O las
pelotas de fútbol para niños, porque no había otras. Y como protestaron los
dueños de pelotas Cubilla, terminaron asociándose con “pelotas Cubilla, para
hacer goles de maravilla”). O cuando hacíamos “las aventuras de Súper Cacho”,
me disfrazaba rápidamente y salía en un baúl, que estaba tapado. Entraba como
Cacho Bochinche, y salía vestido como Súper Cacho, pero nadie podía hacer
ningún movimiento, para que me puedan tapar y no hubiera un salto de imagen.
Todo eso se fue dando…
Todos los que superamos los 30 años
recordamos a Pelusita, Fermín, Víctor y sus marionetas, Laura y las chin-chin,
Ultratón o hasta el mono Coquito. ¿Qué piensa usted cuando le hablan de Cacho
Bochinche?
Yo gozaba cuando salía al aire. Veía
cómo los pibes la pasaban bárbaro. A los dos o tres meses estábamos podridos de
hacer lo mismo, entonces buscábamos hacer algo distinto, algo nuevo. Creo que
estuvimos como 30 años con Cacho Bochinche…
Un personaje de El Show del
Mediodía, Chichita, tuvo hasta su programa propio. ¿Nació como una parodia
de los almuerzos de Mirtha Legrand?
No, no, no… Hubo un año en que el
programa cumplió años, un número redondo, y vino Mirtha de invitada por el
canal. “Vos me estás copiando a mí”, me dijo. “No, vos estás confundida”, le
dije. “Vos no sos una ordinaria ni una grosera. Para imitarte a vos tendría que
superarte en lo que vos hacés: tendría que hablar tres idiomas, alardear de
tener mucho dinero…” Eso nace así: un día Trotta me señaló que acá no había
comida europea. “¿Vos te das cuenta que en los tres canales siempre se cocina
lo mismo?”, me dijo. En canal 4 estaba Cordon Bleu con su nieta, en canal 10
estaba Gori Salaverry, que todavía tiene servicios de catering, y en canal 12
estaba Cristina Scheck, la hija del ingeniero. Entonces, “Pendota” Meneses
hacía de Cordon Bleu en una telecachada, Trotta hacía de Gori Salaverry, y yo
hacía de Cristina Scheck. Cuando terminó la parodia, yo seguí pero le cambié el
nombre, para que no quedara como una burla a Cristina, la hija del ingeniero
Scheck, y ahí nació Chichita.
¿Cómo nace el perfil de que hablaba
todo mal y confundía todo? Porque cuando nació mi hija Daniela, vino una señora
amiga de mi esposa, y ¿viste cuando regalás algo y decís: “No es nada, es una
pavadita”? Bueno, se dio al revés: la mujer le dio un regalo por el nacimiento
de Daniela, y Titina se confundió, y le dijo: “Gracias por la pavadita que me
trajo”. Ahí dije: “Así tiene que hablar mi personaje, Chichita, confundiendo
todo”. Después que ya hicimos tres veces la parodia de las tres cocineras, yo
dije que no daba para más, y ahí definimos seguir, pero con la cocinera
millonaria, pero bruta. Y nació Chichita. Fue todo el mundo, políticos
candidatos a presidente, el presidente de la República, los presidentes de
Nacional y Peñarol, todos iban con Chichita.
También tuvo siempre su leyenda negra
o mala fama: que era hosco con los niños detrás de cámaras, que los maltrataba,
que el buen humor era fingido… El escritor también abordó esto en el libro.
¿Le molesta que se diga todo esto?
Eso lo inventó Pelusita. Él empezó a
hablar de mí, no sé por qué…
(Cacho cuenta los favores que él le
hizo a Juan Carlos Pintos, “Pelusita”: le consiguió empleo en el canal como
utilero, quien terminó renunciando al canal cuando le empezó a ir cada vez
mejor con cumpleaños infantiles. Luego le pidió a Cacho si podía conseguirle
empleo a su señora, Cacho habló con Oscar Magurno y le consiguió trabajo como
asistenta de comedor en la Asociación Española. Tiempo después, el propio Cacho
convenció al ingeniero Scheck para que el canal volviera a contratar a Pintos.
La confesión de Cacho tiene algunos pormenores que el entrevistado prefiere no
revelar públicamente, y que queden en reserva).
Eso de que yo trataba mal a los niños
salió él a decirlo hace un par de años. Lo dijo en todos lados. No entiendo por
qué lo hizo, después de todo lo que hice por él.
En la dictadura, lo fue a buscar el
Estado Mayor Conjunto al canal. ¿Qué había pasado?
Un día entre semana yo estaba en el
canal (yo vivía en el canal, prácticamente), y baja el ingeniero (Scheck): “Bo,
¿qué cagada te mandaste?” “¿Yo? Ninguna. ¿Qué pasó?” “Salí a la vereda que te
están esperando”. Eran del Esmaco, el Estado Mayor Conjunto, y me esperaban en
un jeep para llevarme. Me llevaron y me dejaron esperando como 20 minutos, al
rato aparecen tres militares. Me preguntan nombre, documento, y después me
dicen: “¿Qué quiere decir con eso ‘Hagan ruido, hasta que se enojen los
vecinos’?” “Eso lo cantábamos mi hermana, mi madre y yo con dos platos,
pero era una canción infantil”. “Pero fíjese la letra: hagan ruido, hagan
ruido… Le recomendamos que no lo haga más”. “Delo por hecho”, le dije. Y cuando
estoy saliendo, le dije: “Pero hay algo que no me gusta: ‘Ustedes me trajeron
en jeep, y ahora me tengo que ir caminando’”.

«Scheck y Restano me preguntan: ‘¿Qué querés hacer?’ ‘Un programa para niños’, les dije. ‘¿Estás en pedo?’, me dijeron. ‘No, pienso que puede funcionar. Mi señora dice que tengo buena onda con los niños’. ‘Bueno, vamos a probar’, me dijeron. Y arrancamos con Cacho Bochinche»
¿Se dio cuenta solo que había
terminado su tiempo en televisión?
Sí, sí, claro. Había una cuestión de
edad, la dinámica, había cambiado la forma de consumo de la televisión, y…
¿cómo te voy a explicar? Era preferible salir cantando victoria, que irte
pidiendo perdón. Y chau. No me acuerdo en qué año fue.
¿Y hoy qué lo divierte en TV? ¿Qué
ve?
Todo. Acá se acerca una señora y me
dice: “¿Qué te pasa?” “Nada, estoy hablando solo”, porque le hablo al
televisor: “¡No pelotudos, no hagan tal cosa!”. Ponen programas de
entretenimientos y juegos a la noche, que no son para esa hora, son programas
para la tarde.
Usted dice en el libro: “El problema
de la tele es que no saben hacerla”.
Porque prácticamente está todo
solucionado: ¿No viste que en la mayoría de los programas están todos sentados
en una silla? Decime si de tarde ves algún programa donde se paren y utilicen
el espacio. (Cacho, en realidad, da nombres de programas, conductores y
canales, pero luego pide que no se los identifique). ¡Están todos sentados
en una silla! Entonces, no saben hacer televisión. Porque hacer televisión
cuesta mucha guita. Fui a un canal invitado y tenían el croma roto, con el
marco abajo roto, y todavía no lo arreglaron. Los cameraman estaban todos sentados. No se hace televisión así, loco.
Hay una desidia tremenda.
¿Qué tuvo de especial salir de
adentro del Rey León, en ¿Quién es la máscara? 2, el programa que
conduce su hijo?
Como programa está muy bien
hecho, muy bien hecho. Hay un gran laburo… Yo saco la cuenta de que todo
lo que está puesto ahí, es plata que salió de otro lado. Eso estuvo muy lindo,
muy emotivo. Maxi no sabía nada, eh.
Ahora va a bailar en el programa de
Tinelli… ¿Le tiene fe en el concurso?
No sé lo que va a hacer. Yo le tengo
fe, porque él tiene carisma, es aceptado por la gente. Yo le llamo y le digo:
“Tal cosa no lo digas”, “esto decilo así”.
¿Y él le hace caso?
Sí, sí. Sobre todo, cuando estaban
haciendo La culpa es de Colón, y yo
le dije: “che, no tiren mierda con los comerciales, sigan el ritmo, pero
bájenlo, y respeten los comerciales que viven de eso”. Hay que cuidar eso. Y me
lo reconoció. Otro le dijeron lo mismo y me lo reconoció.
La última vez que lo visité fue en su
apartamento de Punta Carretas, en 2007, para el programa Vidas. ¿Por qué
se vino a vivir a este residencial?
Porque me hice una composición de
lugar, que iba a sufrir… Porque yo fui socio de una mutualista durante 60 años.
Y pagué una plata extra, para tener más atención. Una noche, hace un año y
poco, mi hijo Santiago había salido con el hijo de (Luis) Orpi (son muy amigos),
era la 1.30 de la mañana, y me quedé solo. Y pensé: “Y si a mí me pasa algo
ahora, a esta hora, ¿quién carajos me viene a auxiliar?” Entonces llamé a la
mutualista y le conté que era socio y pagaba una plata extra para tener mejor
atención, y le pregunté: “Si ahora llamo desesperado para que me vengan a
socorrer porque me pasó algo, ¿cuánto tiempo demoran en venir?” Y me dice:
“Bueno, considerando la pandemia, y la cantidad de llamados, póngale una hora y
cuarto, una hora y media”. “Ya me morí dos veces, muchas gracias”, le dije. Le
corté, y llamé a mi hija Daniela, que estaba en Estados Unidos. “Vení cuando puedas,
que te necesito”. Vino un par de días después y me dice: “¿Qué te pasa?” “Me
quiero ir de acá. Tengo un apartamento enorme, con cuatro dormitorios más un
quinto, de servicio, y estoy solo con Santiago”.
¿Qué extraña de su momento de mayor
fama y popularidad?
No extraño nada, lo recuerdo todo.
Laburaba tanto, que no me dí cuenta de nada. Y tuve la suerte que nunca me
enfermé gravemente. No extraño nada… Cuento todo lo que hice, pero no pienso
“qué ganas de volver a hacer tal cosa”.
¿Es feliz?
Soy feliz, porque puedo respirar…
mientras no haya humedad, puedo respirar.
Por César Bianchi
@Chechobianchi
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